La Naturaleza de la Judeofobia
"La Naturaleza de la
Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su desarrollo hasta la
era actual, analizando la imagen del judío en diferentes períodos, a través de
mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las principales
expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en diversas épocas.
Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas del fenómeno. Gustavo
Perednik dictó este curso en las Universidades de Jerusalem y de Buenos
Aires, y dio conferencias en base del mismo en una decena de universidades
latinoamericanas.
Unidad 01:
Introducción
Unidad 02: El judío en
el mundo pagano; el fenómeno alejandrino
Unidad 03: El
nacimiento del cristianismo y su influencia en la judeofobia
Unidad 04: El medioevo
temprano y el martirio judío
Unidad 05: La
Judeofobia medieval
Unidad 06: La
Mitología judeófoba
Unidad 07: El Islam,
el Protestantismo y la Judeofobia Moderna
Unidad 08: La
judeofobia alemana; el fenómeno del autoodio judío
Unidad 09: Rusia:
entre Zares y Soviets
Unidad 10: Rusia:
entre Zares y Soviets (II)
Unidad 11: La Negación
del Holocausto - La judeofobia actual
Unidad 12: Teorías
acerca de la judeofobia; una perspectiva
Unidad 01: Introducción
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
El sacerdote Edward
Flannery, en el prólogo a su obra Veintitrés Siglos de Antisemitismo, revela
que su interés por este tema nació cuando descubrió que la ignorancia al
respecto es un abismo que separa a judíos de cristianos. "¿Cómo es posible
que el judío - se pregunta Flannery- abrumado por la conciencia de la secular
opresión que ha sufrido en el mundo cristiano, hable en igualdad de condiciones
con el cristiano, que está sinceramente convencido de que su interlocutor
otorga excesiva importancia a las persecuciones?"
Y bien, en ese sentido un
curso como el nuestro podrá tender un puente sobre el abismo, permitiendo a más
gente conocer páginas muy oscuras de la experiencia humana, y llamativamente
poco investigadas.
Hasta 1879, el odio hacia
los judíos no tenía siquiera un nombre especial. Ese año Wilhelm Marr acuñó el
término "antisemitismo" a fin de distanciar el fenómeno de toda
connotación religiosa. El panfleto de Marr, "La victoria del judaísmo sobre
el germanismo considerada desde un punto de vista no-religioso" exhortaba
a que se hostilizara a los judíos independientemente de sus inclinaciones
religiosas. Pero el vocablo que Marr eligió tiene varios defectos.
En principio,
"semitas" no hay. Puede hablarse de lenguas semíticas, o de grupos
semitas de la remota antigüedad, pero suponer que, por ejemplo, un judío de
Holanda, uno de Etiopía pertenecen a la misma "raza semita" junto con
un árabe de Marruecos, es a todas luces absurdo.
En segundo lugar, y más
importante aún, personas contra los semitas, no sólo que no hay, sino que nunca
hubo. Jamás se crearon partidos, publicaciones, o ideas que combatieran a los
"semitas". Es más, la voz se presta a juegos de palabras. En marzo de
este año, el canciller egipcio Amer Musa respondió a una acusación preguntando:
"¿Como vamos a ser antisemitas, si nosotros somos semitas?"
Lo lamentable es que el
término acuñado por un judeófobo como Marr se difundió por doquier, aun cuando
tres años después, un prestigioso pensador judío, León Pinsker, sugirió la más
apropiada palabra, "judeofobia", para caracterizar el encono hacia
los judíos.
"Judeofobia" es
más precisa porque en el prefijo señala el verdadero destinatario de esta
aversión, el judío, y en el sufijo alude a su carácter irracional. Es
cierto que en psicología "fobia" también responde a su origen griego,
"miedo". Y se habla de ailurofobia (miedo a los gatos), nictofobia (a
la noche) o claustrofobia (a los lugares cerrados). Pero en ciencias sociales
tiene un significado más cercano al odio (no al temor) como en
"xenofobia" (odio a los extranjeros).
La judeofobia no es
una forma de la xenofobia, puesto que los judíos no son extranjeros de los
países en los que viven. Y si, como dijimos, tampoco son una raza, la
judeofobia no es una especie del racismo. Es un fenómeno muy singular, y como
tal vamos a estudiarlo.
Hemos ofrecido cinco
justificaciones del término "judeofobia" en lugar del usual
"antisemitismo". Estas incluyen motivos históricos, semánticos y
lógicos. Pero si aún no están convencidos de que el uso de
"judeofobia" sea el deseable, permítanme agregar un argumento más.
El prefijo "anti"
combinado con el sufijo "ismo" sugiere una opinión que viene a
oponerse a otra opinión, como en antimercantilismo, antidarwinismo o
antiliberalismo. Pero la judeofobia no es una idea. Jean-Paul Sartre, en
su famoso libro sobre el tema, sugiere que no le permitamos al judeófobo
disfrazar su odio de "opinión". En la medida en que usemos
"antisemitismo", los judeófobos podrán adornar a sus rencores con una
aureola de criterio razonado, lo que además nos impide entender el fenómeno de
la judeofobia con claridad.
La Singularidad de la Judeofobia
Odios contra grupos
siempre existieron. Pero en nuestro estudio partimos de la base de que el
despecho contra los judíos es único. Los judíos fueron odiados en sociedades
paganas, religiosas y seculares. En bloque, fueron acusados por los
nacionalistas de ser comunistas, por los comunistas de ser capitalistas. Si
viven en países no judíos, son acusados de dobles lealtades; si viven en el
país judío, de ser racistas. Los judíos ricos fueron agredidos y los pobres
maltratados. Cuando gastan su dinero son resentidos por ostentosos; cuando no
lo gastan, son despreciados por avaros. Fueron llamados cosmopolitas sin raíces
o chauvinistas étnicos. Si se asimilan al medio, son temidos por
quintacolumnas; si no, son odiados por cerrarse en sí mismos. Cientos de millones
de personas han creído por siglos, que los judíos beben la sangre de los
no-judíos, que causan plagas y envenenan pozos de agua, que planean la
conquista del mundo, o que asesinaron al mismísimo Dios.
En aras de ordenar la
clase, digamos que no hay odio más antiguo, más generalizado, más permanente,
profundo, obsesivo, peligroso y quimérico que la judeofobia. Veamos cada
característica separadamente.
1.
Antiguo. Robert Wistrich tituló a su último
libro sobre el tema "El odio más antiguo". Veremos enseguida las
distintas posibilidades acerca de cuándo nació la judeofobia, pero adelantemos
ya que se trata de un inquina que continuó más o menos durante dos milenios y
medio. O como explica Shmuel Etinger, la judeofobia "es un fenómeno que se
prolongó ininterrumpidamente, en lo fundamental, desde la época helénica hasta
nuestros días, aunque asume características distintas en el curso de la
historia. Precisamente, su continuidad histórica es un factor decisivo en su
intensidad y en su capacidad de adaptarse a las cambiantes condiciones
contemporáneas".
2.
Generalizado. De todos los países europeos en los
que residieron, los judíos fueron expulsados alguna vez. Los ejemplos más
recordados son Inglaterra en 1290, Francia en 1306 y en 1394, Hungría en 1349,
Austria en 1421, numerosas localidades de Alemania entre los siglos XIV y XVI,
Lituania en 1445 y en 1495, España en 1492, Portugal en 1497, y Bohemia y
Moravia en 1744. En las más diversas situaciones históricas, los judíos fueron
hostilizados en casi todos los países del mundo, aun aquellos en donde no
estaban. El Japón de hoy es un ejemplo de cómo la judeofobia puede existir aun
cuando la comunidad judía sea minúscula. Y China es frecuentemente citada como
la excepción a esta regla de la universalidad de la judeofobia.
3.
Permanente. En la mayoría de los lugares, la
judeofobia continúa años, décadas, e incluso siglos después de que los judíos
han partido. El rey Eduardo I expulsó a los judíos de Inglaterra en 1290, y su
readmisión no se produjo hasta 1650. Es notable que Shakespeare pudo crear su
estereotípico Shylock, el judío de "El Mercader de Venecia", después
de tres siglos en los que en su país no había judíos. La audiencia podía
despreciar al judío y burlarse de él, sin que ninguno de ellos, ni sus padres,
ni sus abuelos, los hubieran conocido en persona.
En el siglo XVII Francisco de Quevedo atacaba a su competidor literario, Luis
de Góngora, aludiendo a su "nariz judía" y amenazando con que untaría
sus poemas con tocino a fin de que los judíos no se los plagiaran... aunque
éstos habían sido expulsados de su país hacía más de un siglo.
En Latinoamérica, Julián Martel escribe su novela "La Bolsa" en la
que se acusa a los judíos de haber hecho quebrar la Bolsa de Comercio de Buenos
Aires en 1890, una época en la que virtualmente no había judíos allí.
Un último ejemplo: en 1968 el gobierno polaco lanzó una campaña por radio y
televisión tendiente a "desenmascarar a los sionistas de Polonia".
Casi treinta años después de que tres millones de judíos polacos fueran
exterminados por los alemanes, en Polonia podía aún despertarse odio por una
diminuta minoría que no alcanzaba al 1% de la población.
4.
Profundo. Como resultado de los atributos
mencionados, los estereotipos mentales en contra de los judíos están hondamente
arraigados. Si tenemos en cuenta que por siglos, cientos de millones de
personas creyeron que los judíos transmiten la lepra, que matan niños
cristianos para sus rituales, que dominan el mundo entero, que son una raza
promiscua o criaturas diabólicas, que Dios desea que sufran, u otras variantes,
entonces se ve por qué la judeofobia es tan fácil, por qué el judeófobo no debe
invertir muchos esfuerzos en despertar antipatías contra el judío, ya que no
tiene más que echar mano a la asociación mental apropiada a un momento
determinado.
Se dice de Goebbels, el ministro de propaganda alemán durante el régimen nazi,
que había distribuido un cartel que mostraba a un hombre montado en un
bicicleta con la leyenda "La desgracia de Alemania son los judíos y los
ciclistas". El lector se preguntaba ingenuamente "¿Y por qué los
ciclistas?" y así la propaganda había cumplido con su objetivo. La
profundidad de la judeofobia había hecho una buena parte del trabajo.
5.
Obsesivo. Para el judeófobo los judíos no son un
enemigo; son el enemigo. No ve satisfecho su impulso hasta que el judío
no es quebrado del modo más total. Durante los siglos XIX y XX en el imperio
ruso las palizas y asesinatos de judíos se difundieron a tal punto, que se
acuñó el término "pogrom" para definirlos. Y eran vistos por sus
perpetradores como el medio de salvar a la nación. "Byay Zhidov Spassai
Rossiyu, Golpea al judío y salva a Rusia" era su lema.
Ernest Cassirer reflexionó en "Modernos mitos políticos" acerca del
discurso de despedida de Adolf Hitler a la nación alemana, antes de su suicidio
el 30 de abril de 1945. ¿Cuál fue su mensaje? No recordó las glorias de
Alemania, ni expresó dolor por la destrucción de su país; no se arrepintió del
baño de sangre en el que acababa de sumir al mundo; ya no promete la conquista.
Su atención sigue fija en un punto que lo obsesiona: los judíos, "el
enemigo eterno". "Si soy vencido, la judeidad podrá celebrar"...
Y si bien Hitler encarnó la judeofobia en su extremo máximo, la obsesividad es
una característica reiterada.
6.
Peligroso. Debido a su profundidad, con mucha
frecuencia la hostilidad contra los judíos desborda la discriminación y estalla
en violencia física. En casi todos los países en donde los judíos viven o
vivieron, fueron en algún momento sometidos a golpizas, tortura y muerte, por
el único motivo de ser judíos. Por ello toda expresión judeofóbica es
potencialmente más peligrosa que expresiones de aversión contra otros grupos.
Por ejemplo, en todos los países hay chistes xenofóbicos en contra de minorías.
En los EE.UU. son los chistes de polacos, en Inglaterra de irlandeses, en
Brasil de portugueses, en la Argentina de gallegos, en Suecia de noruegos, etc.
Los chistes de judíos pueden ser tan inofensivos como cualquiera de los otros.
Sin embargo, si no hubieran existido habido chistes de judíos en Europa durante
uno o dos siglos antes del Holocausto, la virulencia de la judeofobia podría
haber sido menor, y los nazis habrian encontrado menor apoyo para su genocidio.
Para las otras minorías mencionadas, no hubo hogueras, cámaras de gas y hornos
crematorios. Y la judeofobia se transmite en gestos, en chistes y en
generalizaciones, mucho más que en conferencias. Ulteriormente, cuando un
prejuicio es tan peligroso, los chistes pueden ser letales.
7.
Quimérico. Este bien puede ser el rasgo esencial.
El odio de grupo deriva usualmente de una incorrecta interpretación de la
realidad. Si como hoy, un francés odia a los argelinos porque corrompen su
cultura, o un alemán odia a los turcos porque le quitan sus puestos de trabajo,
en ambos casos la realidad ha sido mal interpretada. Ciertamente hay
desempleo en Alemania, pero no son los turcos los culpables de ello.
El caso de la judefobia difiere de la xenofobia mencionada. No hay que
confrontarse con una interpretación incorrecta, sino con mitos. Los judíos son
odiados por comer no-judíos en el pasado, o por dominar el mundo en el
presente, por haber matado a Dios, o por haber inventado el Holocausto, o por
promover las guerras, la esclavitud, el mal.
No es fácil contender con
argumentos de esta índole.
Incluso si hubiera odios
que comparten una o dos de estas características, no se encontrará uno que,
como la judeofobia, combine todas ellas. Que la encaremos de modo singular no
significa, por supuesto, minimizar el sufrimiento de otros grupos, o condonar
la persecución contra otras minorías cualesquiera. Todo aborrecimiento de
grupo, todo racismo y persecución deben ser repudiadas. Pero la judeofobia
sigue siendo el odio más antiguo, profundo, peligroso y quimérico, y si la
diluimos en un mar de discriminaciones y prejuicios, la entenderemos menos.
Empecemos por analizar cuándo se originó el fenómeno.
Seis Teorías sobre el Origen de la Judeofobia
Puede esgrimirse que la
judeofobia comenzó:
1.
con
los primeros hebreos, hace cuatro milenios;
2.
con
la esclavitud egipcia hace algo más de tres milenios;
3.
con
el Retorno a Sión, hace dos milenios y medio;
4.
con
el helenismo alejandrino, hace veintitrés siglos;
5.
con
el cristianismo, hace dos milenios;
6.
con
el totalitarismo moderno, hace algo más de un siglo.
En esta lección
intentaremos descartar las teorías 1,2,3 y 6. En la próxima nos concentraremos
en la teoría 4, y en la lección subsiguiente en la 5.
Sobre la teoría 1, digamos
que rastrear la judeofobia hasta la época patriarcal es incorrecto, tanto
histórica como teóricamente. Desde el punto de vista histórico, no es cierto
que los judíos hayan sufrido persecuciones por tanto tiempo. Aunque hay algunos
versículos bíblicos que evidencian un tono judeofóbico, extraeremos de la
Biblia solamente arquetipos que faciliten la comprensión, y no precisión
histórica.
El primer ejemplo podría
ser Abimelej, el rey de Guerar en el Neguev, quien espetó al patriarca Isaac:
"Alejate de entre nosotros, puesto que te has hecho más poderoso que
nosotros" (Génesis 26:16). Este es un arquetipo de los argumentos que emplea
la judeofobia, especialmente porque el original hebreo puede leerse
"Alejate de entre nosotros, porque has prosperado a costa nuestra".
Desde la teoría, sostener
como Hermann Gunkel que con los primeros hebreos aparece la judeofobia, es dar
por sentado que las meras diferencias son la fuente del odio, y no la
intolerancia frente a la diferencias. Abraham no tenía por qué generar
enemigos por el hecho de proponer la distinción monoteísta; la judeofobia
comienza con los judeófobos, no con los judíos.
En cuanto a la teoría 2,
quien sostenga con Charles Journet que la motivación del Faraón era
judeofóbica, debe tomar la Biblia demasiado literalmente. Es cierto que el
monarca egipcio expresa un tercer argumento habitualmente empleado por
judeófobos: que los judíos son una quinta columna. Así lo enuncia el Faraón:
"He aquí los hijos de Israel, son más que nosotros y más fuertes. Actuemos
contra ellos con astucia para que no se multipliquen y, para que cuando nos
acaezca una guerra, no se unan a nuestros enemigos para combatirnos"
(Exodo 1:9-10). Pero sería más razonable atribuirle a los egipcios un intento
xenofóbico de esclavizar a otros pueblos, una práctica usual de la antigüedad,
y no un odio específico contra los judíos como tales.
Otros arquetipos de
judeofobia que trae la Biblia son los pueblos que atacaron a los hebreos
gratuitamente, durante la marcha hacia la Tierra Prometida. Los dos más
destacados son Amalek y Midián, precisamente por la gratuidad del ataque. En
esos dos casos, a diferencia de Moab, el trayecto de los hebreos no
representaba amenaza alguna para ellos. Por ello el ataque fue generado por la
saña y a mansalva. Pero la historicidad de esos combates es demasiado nebulosa
como para que puedan considerarse comienzos de la judeofobia.
Descartadas las hipótesis
1 y 2, pasemos a explicar la 3, que señala el origen de la judeofobia en la
época del Retorno judío a Sión durante el siglo V a.e.c. Probablemente, de esta
época data el máximo arquetipo bíblico de la judeofobia, Hamán. En efecto,
algunos historiadores relacionan a este personaje con el rey persa Jerjes I,
quien habría sido el Ajashverosh (Asuero) del libro de Ester. De acuerdo con
este texto, Hamán fue el visir del rey que planeó el genocido de todos los
judíos del extenso reino. Y, otra vez, aun cuando la historicidad de los hechos
no fue demostrada, las palabras de Hamán tuvieron eco en las de los judeófobos
de todas las épocas: "Hay un pueblo disperso en todas las provincias...
cuyas leyes son distintas de las del pueblo, y no observan las órdenes del
rey... Escríbase que sean destruidos" (Ester 3:8).
Más allá de la Biblia, hay
dos eventos de ese siglo V a.e.c. que sí podrían marcar la génesis de la
judeofobia. Uno en la tierra de Israel (el ataque contra los que regresaban de
Babilonia para reconstruir Jerusalem) y otro en la Diáspora (la destrucción del
templo judío de Elefantina en Egipto).
Cuando Nejemías, en
cumplimiento del permiso que otorgara el rey Ciro de Persia, lideró el Retorno
a Sión en el año 445 a.e.c., debió confrontarse con la activa oposición de
Sanbalat I "el enemigo" (Nejemías 6:1,16).
Tres décadas después, el
templo que la comunidad judía había erigido en la pequeña isla de Elefantina en
el Nilo, fue destruido. El templo se había levantado en el 590 a.e.c. y fue
destruido en el 411 a.e.c. por los sacerdotes de Khnub con la ayuda del comandante
persia Waidrang. Pero más que un estallido judeofóbico, aquella destrucción
parece haber sido un acto fanático de egipcios que resentían el dominio persa.
Podemos concluir que los
episodios de Sanbalat y de Waidrang fueron aislados, y no dejaron huellas en la
historia de la judeofobia, que aún debía nacer. Esta conclusión nos deja con
tres tesis, las 4, 5 y 6.
Esta última fue sostenida
por Hannah Arendt, quien en "Los orígenes del totalitarismo" describe
"el antisemitismo como una ideología secular evidentemente diferente"
del odio religioso contra los judíos. Esta descripción es simplista. Por
supuesto que los partidos políticos judeofóbicos se crearon en Alemania en el
los años 1880s, y por entonces ocurrió por primera vez que un régimen utilizara
la judeofobia como un medio calculado para obtener poder, pero lo importante no
es cuándo la judeofobia fue por primera vez un instrumento político, sino
cuando apareció.
Es cierto que el siglo XIX
trajo consigo un nuevo tipo de judeofobia. Pero el fenómeno ya existía: es
único precisamente por su adaptabilidad a distintos contextos históricos. Esta
característica muestra tanto su permanencia como su singularidad.
Nos quedamos entonces, con
las dos teorías más aceptables. Las raíces de la judeofobia están o bien en el
helenismo, o bien en el cristianismo. En las próximas dos clases analizaremos
sendas posibilidades.
Bibliografía
La bibliografía general en
la que se basa el curso es:
·
"Historia
del antisemitismo" de León Poliakov, en cinco tomos.
·
"Antisemitismo"
de James Parkes, Ed.Paidós, Bs.As., 1965.
·
"Veintitrés
siglos de antisemitismo" de Edward Flannery, Ed. Paidós, Bs. As.,
1964.
·
La
bibliografía especial, se irá ofreciendo en cada una de las clases.
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¡ Que es lo que está bien ,que es lo que está mal!
A lo largo de la historia
el hombre se caracteriza por lo detructivo que es y esto no cambiará.No soy
judio y esto me limita en cuanto ha dar una opinion sobre este tema, pero soy
una persona que sigue este curso y considero que para levantar un pueblo es
necesario coger las mejores raices y sembrar en buena tierra.El odio ,la
envidia,el hambre,la traicion etc etc, ¡nada ha cambiado!.Hacer de vuestro
Pueblo un Pueblo grande entre vosotros y digo entre vosotros porque por ahí se
empiesa siempre.Si consideras que no soy acto para seguir este curso por mi
poco conocimiento del mismo comunicaló.Gracias...
Por: Fº
Javier Cámara Madrid (Ransaid@ho...) - 22-07-2002
CON RESPECTO A LA CLASE DE INTRODUCCION
CONSIDERO QUE TODO LO QUE
EXPONE ES PARA MI TOTALMENTE NVO. VEO CON TRISTEZA COMO HA SUFRIDO EL PUEBLO
JUDIO, Y COMO EL FANATISMO, LA IGNORANCIA, LA ENVIDIA, LA INTRIGA SIGUEN SIENDO
DESDE LA ANTIGUEDAD A LA FECHA LAS ARMAS QUE ESGRIMEN LOS ACOMPLEJADOS PARA
DETENER O TRATAR DE HACERLO LA REALIZACION DEL HOMBRE ESPIRITUAL Y FUSIONADO
CON EL ETERNO Y LO QUE EL CREO. PERO COMO HA DEMOSTRADO EL PUEBLO JUDIO A
TRAVEZ DE LOS SIGLOS, NINGUN REGIMEN, NINGUN PUEBLO,NINGUNA CULTURA,NINGUN
DIOS, HA PODIDO DESVIARLOS DE SU COMETIDO. LOS FELICITO POR ESAS CONVICCIONES
TAN BIEN ARRAIGADAS. GRACIAS POR DARME LA OPORTUNIDAD DE PARTICIPAR CON UDES. Y
DE ENTRAR A ESTA PAGINA Y A SU UNIVERSIDAD. GRACIAS: SERGIO HERNANDEZ
JIMENEZ...
Por:
SERGIO HERNANDEZ JIMENEZ (sergio369@...) - 10-07-2002
Aclarando concepto
Aunque me considero una
persona medianamente informada debo reconocer que siempre empleaba el término
antisemita porque desconocía el término verdadero.
En relación al texto l encontré fácil de entender y explicar que entrega un
fundamento sólido para un debate sobre un tema que siempre es actualidad. Soy
cristiana y siempre que había querido interiorizarme en el tema, me encontraba
con posturas muy radicales y, tal vez, difíciles de entender para quien no es
judío.
...
Por:
Ingrid Andrades (ingridandr...) - 14-05-2002
LA NATURALEZA DE LA JUDEOFOBIA.
Importante es conocer el
origen y natuaraleza del termino "JUDEOFIBIA" ya que desde tiempos
remotos la poblacion judia siempre se ha destacado por su organizacion
hermandad y convivencia pacifica entre ellos mismos y ha sido el pueblo de los
mas antiguos,por lo cual siempre se le ha querido relegar y atacar,pero apesar
de toda esta basta historia sigue en pie de lucha y se fortalece dia a dia.
ademas felicito a Gustavo Perednik por este maginifico articulo ya que hace un
esbozo completisimo de este tema tan importante en estos tiempos.
y creo que este medio es un canal muy importante de difusion sobre las
maravillas de la organizacion sionista mundial.
muchas felicidades...
Por:
alfredo celorio naveda (redalce@pr...) - 23-03-2002
La Naturaleza de la judeofobia
Pienso que la precisión que
se hace en relación al término judeofobia es bastante acertada, pero creo que
debería de insistirse mucho más, porque en verdad nunca los judíos han sido los
únicos semitas y, además, a los judios se le llama y son semitas, sigiendo
criterios y el pueblo judío, como cualquier otro no lo solamente por el idioma,
en ocasiones el idioma no es lo determinante sino uno más de los elementos para
caracterizar a un pueblo, como lo es el castellano para los diferentes pueblos
latinoamericanos, en donde, ciertamente el idioma es importante, pero, como
consecuencia del mestizaje los pueblos lartinoameriaconos son diferentes unos
de otros e ncluso refiriéndose a los mexicanos, por ejemplo, dentro de este
pueblo hay varios diferentes pueblos. Esa precisión de judeofobia me parece
excelente y justa, pero habría que hacer más trabajo y más esfuerzos por ubicar
el antisemitismo como no-sinónimo de judeofobia. ...
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 21-03-2002
Unidad
02: El judío en el mundo pagano; el fenómeno alejandrino
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Hemos comenzado el curso
explicando los motivos que justifican el nombre de judeofobia para el
odio antijudío, y enumeramos las características que hacen del mismo un
fenómeno único y singular.
Luego planteamos diversas
opiniones acerca de cuándo nació la judeofobia, y nos quedamos con dos
alternativas plausibles: que tuvo su germen, o bien en el helenismo, o bien en
el cristianismo.
En esta segunda lección
retomaremos la primera de esas dos tesis, que fue sostenida entre otros por el
sacerdote norteamericano Edward Flannery, cuyo libro Veintitrés siglos de
antisemitismo da la respuesta en el título mismo. Flannery rastreó las
primeras citas históricamente documentadas, que evidencian un encono específico
contra los judíos. Para entender dicha hostilidad, es necesario que nos
introduzcamos en la Alejandría del siglo III a.e.c.
Una Posible Cuna de la Judeofobia
Alejandría fue fundada por
quizá el máximo conquistador de todos los tiempos, Alejandro Magno, quien,
según historia Josefo Flavio, tuvo una actitud favorable hacia los judíos. Les
permitió construir sus propios barrios en la ciudad, en la que desarrollaron el
comercio y prosperaron. Alejandría se transformó en una segunda Atenas, capital
comercial e intelectual del mundo antiguo.
En Eretz Israel, después
de la muerte de Alejandro hubo un período de inestabilidad que provocó
deportaciones y emigraciones de judíos, especialmente a Alejandría, cuya
poblacíon judía creció notablemente.
A comienzos de la era
común había allí cien mil judíos, que ocupaban casi la mitad de la ciudad. (La
población judía mundial era de cuatro millones, un millón de los cuales residía
en Eretz Israel).
En consecuencia, Egipto se
transformó tanto en el corazón de la Diáspora judía, como en lo más avanzado de
la helenización fuera de Grecia. Y no se sustrajo a la norma del mundo pagano,
que en general fue muy tolerante en materia de diversidad religiosa. Después de
todo, si cada familia veneraba a sus muchos dioses, qué mal podía haber en
dioses adicionales que cada uno eligiera.
Esa atmósfera tolerante,
típicamente pagana, permitió a los judíos practicar libremente su monoteísmo.
Tres ejemplos de destacadas personalidades que valoraban altamente a los judíos
fueron Clearco, Teofrastro y Megástenes, a comienzos del siglo III a.e.c.
Los dos primeros habían
sido, como el mismo Alejandro, discípulos de Aristóteles. Clearco de Soli se
refiere en su diálogo Del Sueño al encuentro entre su maestro y un
judío, y Teofrastro de Eresos llama a los judíos "raza de filósofos",
una descripción nada infrecuente en aquella época.
Sin embargo, aquel trío
fue en cierto modo una excepción, puesto que la mayor parte de los
historiadores alejandrinos fueron notorios por su judeofobia. Una razón para
ello puede ser que aunque los egipcios nativos gozaban de prosperidad económica
y cultural, no faltaba entre ellos el descontento por la dominación foránea,
primero griega y luego romana. Ese resentimiento se tradujo en una xenofobia
que terminó por descargarse contra el pueblo hebreo.
Probablemente a los
egipcios los irritaba la tolerancia que el imperio había otorgado a los judíos.
Esto, más la envidia social frente al florecimiento de esa colectividad, fue
caldo de cultivo para las primeras agresiones escritas. Siguen algunos ejemplos.
Hecateo de Abdera fue el primer pagano que se
explayó acerca de la historia israelita, y en el siglo IV a.e.c. no excluyó lo
legendario de su narración: "debido a una plaga, los egipcios los
expulsaron... La mayoría huyó a la Judea inhabitada, y su líder Moisés
estableció un culto diferente de todos los demás. Los judíos adoptaron una vida
misantrópica e inhospitalaria".
Debe aclararse que el
relato de Hecateo no ataca especialmente a los judíos, a tal punto que cuatro
siglos después Filón de Biblos se preguntó si aquel historiador no se habría
convertido al judaísmo. Pero Hecateo sí es responsable de inventar el primer mito
sobre la historia judía, el primero de una extensa y mortífera mitología. Los
judíos "habían sido expulsados" y la vida que Moisés "les
impuso en recuerdo de su exilio, era hostil a todos los humanos".
Los escritores
alejandrinos posteriores (con algunas excepciones como Timágenes y Apián)
repetían siempre que los judíos tenían ese origen humillante. El primer egipcio
en narrar la historia de su país en griego fue el sacerdote Maneto, quien
escribió en el siglo III que "el rey Amenofis había decidido purgar el
país de leprosos... que fueron guiados por Osarsiph", a quien Maneto
identifica con Moisés. No menciona explícitamente a los judíos, pero habla de
"una nación de conquistadores foráneos que prendieron fuego a ciudades
egipcias y destruyeron los templos de sus dioses... después de su expulsión de
Egipto, cruzaron el desierto en su camino a Siria, y en el país de Judea
construyeron una ciudad que llamaron Jerusalem".
El motivo del reiterado
rechazo por lo judío que se daba entre aquellos egipcios, es que posiblemente
la narración del Exodo ofendía su patriotismo. La religión israelita había
hecho del Exodo de Egipto su creencia central, sinónimo de la aspiración judaica
por la libertad.
Por ello, no es de
extrañar cierto despecho de parte de los egipcios, quienes comenzaron por
transformar el Exodo en una gesta nacional de expulsión de indeseables. Para
ello, hacía falta denigrar a los supuestos "expulsados", rebuscar las
causas posibles de aquella "expulsión". Así, los temas del linaje
leproso y la falta de sociabilidad aparecen en las obras de Queremon, Lisímaco,
Poseidonio, Apolonio Molon y, especialmente, Apión. Eran egipcios que escribían
en griego.
Según Lisímaco
"los judíos, enfermos de lepra y de escorbuto, se refugiaron en los
templos, hasta que el rey Bojeris ahogó a los leprosos y mandó los otros cien
mil a perecer en el desierto. Un tal Moisés los guió y los instruyó para que no
mostraran buena voluntad hacia ninguna persona y destruyeran todos los templos
que encontraran. Llegaron a Judea y construyeron Hierosyla (ciudad de los
saqueadores de templos)".
Mnaseas de Patros (s. II a.e.c.) aporta la
novedad de que los judíos "adoran una cabeza de asno" y su
contemporáneo Filostrato resume: "los judíos han estado en rebelión
en contra de la humanidad; han establecido su propia vida aparte e
irreconciliable; no pueden compartir con el resto de la raza humana los
placeres de la mesa, ni unírseles en sus libaciones o plegarias o sacrificios;
están separados de nosotros por un golfo más grande del que nos separa de las
Indias".
Por su parte, Agatárquides
de Cnido destacaba las "prácticas ridículas de los judíos, el carácter
absurdo de su ley y, en particular, la observancia del Shabat" que los
mostraba como un pueblo de holgazanes. La mitificación va creciendo como una
bola de nieve, y en el siglo I a.e.c. Apolonio Molon lanza contra los
judíos una nueva escalada: "son los peores de entre los bárbaros, carecen
de todo talento creativo, no hicieron nada por el bien de la humanidad, no
creen en ninguna divinidad... Moisés fue un impostor".
Pero el mito más funesto
de los inventados en la antigüedad (por sus derivaciones ulteriores, según
veremos en próximas lecciones) fue el de Damócrito (s. I a.e.c.):
"Cada siete años toman un no-judío y lo asesinan en el templo..." Dos
historiadores de marras fueron Queremón, quien relacionó el Exodo con
las migraciones de los Hyksos, y Apión, el máximo judeófobo antiguo.
Apión, a quien Plinio el Antiguo y Tiberio
llamaron "gran charlatán", fue iniciador de las agitaciones
antijudías bajo el gobernador Flaccus (año 38) que provocaron que decenas de
miles de judíos fueran asesinados. El recopiló las ideas de sus predecesores y
agregó de su propia creatividad: "Los principios del judaísmo obligan a
odiar al resto de la humanidad. Una vez por año toman un no-judío, lo asesinan
y prueban de sus entrañas, jurándose durante la comida que odiarán a la nación
de la que provenía la víctima. En el Sancta Sanctorum del Templo Sagrado de
Jerusalem hay una cabeza de asno dorado que los judíos idolatran. El Shabat se
originó porque una dolencia pélvica que los judíos contrajeron al huir de
Egipto los obligaba a descansar el septimo día".
Dos grandes sabios de esa
época enfrentaron a este judeófobo. Flavio Josefo tituló una de sus obras Contra
Apión, y el filósofo Filón de Alejandría lideró la delegación de judíos que
se entrevistaron con el emperador Calígula a fin de poner fin a la violencia en
la ciudad.
La Judeofobia Romana
Cuando la provincia Roma
prevaleció sobre lo que había sido el imperio helenista, los escritores romanos
heredaron de los griegos también la judeofobia. En Horacio (siglo I
a.e.c.) hay condena contra los judíos, pero muy moderada (sus obras son despues
de todo, sátiras).
El satirista más famoso de
Roma, Juvenal (50-127), culpa a los extranjeros (si bien incluye griegos
y sirios destaca a los judíos) de haber provocado la decadencia de la forma
tradicional de vida romana. Desprecia especialmente a los judíos porque adoran
nubes, haraganean en sábado, practican la circuncisión y son pobres.
Tácito (55-120) repite que los judíos
debilitan la moralidad romana, y que los egipcios los expulsaron al desierto,
en el que Moisés les enseñó rituales para separarlos de las otras naciones.
Según Tácito, cuando los israelitas llegaron a Judea comenzaron con el culto
asnal porque los asnos los habían guiado en su marcha por el desierto.
"Los judíos revelan un terco vínculo los unos con los otros... que
contrasta con su odio implacable por el resto de la humanidad... siniestros y
vergonzosos, han sobrevivido sólo gracias a su perversidad... Creen profano
todo lo que para nosotros es sagrado, y permiten lo que nos es aborrecible...
consideran criminal matar a un bebé recién nacido".
Una característica que
cabe analizar aquí es la sobrepercepción del judío, aspecto que ya comienza a
verse en autores de esa época. A comienzos de la era común, el historiador y
geógrafo Estrabón argüía que "los judíos han llegado a todas las
ciudades, y es difícil hallar un lugar en la tierra habitable que no haya
admitido a esta tribu, y que no haya sido poseído por ella".
La sobrepercepción del
judío es la norma, pero no siempre viene acompañada de judeofobia. Un buen
ejemplo es una carta que Mark Twain (el famoso escritor norteamericano, que de
ningún modo fue judeófobo) envió al editor de la Encyclopedia Britannica:
"leí que la población judía de los EE.UU. es de 250.000. Yo tengo más
amigos judíos que esa cifra, por lo que supongo que se trata de un error
tipográfico por 25.000.000".
Corresponde aclarar que en
todos los países en donde viven, los judíos llegan a ser, como máximo, el 1% de
la población (las únicas dos excepciones son EE.UU., donde superan el 2%, e
Israel, donde constituyen casi el 90%). Pero casi en todo país son percibidos
como si fueran cinco o diez veces más.
Esa sobrepercepción
resulta de por lo menos tres razones para esa sobrepercepción: 1) los judíos
son eminentemente urbanos (el 90% de ellos está concentrado en las dos ciudades
principales de cada país en el que residen); 2) son muy activos en actividades
centrales (economía, artes, ciencia); y 3) su historia se transformó en la
historia sagrada de una buena parte de la humanidad, por lo que la mayoría de
la gente aprende acerca de los judíos en algún momento de su educación, de modo
que los judíos están mentalmente presentes en la gente antes de ser
personalmente conocidos.
En el siglo I a.e.c. Cicerón
describe la "superstición bárbara" de los judíos, y alerta acerca de
"cuán numerosos son, aislacionistas e influyentes en las asambleas".
La comunidad judía de Roma seguía a la de Alejandría en cuanto a tamaño e
importancia, y también allí, los privilegios que algunos emperadores les
acordaron para que pudieran observar libremente su estilo de vida, despertaron
la envidia de sus vecinos. Esos privilegios incluían la exención de adorar
imágenes, práctica que estaba muy entretejida en la vida cotidiana de los
romanos.
La política romana nunca
fue sistemáticamente judeofóbica (sólo algunos emperadores lo fueron), y su
ambivalencia no se modificó ni siquiera durante la guerra contra Judea. Pero
los hombres de letras romanos sí tendieron a hacerse eco de los prejuicios alejandrinos.
Tíbulo, Ovidio, Quintiliano y Marcial se sumaron a
los ataques contra "la perniciosa nación". Séneca los llamó
"la nación más malvada,cuyo despilfarro de un séptimo de la vida va contra
la utilidad de la misma".
Como vimos, este capítulo
de la judeofobia fue principalmente literario, y justificaría la postura de
aquellos que ven en Alejandría la cuna del fenómeno.
La pregunta es cómo podría
ser de otro modo, de qué manera alguien podría argumentar que la judeofobia
nació con el cristianismo (según la quinta de las hipótesis planteadas) si hay
tanta evidencia de odio antijudío entre los griegos y romanos. A responder esa
pregunta dedicaremos la próxima lección.
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Unidad 2.-El judío en el mundo pagano, el fenómeno alejandrino.
El pueblo judio aportó a la
humanidad el monoteísmo que uno de los grandísimos avances en el pensamiento
abstracto lo que abriría posteriormente la puerta para muchísimos m´´as
avances. Esa aportación los hacía "un pueblo de vanguardia" aunque nofueran
precisamente ricos, por eso ese afán, totalmente injusto de compararlos con lo
más despreciable que podría alrededor. Opino que sobre esta aportación a la
humanidad, que no es la única, del pueblo judío debería decirse más por la gran
trascendencia que tiene....
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 21-03-2002
Unidad 03: El nacimiento del
cristianismo y su influencia en la judeofobia
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Vimos en nuestra segunda
lección amplia evidencia de la judeofobia pagana, y de cómo Alejandría podría
considerarse cuna de la judeofobia en general. Ello bastaría para justificar
una postura como la de Edward Flannery que atribuye a la judeofobia veintitrés
siglos de antigüedad. Concluimos por preguntarnos si acaso es posible
argumentar que la judeofobia nació después, con el cristianismo, salteando de
este modo la etapa pagana.
La respuesta es básicamente
que a partir del cristianismo la judeofobia se convirtió en norma. Nacía una
religión masiva basada en el judaísmo, en la que el odio antijudío echó raíces,
se profundizó, y se ramificó monstruosamente, con derivaciones ideológicas y
aun teológicas. La judeofobia precristiana fue vulgar, poco organizada, no
sistemática. En contraste, señala Marcel Simon, la judeofobia cristiana
"persigue un objetivo muy preciso: despertar el odio hacia los
judíos".
Quede claro desde el
comienzo que señalar las raíces cristianas de la judeofobia no implica la
grosera generalización de atribuir judeofobia a los cristianos en su conjunto.
Sin embargo, algunos datos básicos deben ser mencionados para aclarar la idea,
y a ellos dedicaremos esta tercera lección.
La esencia del problema es
que la iglesia naciente se presentó como la consumación del judaísmo, su
herencia mas prístina, su legítima continuación. El cristianismo emerge del
judaísmo; sus líderes fueron judíos, como sus primeros seguidores y su culto. En
principio ello podría haber sido motivo de confraternidad y, en efecto, los
primeros cristianos eran considerados miembros de la grey judía, y no hubo
antagonismo serio entre las dos religiones mientras el Estado judío existía.
El mensaje de los primeros
tenía como destinatario la Casa de Israel. Sin embargo, rápidamente quedó claro
que la vasta mayoría de los judíos no iba a convertirse, sino que permanecería
fiel a la ley bíblica, a la visión intransigente de un Dios trascendente e
incorpóreo, y a la fe en la llegada de un Mesías que curaría el mundo al final
de los tiempos.
Una vez que las
incompatibilidades doctrinarias fueron obvias, la armonía original entre las
dos religiones quedó condenada. El hecho de que los judíos rechazaran la nueva
noción mesiánica acerca del "hijo de Dios", desconcertó a los
cristianos, que basaban su fe en las Escrituras judías y en sus creencias, y
por lo tanto esperaban persuadir precisamente a los hijos de Israel. Si el
cristianismo era el heredero de la tradición judía, su realización más plena y
su continuidad, tarde o temprano se descubrirían defectos serios en quienes
persistían independientemente con la religión "superada y heredada".
La vitalidad del judaísmo, de por sí cuestionaría la legitimidad de la
herencia.
La escisión entre las dos
religiones fue proclamada por un judío, discípulo de Jesús, Pablo o Saúl de
Tarso, el verdadero fundador del cristianismo. Pablo se pronunció en contra de
la observancia de la Ley que estipulaba el judaísmo, y estableció que la verdadera
salvación venía exclusivamente de la fe en Jesús como Mesías. Los
judíos-cristianos, o sea la minoría que aceptó ese dogma, siguieron practicando
el judaísmo y fueron vistos por la nueva fe que se expandía como un fenómeno
temporario (se ve en el Nuevo Testamento la Epístola a los Gálatas 2:11-21).
Ellos terminaron rompiendo con Pablo cuando eventualmente repararon en que él
no hacía distingos entre judío y gentil, y en que llevaba el nuevo mensaje al
mundo pagano sin el marco tradicional de la ley hebrea.
Lo que queda claro es que
Pablo había heredado el amor de Jesús por su pueblo. El Nuevo Testamento
testimonia que ninguno de los dos habría querido ver a los judíos degradados o
destruidos. Pero gradualmente, mientras el Nuevo Testamento era compuesto, la
actitud cristiana hacia los judíos empeoraba. Por ello, las secciones más
tempranas (las de Pablo, alrededor del año 50) están exentas de la judeofobia
que se nota en las partes más tardías (el Evangelio de Juan, alrededor del año
100). En el año 140 se compila el canon más antiguo del Nuevo Testamento, por
Marción, quien llega a rechazar la Biblia Hebrea en su conjunto.
El debate acerca de cuán
judeofóbico es el Nuevo Testamento, excede los límites de este curso. Entre los
teólogos cristianos algunos (como Rosemary Ruether) arguyen que es
decididamente judeofóbico y algunos (como Gregory Baum) que no lo es en
absoluto.
Sin duda, varios versículos
del Nuevo Testamento describen a los judíos de modo positivo, atribuyéndoles la
salvacíon (Juan 4:22) o la gracia divina (Romanos 11:28) y muchos otros pueden
ser usados en el arsenal judeofóbico (y lo fueron). En ese sentido, los dos
versículos más acres son aquél en el que los judíos supuestamente insisten en
que Jesús sea crucificado y declaran "Caiga su sangre sobre nosotros y
sobre nuestros hijos" (Mateo 27:25) y aquél en el que Jesús los llama
"hijos del diablo" (Juan 8:44).
Estos versículos y toda la
gama de acusaciones con que se acusó a los judíos mientras el cristianismo
crecía y se individualizaba, eran repetidos y agravados por gente que tenía
poco o ningún contacto con judíos. Jerónimo, Antanasio, Ambrosio, Amulo, todos
reiteran como un eco los orígenes satánicos de los judíos, o que el diablo los
tienta, o que son sus socios o instrumentos. De un modo trágico el cristiano
afirmaba su propia identidad por medio de descalificar al judío.
El Relato de la Crucificción
La fuente más reiterada
que halló la judeofobia posterior en el Nuevo Testamento fue el relato de la
crucifixión, aun cuando incluye evidentes errores históricos (que no socavan,
claro está, ni el carácter sagrado del texto para los creyentes en él, ni la
base teológica del cristianismo; hablamos aquí meramente en términos
históricos).
Según el Nuevo Testamento,
durante la Pascua judía (Pésaj) el Sanhedrín (que era el cuerpo supremo
religioso y judicial de Judea durante el período romano) sometió a Jesús a
juicio y lo condenó a muerte. El gobernador romano Poncio Pilato intentó evitar
la aplicación de la pena, pero se sometió al veredicto "lavándose las
manos" literalmente y Jesús fue entonces crucificado por soldados romanos.
La vastísima bibliografía
al respecto señala varias imprecisiones en el relato, a saber:
1.
El
Sanhedrín nunca se reunía en las festividades hebreas, y muy raramente aplicaba
penas de muerte (a un Sanhedrín que aplicara una pena de muerte cada siete
años, el Talmud lo llama "Sanhedrín devastador", a lo que el rabí
Eleazar Ben Azariá agregó: "...aun cuando lo haga una vez cada setenta
años"). Y en el caso de Jesús el texto exhibe una inaudita ligereza en la
aplicación de la pena.
2.
Más
grave aun es que ni siquiera se explicita la transgresión que justificara pena
de muerte. Había crímenes que la ley bíblica penaba con muerte, pero no
era el caso de proclamarse "hijo de Dios", que no implicaba ningún
tipo de transgresión. Además, los romanos solían grabar en la cruz del reo la
índole de su delito. En la de Jesús, INRI (Jesús de Nazaret, Rey de los
Judíos) alude al crimen político de sedición: nadie podía ser rey, porque
el único monarca era el César. Se trata de un crimen contra Roma,
castigado con un modo de ejecución romano.
3.
El
rol de Pilato es triplemente sospechoso. ¿Por qué el Sanhedrín -que tenía
autoridad para ejecutar las penas que imponía- solicitaría ayuda del enemigo
romano a fin de "castigar" a un judío? ¿Por qué el Procurador habría
de salir en defensa de un judío, cuando él era responsable de imponer el orden
imperial en Judea, y en esa función ya había hecho crucificar a miles? Y por
último, el conocido "lavado de manos" de Pilato es un rito (netilat
iadaim) que los judíos observan hasta hoy antes de comer, al visitar
cementerios, o como signo de pureza. Extraño es, pues, que así exteriorice su
pureza un militar romano a cargo de la represión.
Por todo ello, lo más
probable es que quienes se "lavaran las manos" fueran los miembros
del Sanhedrín, en pasivo temor ante la decisión del Procurador (en ese momento
la mayoría de los judíos no deseaba rebelarse contra Roma; el partido rebelde
prevaleció cuatro décadas después). Y probablemente quien anunció la pena de
Jesús fue Pilato mismo.
El motivo por el que los
protagonistas del relato fueron intercambiados, es quizá que los redactores del
Nuevo Testamento tenían en la mira la expansión del cristianismo, y para
cumplir con ese objeto en el Imperio, la incipiente religión debía eximir de
toda culpa al poderoso romano. Al mismo tiempo, podía tranquilamente depositar
la culpa en quien no podría defenderse, el judío ya vencido.
Además, al evangelizar el
mundo pagano, los cristianos no podían argüir que Jesús había sido el Mesías,
puesto que ello no significaba nada para quienes no creían en la Biblia. El
único argumento válido debía ser que el cristianismo era la religión original,
la verdad universal para la humanidad. Para ello, el cristianismo debía ser el
exclusivo poseedor de la historia de Israel.
A fines del siglo I, la Epístola
de Barnabás sostiene que los judíos en rigor habían entendido mal lo que
los cristianos llaman Antiguo Testamento, que nunca habría sido una ley
a ser cumplirda, sino una prefiguración de la Iglesia.
A comienzos del siglo II,
Ignacio de Antioquía lo resume así: "No fue la cristiandad quien creyó en
el judaísmo, sino los judíos quienes creyeron en el cristianismo". Así
nacía el fértil tema de que la Iglesia era, y siempre había sido, el verdadero
Israel. El problema era que el pueblo al que la Iglesia reclamaba haber
reemplazado, continuaba coexistiendo y, más importante aun, se adjudicaba las
mismas fuentes de fe, y afirmaba su anterioridad y su autoría del Antiguo
Testamento.
Se desarrolló una
literatura antijudía, según la cual la Iglesia precedía al Viejo Israel,
remontándose hasta la fe de Abraham e incluso a Adán. La Iglesia era así
"el eterno Israel" cuyos orígenes coincidían con los de la misma
humanidad. La ley mosaica era ergo sólo para los judíos, quienes con ese peso
habían sido castigados por su inmerecimiento y su culto al becerro de oro. La
legislación mosaica se transformaba en un yugo impuesto al Viejo Israel por sus
pecados. Los judíos no sólo eran privados de su rol providencial de pueblo
elegido, sino que además pasaban a ser una nación apóstata.
En los primeros siglos, el
tratado cristiano más completo en contra de los judíos fue el Diálogo con
Trifón de Justino, que explica cómo las desgracias que sufren los judíos
son castigo divino. Y en ese marco, el peor de los mitos es el del
"deicidio", el asesinato de Dios, explicitado por primera vez por
Melito, obispo de Sardis, alrededor del año 150: "Dios ha sido asesinado,
el Rey de Israel fue muerto por una mano israelita". Como consecuencia,
"Israel yace muerto", y el cristianismo conquista toda la Tierra.
Esta acusación, que fue repetida por décadas y siglos, nunca fue la doctrina
oficial de la Iglesia. Pero se arraigó de tal modo en los sermones cristianos
que la Iglesia debió oficialmente rechazarla durante el Concilio Vaticano II de
1965.
La Demonización del Judío
Este género de literatura
judeofóbica se desarrolló mientras la judería estaba humillada, débil y
vencida, cuando no constituía ningún desafío para el cristianismo. En las
derrotas de los judíos, en la disolución de Judea, y en las calamidades que
subsecuentemente azotaron a los israelitas, los cristianos encontraron una
confirmación práctica de aquella teología, una confirmación definitiva de su
creencia en que Dios estaba disgustado con los judíos y no deseaba su
continuidad. Les parecía obvio e indudable que el judaísmo sería
irreversiblemente absorbido en la nueva religión.
Sin embargo, después de
los desastres de los años 70 y 135 (derrotas demoledoras a manos de los
romanos) los judíos fueron lentamente recuperando vitalidad e influencia, y la
reacción cristiana fue un nuevo embate literario.
Entre esos dos años el
cristianismo se transformó en un movimiento definitivamente gentil, que ya no
se focalizaba en los judíos. De acuerdo con Orígenes (s.III, Alejandría), que
fue el primer erudito cristiano que estudió hebreo, los cristianos habían cumplido
con la Ley aun más que los judíos, puesto que éstos la habían interpretado de
un modo fantasioso y creado prácticas vanas; su rechazo de Jesús había
resultado en calamidad y exilio: "Podemos afirmar con confianza que nunca
serán restaurados a su previa condición, porque cometieron el más impío de los
crímenes al conspirar contra el Salvador de la raza humana".
Las muchas polémicas
antijudías en latín que comienzan con la de Tertuliano en el 200 conforman el
género del Adversus Judaeous. La imagen del judío se deteriora más, y
llega a su nadir en el siglo IV. Mientras a fines del siglo III se lo veía como
un infiel, y un competidor, al concluir el siglo IV se lo creía el deicida, una
figura satánica a quien Dios maldecía y por ende el Estado debía discriminar.
El mismo término judío ya era un insulto.
El motivo del
empeoramiento fue la difusión de la teología que explicaba las miserias de los
judíos como un castigo divino por la crucifixión de Jesús. Cuando el
cristianismo se convirtió en la religión dominante en el imperio (323) la
judeofobia ya tenía bases muy sólidas. Había sido el producto tanto de la
mentada necesidad teológica, como de la autodefensa frente al peligro de una
regresión al judaísmo. Era una propaganda inevitable que necesitaba asumir que
el judaísmo había muerto, aun cuando éste se negara a morir.
La Iglesia no reconocía en
el judaísmo una religión distinta, sino una distorsión de la única religión
verdadera, una perfidia, una rebelión obcecada contra Dios. Así lo escribieron
los Padres de la Iglesia.
En el año 338 una horda en
Callinicus, Mesopotamia, fue incitada por el obispo local a incendiar la
sinagoga. Cuando el emperador Teodosio ordenó reconstruirla y castigar a los
incendiarios, la Iglesia se le opuso. Ambrosio, el arzobispo de Milán, le pregunta
en una carta a quién le importaba el incendio, si la sinagoga "es una
choza miserable, un antro de insania y descreimiento que Dios mismo ha
condenado". Sólo por negligencia, agrega Ambrosio, no ha hecho él mismo
destruir la sinagoga de Milán. El poder imperial debe ser puesto al servicio de
la fe. Amenazado en la catedral con la privación de los sacramentos, Teodosio
termina por ceder. Más sinagogas fueron destruidas en Italia, Noráfrica,
España, e incluso la Tierra de Israel, en la que un grupo de monjes liderados
por Barsauma masacraron a muchos judíos.
En el marco de la
literatura Adversus Judaeos de esa época, quien expresa la judeofobia
más virulenta es Juan Crisóstomo (m. 407), para el que no había diferencia
entre el amor por Jesús y el odio por sus supuestos condenadores. Advirtió a
los cristianos de Antioquía que confraternizaban con "los judíos, quienes
sacrifican a sus hijos e hijas a los demonios, ultrajan la naturaleza, y
trastornan las leyes de parentesco... son los más miserables de entre los
hombres... lascivos, rapaces, codiciosos, pérfidos bandidos, asesinos
empedernidos, destructores poseídos por el diablo. Sólo saben satisfacer sus
fauces, emborracharse, matarse y mutilarse unos a otros... han superado la
ferocidad de las bestias salvajes, ya que asesinan a su propia descendencia
para rendir culto a los demonios vengativos que tratan de destruir a la
cristiandad" (en el segundo sermón de los ocho, Crisóstomo se corrige: no
es necesariamente cierto que los judíos devoraran a sus propios hijos, pero
igualmente "mataron a Cristo, que es peor").
El problema fundamental,
con todo, no son las meras referencias de Crisóstomo y otros voceros, sino el
hecho de que tanto él como los otros judeófobos de la Patrística fueron por
siglos (y aún son) venerados como santos.
Por la misma época,
Agustín (354-430) contribuyó al arsenal judeofóbico con la tesis del
pueblo-testigo. Este obispo de Hippo en Noráfrica nunca tuvo contactos con
judíos, pero explicó que los judíos subsistían a fin de probar la verdad del
cristianismo. Al igual que Caín, llevan los judíos una marca. Y aunque no sólo
están equivocados, sino que encarnan la maldad, "no deben empero ser
asesinados".
Esta visión de los judíos
permanece inalterada por siglos. Tomás de Aquino la sintetiza en 1270 cuando
sostiene que "los judíos, como consecuencia de su pecado, fueron
destinados a esclavitud perpetua; por ende los Estados soberanos pueden tratar
sus bienes como su propia propiedad, con la sola provisión de que no los priven
de todo lo que es necesario para mantener la vida". Y Angelo di Chivasso a
fines de la Edad Media: "ser judío es un crimen, no punible empero por un
cristiano".
El abismo teológico había
crecido y ahondado. Como lo señala el teólogo anglicano James Parkes "la
Iglesia no clamaba para sí la Biblia Hebrea en su totalidad. Sólo se asignaron
los héroes y los caracteres virtuosos de las Escrituras, las promesas y los
elogios. Descargaron en los judíos los villanos e idólatras, las amenazas y las
acusaciones. Y ésta era, supuestamente, la descripción del pueblo judío hecha
por Dios. Así lo predicaron asiduamente en todas sus obras, y desde todos los
púlpitos de la cristiandad, domingo tras domingo, siglo tras siglo, siempre que
se trataba de los judíos".
De este modo, sostener que
la judeofobia nació con el cristianismo no implica saltear la hostilidad de los
helenistas egipcios. Significa poner las proporciones adecuadas. La judeofobia
cristiana fue incomparablemente más fuerte que sus predecesoras; fue más
sistemática, con una misión de odiar al judío que era entendida como la
voluntad de divina.
Un noble húngaro, Joseph
Eötvösz, por la década de 1921 solía decir que "antisemita es quien odia a
los judíos... más de lo necesario". Esa definición socarrona no era cierta
en el mundo pagano, que en general fue tolerante para con los judíos, aun
cuando no faltaron en él los judeófobos. Pero una vez que el cristianismo
prevaleció, la judeofobia fue la norma, una plataforma teológica con sus
propias leyes, desprecios, calumnias, animosidad, segregación, bautismos
forzados, apropiación de niños, juicios fraguados, pogroms, exilios,
persecución sistemática, rapiña y degradación social.
Sobre la base de todo
ello, Jules Isaac audazmente tituló a su libro de 1956 Las Raíces Cristianas
del Antisemitismo. Estudiaremos esas raíces y sus ramificaciones, a partir
de la próxima lección.
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errores de estudios
quiero señalar algunos
puntos ,que son inevitables en aclarar, mitos rabinicos historicos.Pablo fue
judio y nunca enseño el abandonar la tora si no que la salvacion era por
fe(menorah)no por cumplir las obras de la tora.Dijo que yeshua vino a cumplir
no a abolir,lo cual significa que la tora es de obligado cumplimiento para sus
seguidores.Lo que vino despues fue a consecuencia de la persecucion romana y su
famoso impuesto por ser judio.
En cuanto a Yeshua si estudian la profecia de Daniel 9
tal vez se les haga un poco de luz.Los judios no mataron al Mesias,si no que el
mismo la dio.Y fueron una mezcla de
gobernadores judios i gentiles que le entregaron.
Yo como mesianico espero que YHVH le de a cada uno su lugar en el tiempo.Shalom
...
Por:
miguel gimenez martinez (miguelgime...) - 07-07-2002
Buenas tardes
Mi nombre es Helaman, y soy
Mormon desde los doce años siempre me ha interesado la cultura y la religión
Judía, y admiro a muchos científicos y personalidades del pueblo escogido por
Dios. Yo creo en el Antiguo Testamento, Nuevo Testamento (hasta donde esta
correctamente traducido) y en el Libro de Mormon Otro Testamento.
La verdad estos libros hablan tanto de ustedes que efectivamente el lector hace
que piense, que son un pueblo Duro en su fe, "Duro" me refiero en ser
perseverantes en guardar los estatutos de la ley Mosaica y ustedes marcan en
parte el pacto con Abraham de que serian benditas todas las familias de la
tierra y siguen siendo el pueblo escogido quieran o no las demás religiones.
Tengo algunas preguntas, de religión:
Se bien, que no creen en Jesucristo, pero no se hasta que punto piensan ¿que
habrá de venir un (Mesías) o que ya no va a venir? y si viene ¿a que a
devenir?.
¿Hasta que libros del antiguo testamentos los consideran sagrados, es decir (El
Pentateuco) o también los demás libros hasta Malaquias?
Hay dos tendencias o religiones entre los Judíos ¿En que consiste esa división
de creencias?
Si bien la Judeofobia fue empezada por el cristianismo, en parte tienen razón.
Sin embargo no siempre ha sido así ya que estos los países cristianos
(Inglaterra)de alguna manera ayudaron al pueblo Judío a tener el estado de
Israel y así los Judíos tener la tierra de su herencia. Tienen el apoyo francés
estadounidenses e ingleses y de otros pueblos cristianos es verdad en su
totalidad muchos pueblos "cristianos" entre comillas porque realmente
no lo debieran ser, sometieron a mucha gente inocente en el holocausto y
actualmente sigan con practicas racistas, muchos pueblos de la tierra son así
de racistas.
Actualmente en los noticieros podemos observar las calamidades del pueblo Judío
con Palestina, es verdad en los noticieros al principio la gente en general vio
con repudio el ataque terrorista palestino, pero a horita después de que
negaron el acceso a los medios de información se teme que por eso no
permitieron el paso a periodistas que pudieron haber hecho una masacre atroz
como los nazis. Yo lo único que se, es que todas las naciones de la tierra
tratarán de robar las riquezas de Israel y todas combatirán contra el. ¿no se
si en ese momento los Judíos esperaran al Mesías? uno semejante a Moisés para
librarlos de la Batalla en contra de las demás naciones, es por eso que hice
referencia a los medios de comunicación. Porque pienso que esta llegando ese
momento, sin embargo es difícil de entender en su plenitud las profecías del
Antiguo Testamento que solamente Ud. entienden en su plenitud.
Me gustaría recibir respuesta de las preguntas mencionadas, claro que
respetuosamente las he hecho. Gracias... ...
Por:
Mormon Helaman (hugolterri...) - 23-04-2002
Unidad 3.-El nacimiento del cristianismo y su indluencia en la
judeofobia.
La historia del
cristianismo es verdaderamente compleja por la gran cantidad de información que
hay al respeco. Pero el cristianismo no surgió con alguien al frente, sino que
fueron judíos rebeldes contra la dominación de roma los que posteriormente se les
llamó, en la literatura, cristianos. Por eso que el cristianismo terminó siendo
una religión de gentiles. El cristianismo fue un invento de los romanos en
tiempo de Constantino, que lo supo utilizar muy bien para sus conquistas,
incluso él mismo no fué cristiano, sino hasta el momento de su muerte, aunque
sí, dicen, dejó que sus hijo fueran educados en el cristianismo. Muy bien
sirvió la leyenda de la cruz que fue utilizada de manera muy audaz. Pero fueron
tantas las ventajas de hacer, diríamos en el lenguaje actual, del sistema, del
stablishment, las creencias de quienes estaban encontra del imperio romano, que
incluso se habían organizado en ciertas "iglesias". Tan ganacioso fue
para Roma que llegó a substituir las creencias paganas de ellos y con ello, todas
las demás religiones y los pueblos que las profesaban, automáticamente, pasaban
a ser paganos, rebeldes, endemoniados, etc. Pienso que debería insistirse más
en este punto y profundizarlo,el señor Perednik tiene, se siente, la erudicción
más que necesario para hacerlo y a nostros, sus lectores, nos beneficiaría
grandemente. ...
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 21-03-2002
Unidad
04: El medioevo temprano y el martirio judío
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Concluimos nuestra última
lección con el libro de Jules Isaac, quien supervisaba la enseñanza de historia
en el Ministerio de Educación de Francia. Cuando en 1943 deportaron y
asesinaron a toda su familia, Isaac decidió dedicar el resto de su vida al estudio
de la judeofobia. En particular, se propuso refutar tres enseñanzas de la
historiografía patrística, a saber:
1. que los judíos son deicidas,
2. que su dispersión fue un castigo divino
por el rechazo de Jesús como el Mesías,
que su religión estaba corrupta en esa época.
La actitud católica
medieval de desprecio a los judíos no excluyó tampoco al principal filósofo
medieval cristiano, Tomás de Aquino, citado en nuestra última lección, y quien
en 1270 escribía: "Como consecuencia de su pecado, los judíos están destinados
a servidumbre perpetua. Los soberanos de los Estados pueden tratar las
posesiones de los judíos como si fueran propias, con la única provisión de no
privarlos de lo necesario para mantenerse vivos". Esta recomendación fue
gradualmente aceptada por los gobiernos seculares. Bajo influencia de la visión
de la Iglesia y sus disposiciones, los judíos fueron sometidos a restricciones,
impuestos especiales, y la obligación de usar distintivos en las ropas, entre
otras limitaciones.
Si la enseñanza del
deprecio se hubiera limitado a la teología, habría causado a los judíos
humillación y pesares, pero no habría llegado a ser, como lo fue, motivo de
atroces sufrimientos. En la conciencia del cristiano fue penetrando la
convicción de que cuando se quería descargar un golpe al diablo, podía hacerse
por medio de golpear al judío.
Antes de estudiar cómo la
teología de los Padres de la Iglesia se tradujo en acción, veamos cómo se
expresó en la ley. El Código de Teodosio II del año 438 fue la primera
colección oficial de estatutos imperiales que sancionaban la inferioridad civil
del judío, definido como "enemigo de las leyes romanas y de la suprema
majestad" y fue la base sobre la que se regularon los asuntos judíos de
ahí en adelante. Así, de las bulas medievales (una bula es un edicto del Papa; bullum
es sello en latín) muchas fueron abiertamente judeofóbicas. Vayan
algunos ejemplos:
Etsi non displiceat (1205, Inocencio III) requiere del rey
terminar con las "maldades" de los judíos; In generali concilio
(1218, Honorio III) exige que los judíos usen ropa especial; Si vera sunt
(1239) resultó en la frecuente quema de libros sagrados judíos; Vineam
Soreth (1278, Nicolás III) establecía la selección de hombres capacitados
para predicar el cristianismo a los judíos; Sancta mater ecclesia (1584,
Gregorio XIII) exigía a los judíos de Roma enviar cada sábado cien hombres y
cincuenta mujeres para escuchar sermones conversionistas en la iglesia; Cum
nimis absurdum (1555, Pablo IV) limitaba las actividades de los judíos y
prohibía su contacto con los cristianos; Hebraeorum gens (1569, Pío)
acusaba a los judíos de magia y otros males, y ordenaba su expulsión de casi
todos los territorios papales; Vices eius nos (1577, Gregorio XIII)
demandaba que los judíos de Roma y otros estados papales que enviaran enviar
delegaciones a la iglesia.
No siempre esta legislación
orientó a reyes y gobernantes. En el año 830, el obispo Agobardo de Lyons,
llamado "el hombre más culto de su tiempo", se alarmó por las
relaciones amistosas que privaban entre su grey y los judíos de la ciudad, que propseraban
y lograban que su religión fuera respetada. Agobardo levantó cargos contra los
judíos ante el rey Luis el Piadoso, requiriendo un retorno al Código
Teodosiano. Su iniciativa no fue bien recibida: el rey, fiel a la línea que
había establecido su padre Carlomagno, permaneció bien predispuesto hacia los
judíos. Años después, tampoco el rey Carlos el Calvo aceptó ratificar las
normas judeofóbicas del Concilio Eclesiástico de Meaux (845) como le demandaba
el obispo Amulo, sucesor y discípulo de Agobardo.
Aquellos reyes fueron los
últimos representantes de la era carolingia, durante la que los judíos gozaron
de igualdad de derechos. En contraste, por el año 950 el emperador bizantino
Constantino VII promulgó un juramento especial, el Juramentum Judaeorum,
que los judíos estaban obligados a tomar en los pleitos con no-judíos. Así fue
hasta por lo menos el siglo XVIII. Tanto el texto y el ritual del juramento,
expresaban una automaldición impuesta, como podemos ver por ejemplo en el Schwabenspiegel
alemán de 1275: "Sobre los bienes por los que este hombre te lleva a
juicio... ayudame Dios que has creado cielos y tierra... para que si comes seas
impuro... y la tierra te trague... sea verdad lo que has jurado... y que
siempre permanezcan sobre ti la sangre y la maldición que tu prosapia ha traído
sobre sí misma cuando al torturar a Jesucristo dijeron 'Sea su sangre sobre
nosotros y nuestros hijos': es verdad... Te ayuden Dios y tu juramento.
Amén".
Juramentos, distintivos y
restricciones fueron una pequeña parte del repertorio judeofóbico medieval. Una
síntesis completa del martirio judío sería muy compleja, porque abarca
diferentes geografías y cronologías. Pero plantearemos a continuación siete prácticas
que eran comunes en Europa, a saber: el bautismo forzado, los sermones
impuestos, las disputas públicas, la quema de libros judíos, los ghettos, las
expulsiones y los genocidios.
Imposición de Bautismos y Sermones
Cuando el cristianismo se
transformó en la religión dominante en el Imperio Romano (s.IV), multitudes de
judíos fueron obligados a bautizarse. El primer relato detallado se remonta al
año 418 en la isla de Minorca. Una ola de conversiones forzadas se expandió por
Europa desde que en 614 el Emperador Heraclio prohibió la práctica del judaísmo
en el Imperio Bizantino. Muchos lo siguieron, como Basilio I que lanzó una
campaña en el 873. Durante las Cruzadas miles de judíos fueron bautizados por
la fuerza, especialmente en la región del Rhineland. En todos los casos las
masas tomaba la ley en sus manos y se imponían a creyentes que se habían
preparado para el martirio.
Con todo, la posición
oficial de la Iglesia tendió a seguir al Papa Gregorio I (540-604, Padre de
la Iglesia medieval) en el sentido de el bautismo no podía ser suministrado
por la fuerza. El problema era la definición de forzoso. ¿Acaso incluía
el bautismo bajo amenaza de muerte? ¿Y cuán forzoso era el bautismo bajo el
temor de castigos a largo plazo? ¿Y el de niños?
Por ejemplo, el obispo de
Clermont-Ferrand, después de que una horda destruyó la sinagoga de la ciudad,
recomendó a los judíos el 14 de mayo del 576: "Si estáis dispuestos a
creer como yo, convertiros en uno de nuestra feligresía y seré vuestro pastor;
pero si no estáis dispuestos, partid de este lugar". Alrededor de
quinientos judíos de Clermont se convirtieron, y hubo celebraciones en la
cristiandad. Los otros judíos partieron a Marsella. ¿Podía definirse aquella
conversión como forzada? O si no, en el 938 el papa le indicó al
arzobispo de Mainz que expulsara a los judíos de su diócesis si se negaban a
convertirse voluntariamente (insistió en que no se aplicara "la
fuerza").
Dijimos que el otro dilema
fueron los casos de niños. ¿A qué edad podía el bautismo considerarse
"voluntario" y no un gesto comprado por bagatelas? El mentado
Agobardo en el 820 reunió a todos los niños judíos y bautizó a los que no
habían sido alejados a tiempo por sus padres, si le parecían dispuestos a
aceptar el cristianismo.
Una de las cláusulas de la
Constitutio pro Judaeis, promulgada por papas sucesivos entre los siglos
XII y XV, declaraba categóricamente que ningún cristiano debía usar la
violencia para forzar judíos al bautismo. Lo que no decía era qué debía hacerse
en los casos en que la conversión ya había sido impuesta: si era válida
de todos modos o si el judío podía retornar a su fe.
La respuesta es que la
condena eclesiástica al bautismo forzado no se modificó, pero su actitud
respecto de problemas post-facto se endureció con el transcurrir de los siglos.
En una carta de 1201, el Papa Inocencio III estableció que un judío que se sometía
al bautismo bajo amenazas, de todos modos había expresado una voluntad de
aceptar el sacramento, y por ello no le era permitido renunciar a él
posteriormente.
Para el cristianismo
medieval, el retorno a la vieja fe era una herejía punible con la muerte.
Incluso en el año 1747 el Papa XIV decidió que una vez bautizado un niño, aun
ilegalmente, debía ser considerado cristiano y educado en consecuencia.
Así ocurrió con las olas
de bautismos forzados más tardías, en el reino de Nápoles durante las últimas
décadas del siglo XIII, y en España en 1391, que comenzó con los desmanes que
liderara el archidiácono Ferrant Martinez. Cientos de judíos fueron masacrados
y comunidades enteras convertidas por la fuerza, y su trágica secuela fue el
fenómeno de los marranos (una voz peyorativa para denominar a los Nuevos
Cristianos y sus descendientes). Esta gente continuó practicando el
judaísmo parcial y clandestinamente, hasta después del siglo XVIII.
En Portugal, miles de
judíos se asentaron después de su expulsión de la vecina España en 1492. El rey
Manuel decidió que para purgar su reino de la herejía, no era necesario
expulsar a sus súbditos judíos, quienes constituían un valuable patrimonio
económico. En vez de ello, se embarcó en una campaña sistemática de
conversiones forzadas inicialmente dirigidas contra los niños, quienes eran
arrancados de los brazos de sus padres en la esperanza de que los adultos los
siguieran en la cristianización.
La furia de las
conversiones en Portugal explica tanto el hecho de que para 1497 no había un
sólo judío abiertamente practicante en el país, y también por qué el fenómeno
del marranismo fue más tenaz allí hasta el día de hoy.
Un nuevo capítulo en la
historia del bautismo forzado comenzó en 1543 con el establecimiento de la Casa
de los Catecúmenes (candidatos a la conversión) primero en Roma y luego en
muchas otras ciudades. Una década después el papa impuso un impuesto a las
sinagogas a fin de costear a los Catecúmenes (ese pago se abolió sólo en
1810).
El converso potencial era
adoctrinado por cuarenta días, al cabo de los cuales decidía si convertirse o
regresar al ghetto. Toda persona que por cualquier excusa era considerada con
inclinaciones al cristianismo, podía ser internada en la Casa de los
Catecúmenes para explorar sus intenciones.
Para agravar las cosas,
corría una superstición popular según la cual quien lograba la conversión de un
infiel se aseguraba así el paraíso. Un tropel de ese tipo de procedimientos se
esparció a lo largo y ancho del mundo católico. A mediados del siglo XVIII los
jesuitas desempeñaron un rol protagónico en la práctica.
Varios casos fueron
notorios. En 1762 una horda se avalanzó sobre el hijo del rabino de Carpentras,
y lo bautizó en una zanja, por lo que el joven debió abandonar a su familia. En
1783 fueron secuestrados los niños Terracina para ser bautizados, y se generó
una revuelta en el ghetto de Roma. En 1858, la policía papal secuestró de su
hogar en el ghetto de Bolonia a Edgardo Mortara, de seis años, quien había sido
secretamente bautizado por una doméstica que lo creyó mortalmente enfermo.
Los Mortara trataron en
vano de recuperar a su hijo. Napoleón III, Cavour y Francisco José estuvieron
entre los que protestaron el secuestro, y Moisés Montefiore viajó al Vaticano
en un esfuerzo estéril por convencer al papa de que ordenara la liberación del
niño. La fundación de la Alliance Israélite Universelle en 1860 "para
defender los derechos civiles de los judíos" fue en parte una reacción a
este caso.
El papa rechazó los
pedidos de clemencia y, sólo en 1870, cuando cesó el poder de la policía papal,
el niño salió en libertad. Ya no era Edgardo: el joven había decidido adoptar
el nombre papal Pío, era un novicio de la orden de los agustinos y un ardiente
conversionista en seis idiomas. Su trágico fin fue que falleció en Bélgica en
1940, un par de semanas antes de la invasión alemana que le habría impuesto un
retorno a su identidad judia.
Durante el segundo cuarto
del siglo pasado, el imperio ruso instituyó el sistema de los cantonistas,
sobre los que hablaremos en otra lección, y que involucraba el virtual
secuestro de niños judíos a fin de hacerlos servir militarmente durante varias
décadas, con la explícita intención de que abandonaran el judaísmo.
En cuanto a la imposición
de sermones a los judíos, también fue pionero el mentado Agobardo. En su Epistola
de baptizandis Hebraeis (año 820) señala que bajo sus órdenes la clerecía
de Lyons iba todos los sábados a predicar en las sinagogas, con asistencia
obligatoria de los judíos. El sistema se regularizó con la fundación de la
Orden Dominica (1216). Una ley de Jaime I de Aragón (1242) que recibió
aprobación papal, se refiere a la obligatoriedad de la asistencia. El mismo rey
dio la arenga en la sinagoga. En 1279 el rey Eduardo I impuso la práctica en
Inglaterra. El siglo XV encontró, entre los predicadores más destacados, a
Vicente Ferrer en España y Fra Matteo di Girgenti en Sicilia. La práctica se
exacerbó a partir de la Contrarreforma, que vino acompañada por una reacción
judeófoba.
En Roma, cien judíos y
cincuenta judías debían asistir a una iglesia designada para recibir sermones,
generalmente de apóstatas que debían ser pagados por la misma comunidad judía.
La supervisión de bedeles con varas, aseguraba que nadie se distrajera. Michel
de Montaigne registra que en Roma en el 1581 escuchó un sermón de Andrea del
Monte, cuyo lenguaje fue tan brutal que los judíos pidieron protección a la
curia papal. En 1630 los jesuitas iniciaron los sermones en Praga, y el
emperador Ferdinando II los instituyó en en el auditorio de la universidad de
Viena, adonde debían asistir doscientos judíos, una parte fija de los cuales
debían ser adolescentes.
La imposición de sermones
se prolongó por un milenio. Los derogaron la Revolución Francesa, y las tropas
napoleónicas que fueron difundiendo las ideas revolucionarias por Europa.
Después de la caída de Napoleón, se restablecieron en Italia al regresar el
gobierno papal, pero Pío IX finalmente los abolió en 1846. Para esa época el
poeta Robert Browning trató de reflejar el sentir judío durante los sermones:
"...cuando
entró con alaridos el verdugo en nuestra cerca,
nos aguijoneó como perros hacia el redil de esta iglesia.
Su mano, que había destripado mi talega
ahora desborda para ahogar mis creencias.
Pecan en mí hombres raros que a su Dios me llevan".
Disputas y Quemas de Libros
La proscripción de la
literatura judía comenzó en el siglo XIII, como un derivado de la decisión de
1199, por la que el Papa Inocencio III advirtió a los legos que las Escrituras
debían quedar bajo interpretación exclusiva del clero.
En el 1236, el apóstata
Nicolás Donin envió desde París un memorandum al Papa Gregorio IX, en el que
formulaba treinta y cinco cargos contra el Talmud (que era blasfemo,
antieclesiástico, etc). El papa terminó por enviar un resumen de las
acusaciones a los eclesiásticos franceses, ordenando que se aprovechara la
ausencia de los judíos de sus casas mientras rezaban en las sinagogas, y se
confiscara sus libros (3/3/1240). Además se instruía a las Ordenes Dominica y
Franciscana en París que "hicieran quemar en la hoguera los libros en los
que se encuentraran errores" de corte doctrinario. Indicaciones similares
se enviaron a los reyes de Francia, Inglaterra, España y Portugal.
Recordemos que el Talmud
no empezó a traducirse hasta el siglo pasado, y que su idioma original, el
arameo, era conocido sólo por los judíos o los estudiosos del tema. Por ello
cuando el hebraísta cristiano Andrea Masio repudió las censuras y quemas de libros
judíos, adujo que una condena cardenalicia sobre esos libros era tan válida
como la opinión de un ciego sobre diversos colores.
Como consecuencia de la
circular de Gregorio IX, también se llevó a cabo la primera disputa religiosa
pública entre judíos y cristianos, en París, entre el 25 y el 27 junio del
1240. El Rabí Iejiel que debió defender públicamente al Talmud, no logró evitar
que un comité inquisitorial lo condenara. En junio de 1242, miles de volúmenes
fueron quemados públicamente.
La práctica fue
convirtiéndose en norma, y muchos papas posteriores promovieron la quema del
Talmud. Otra disputa famosa se efectuó en Barcelona en el 1263, después de la
cual Jaime I de Aragón ordenó a los judíos borrar del Talmud referencias
supuestamente anticristianas, so pena de quemar sus libros. También la disputa
de Tortosa (1413) concluyó restringidendo los estudios de los judíos de Aragón.
Un nuevo ímpetu se dio a
las prohibiciones de libros judíos en 1431 cuando en el Concilio de Basilea, la
bula del papa Eugenio IV directamente prohibió a los judíos el estudio del
Talmud.
Los ataques contra el
Talmud se extremaron durante el período de la Contrarreforma en Italia, a
mediados del siglo XVI. En agosto de 1553 el papa designó al Talmud
"blasfemia" y lo condenó a la hoguera junto con otras fuentes de
sabiduría rabínica. El día de Rosh Hashaná de ese año (5 de septiembre) se
construyó una una pira gigantesca en Campo de Fiori en Roma, los libros judíos
se secuestraron de las casas mientras los judíos rezaban en las sinagogas, y se
quemaron públicamente miles de ejemplares.
Por orden inquisitorial,
el procedimiento se repitió en los Estados papales, en Bolonia, Ravena,
Ferrara, Mantua, Urbino, Florencia, Venecia y Cremona.
Unos años después Pío IV
levantó la prohibición del Talmud (1564) pero la frecuente confiscación de
libros judíos continuó hasta el siglo XVIII. El Talmud fue probablemente el
libro más vilipendiado de la historia humana. A fin de escribir su tratado de dos
mil páginas Endecktes Judemthum (El judaísmo desenmascarado) de
1699, Johannes Eisenmenger pasó veinte años estudiando en una ieshivá (academia
de estudios talmúdicos), tan profundo era su odio por un libro que mantenía al
judaísmo viviente.
Durante los dos últimos
siglos, "expertos" de diversa índole fabricaron una vasta literatura
que "revelaba las blasfemias" del Talmud (una literatura inútil hoy
en día, cuando el Talmud está al alcance de todos por medio de las muchas
traducciones a los principales idiomas).
El último auto-de-fe
contra el Talmud fue en 1757 en Kamenets (Polonia) donde el obispo Nicolás
Dembowski ordenó la quema de mil copias del Talmud.
Otra práctica judeofóbica
medieval fue el establecimiento de barrios para judíos, rodeados de muros que
permanecían sellados de noche y podían traspasarse sólo con permisos oficiales.
El término ghetto con que se los designaba, pudo surgir del barrio en
Venecia, que estaba cerca de una fundición (getto en italiano) y que en
1516 se transformó en residencia obligada de los judíos. O podría derivar del
arameo guet, término relativo a separación.
Aunque en muchos casos
nacía voluntariamente (por necesidades de cementerio, premisas para mikve
o baño ritual, etc.) fueron mayormente resultado de la tendencia eclesiástica
que desde el siglo IV aislaba y humillaba a los judíos. La disposición oficial,
con todo, se promulgó sólo en el Tercer Concilio Laterano (1179) que prohibió a
cristianos y judíos residir juntos. Ghettos famosos hasta la Reforma fueron el
de Londres (1276), Bolonia (1417) y Turín (1425).
Como en el caso de las
otras prácticas ya mencionadas, los ghettos se difundieron más cuando la
Iglesia reaccionó contra la Reforma, una reacción que en general agravó la
situación de los judíos en las regiones que permanecieron católicas. Desde la
segunda mitad del siglo XVI ghettos fueron introducidos, primero en Italia y
luego en el imperio austríaco. En Venecia se creó como una institución estable
(1516) y en Roma, los judíos fueron obligados a trasladarse y se les amuralló
(fue el 26/7/1555 que coincidió con la trágica conmemoración del 9 del mes de
Av).
En los países musulmanes,
comenzó enteramente voluntario, y así permaneció bajo el imperio otomano. Allí,
cuando en los siglos XIX-XX se levantó la obligación de residir en el ghetto,
la mayoría optó por permanecer en ellos.
En 1796 las tropas
republicanas francesas demolieron todas las murallas de los ghettos en Italia.
Con la caída de Napoleón (1815) hubo un fallido intento de restablecerlos. Los
portones del de Roma fueron finalmente destruidos en 1848, y no volvió a construirse
ghettos hasta el ascenso del nazismo en Europa.
El ghetto fue central en
el devenir de la judeofobia, puesto que fortalecía el estereotipo del judío
demoníaco. Una figura que, aun si accedía a contactos con los cristianos
durante el día, regresaba a la noche a su antro amurallado y a sus prácticas
despreciadas.
Y además, como a los
ghettos no se les permitía expandirse, eran en general insalubres y
superpoblados. Se suponía que la degradación y humillación del judío llevaría
ulteriormente a su cristianización. Por ello, el publicista católico
G.B.Roberti exclamó ante un ghetto del siglo XVIII que "era una mejor
prueba de la religión de Jesucristo, que una escuela entera de teólogos".
Las dos últimas prácticas
que anunciamos fueron las más brutales: expulsiones y genocidios, que serán
analizadas en la próxima lección.
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Unidad04.- El medioevo temprano y el martirio judio.
Recuento breve de tanta
infamia que ha sufrido un pueblo que tanto ha aportado a la humanidad
entera....
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 23-03-2002
Unidad 05:
La Judeofobia medieval
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Vimos cómo a partir del
cristianismo fue gestándose una judeofobia novedosa, más grave, que alcanzó su
acérrimo punto durante el siglo IV, llamado por Flannery "el más
funesto". La teología de odio hacia los judíos se expresó en bulas
papales, y en la persecución a los judíos por medio de sermones y bautismos por
la fuerza, quemas y prohibiciones de libros, disputas y ghettos.
En esta lección añadiremos
dos prácticas: las expulsiones sistemáticas de judíos, que también fueron la
política a partir del mentado siglo IV, y las matanzas en gran escala, que
comenzaron en el siglo XI.
Hubo precedentes de
expulsiones en Roma (tres veces: en el 139 a.e.c., en el 19 e.c. por Tiberio y
en el 50 e.c. por Claudio); y en Jerusalem, a la que los judíos tuvieron
prohibida la entrada entre el 135 y el 638. Pero las expulsiones posteriores
incluyeron la remoción de judíos de países enteros y por períodos extensos (por
ejemplo, para fines del siglo XIII, ya habían sido expulsados de Inglaterra,
Francia y Alemania).
Debido a las persecuciones,
y a las restricciones a sus ocupaciones, cuando un judío llegaba a
enriquecerse, optaba por invertir sus bienes en contante y sonante, y no en
bienes inmuebles. Por ello, frecuentemente era utilizado por los reyes como
prestamista oficial del cual obtener recursos al contado, con la ventaja
adicional de que dichas operaciones no estarían sometidas a las limitaciones
eclesiásticas en materia de préstamo a interés.
Asimismo, el rey unificaba
las actividades financieras por medio de colocar al judío como colector de los
impuestos que cobraba a los campesinos. Así, a los ojos de éstos el judío
agravaba su imagen por medio de la odiosa tarea, que era su modo de garantizar
su incierta existencia.
La realeza protegía a
"sus judíos" mientras le resultaban útiles, y hasta tanto no
estallara el clamor de los deudores empobrecidos. Cuando el resentimiento de
las masas hervía debido a los altos impuestos, el rey transformaba a los judíos
en chivos expiatorios, se unía a la furia popular, y echaba mano a la mitología
judeofóbica. Se atribuía visos de "buen cristiano" aun cuando sus
móviles hubieran sido meramente económicos. Y al rey se asociaban comerciantes
y artesanos cristianos que repentinamente se veían libres de la competencia de
los judíos. Así ocurrió casi en cada país europeo.
En Inglaterra, durante la
guerra civil de 1262, los judíos fueron atacados en muchas localidades; sólo en
Londres mil quinientos fueron asesinados. En el 1279 todos los judíos de la
ciudad fueron arrestados bajo cargo de que adulteraban la moneda del reino.
Después de un juicio en Londres, doscientos ochenta fueron ejecutados y el rey
Eduardo I ordenó la expulsión de todos los demás, apropiándose de todas sus
posesiones. El plazo para abandonar el reino fue el Día de Todos los Santos
del año 1290.
En octubre, dieciséis mil
judíos partieron a Francia y Bélgica; muchos de ellos perecieron apenas cruzado
el río Thames en el que un capitán los hacía ahogarse. La readmisión de los
judíos a Inglaterra se produjo sólo en 1650.
Francia los expulsó de la
mayor parte de su territorio en 1306 (y los que eventualmente regresaron,
volvieron a ser expulsados en 1394) y no fueron oficialmente readmitidos hasta
1789. De las diversas regiones de Alemania fueron expulsados mayormente durante
la Peste Negra, a la que nos referiremos en la próxima lección. En Rusia la
residencia de los judíos fue prohibida entre el siglo V y 1772 (cuando masas
judías fueron incorporadas desde los anexados Polonia-Lituania). En 1495 fueron
expulsados de Lituania, y readmitidos ocho años después. Expulsiones de
ciudades específicas hubo muchas, como Praga en 1744 o Moscú en 1891.
La expulsión más destacada
es la de España, en 1492, que removió por virtualmente medio milenio a casi
trescientos mil judíos, la mayor comunidad hebrea de la época, que había
producido filósofos, astrónomos, poetas, médicos y notables contribuciones al Siglo
de Oro español.
Después de la boda entre
Fernando e Isabel, que unificó los tronos de Castilla y Aragón en 1479, la
homogeneidad nacional española se transformó en un objetivo real, y los judíos
(y más tarde los conversos) fueron percibidos como una amenaza a dicho
objetivo.
Al principio, los Reyes
Católicos continuaron usando funcionarios judíos y conversos, pero
ulteriormente requirieron del papa que extendiera a su reino las actividades de
la Inquisición. En el 1480 dos dominicos fueron designados inquisidores y en
los seis años siguientes más de setecientos conversos fueron quemados en la
hoguera. Tomás de Torquemada, confesor de la reina, fue nombrado Inquisidor
General en el 1483, y la institución impuso el terror a los judíos de aldea en
aldea. En una década la Inquisición condenó a trece mil conversos, hombres y
mujeres.
La marcha hacia la completa
unidad religiosa fue vigorizada cuando cayó el último bastión del poder
musulmán en España, con la entrada triunfal de los Reyes Católicos en Granada,
el 2 de enero del 1492. La presencia de miles de conversos que se mantenían
secretamente fieles al judaísmo, fue considerada un escándalo que probaba que
no bastaban la segregación de los judíos y restricciones a sus derechos: los Nuevos
Cristianos aún debían ser alejados de la influencia de judía.
El edicto de expulsión
total fue firmado en Granada y en mayo comenzó el gran éxodo. A partir de
entonces, la vieja preocupación acerca de los Nuevos Cristianos se
transformó en una obsesión contra aquellos que habían permanecido. Se prohibió
a los Marranos y sus descendientes ejercer cargos públicos, así como la
pertenencia a corporaciones, colegios, órdenes, e incluso la residencia en
ciertas ciudades.
Los roles públicos fueron
reservados en exclusividad a los cristianos de "ascendencia
impecable", es decir quienes no eran sospechosos de antepasados judíos
cualesquiera. Si no quedaban judíos, pues el odio judeofóbico necesitó de otro
continente para descargarse: los Nuevos Cristianos. Con el transcurso
del tiempo, fueron redoblándose los esfuerzos para desenterrar todo resabio de
antepasados "impuros" que hubiera sido pasado por alto.
En Portugal, la
discriminación legal entre Viejos y Nuevos Cristianos fue abolida
oficialmente sólo en 1773. España fue más lejos: hasta 1860 se exigía pureza
de sangre para ingresar a la academia militar, y la más prestigiosa de sus
escuelas, la San Bartolomé de Salamanca, se ufanaba de que rechazaba
todo candidato sobre el que se corriera el más mínimo rumor de contar con
antepasados judíos. Pero nadie podía estar absolutamente seguro de tener
"pureza de sangre desde tiempo inmemorial", por lo que la mancha era
negociable por medio de testigos sobornados, genealogías barajadas y documentos
falsificados.
Con todo, el más atroz de
los sufrimientos judíos aún no ha sido abordado. Lo descripto hasta ahora fue
muchas veces considerado un mal menor, ya que la acechanza de genocidios
siempre se cernía sobre los judios. Así se infiere por ejemplo de los escritos
de un conocido filósofo y rabino, el Maharal de Praga. Este anota que la era
del exilio que a él le había tocado en suerte era tolerable porque el principal
sufrimiento se limitaba a las expulsiones. Así reza un poema de Eljanan Helin
de Frankfurt de 1692: "partimos en júbilo y en tristeza; aflicción, debido
a la destrucción y la desgracia. Mas nos alegramos de haber escapado con tantos
sobrevivientes". También en Tevie el Lechero, la famosa obra de
Scholem Aleijem (1894), toma las expulsiones con ligereza: la razón por la que
usamos sombreros, deduce, es que debemos estar siempre preparados para partir
en cualquier momento.
Sin embargo, las
expulsiones no sólo significaban ingentes pérdidas de propiedad, sino un
debilitamiento de cuerpo y de espíritu. Dejaron una marca indeleble en el
pueblo judío y su devenir, con sentimientos de extranjería. Los judíos eran
como empujados a los márgenes de la historia. Considérese que después de 1492
no había judíos abiertamente identificados a lo largo y ancho de toda la costa
europea del Atlántico Norte, durante un período en el que allí estaba el centro
del mundo.
Matanzas Totales: Ocho Ejemplos
Pero la peor parte del
martirio judío fueron sin duda las matanzas, que desde la antigüedad habían
tenido lugar esporádicamente, y desde las Cruzadas fueron sistemáticas. La
judeofobia fue superando su crueldad a lo largo de los siglos, y cada
superlativo iba empequeñeciéndose por eventos posteriores.
Matanzas bajo dominio
cristiano, datan ya de los primeros siglos. En Antioquía (ciudad que asumió en
el Este la importancia de Alejandría) facciones enfrentadas (los azules
y los verdes) terminaron por masacrar judíos e incendiar la sinagoga de
Daphne junto con los huesos de las víctimas (circa 480). El emperador Zenón se
limitó a comentar entonces que hubiera sido preferible quemar a los judíos
vivos.
Pero esas masacres
ocasionales devinieron en norma durante la primera mitad de este milenio, el
período en el que la Iglesia alcanzó el cenit de su poder. A modo de resumen,
digamos que los principales genocidios de judíos en la primera mitad del
milenio tuvieron lugar en el transcurso de cada una de las tres primeras
Cruzadas, y de cuatro campañas judeofóbicas que las sucedieron. Añadiré a su
enumeración, el año y el nombre de los cabecillas, a saber: la Primera Cruzada
(Godofredo de Bouillon, 1096); la Segunda Cruzada (el monje Radulph, 1144); la
Tercera Cruzada (Ricardo Corazón de León, 1190); los Judenschachters
(Rindfleisch, 1298); los Pastoureaux (el fray Pedro Olligen, 1320); los
Armleder (John Zimberlin, 1337); y la Muerte Negra (Federico de Meissen, 1348).
Como escribiera Flannery,
para encontrar en la historia de los judíos un año más fatídico que 1096,
habría que remontarse a mil años antes hasta la caida de Jerusalem, o a casi
nueve siglos después hasta el Holocausto. Todo comenzó el 27 de noviembre del
1095 en la ya mencionada ciudad de Clermont-Ferrand, cuando durante la clausura
de un concilio, el Papa Urbano II convocó una campaña "para liberar Tierra
Santa del infiel musulmán". Hordas de caballeros, monjes, nobles y
campesinos, se lanzaron sin organización a la aventura, pero eventualmente
optaron por comenzar la purga de los "infieles locales", y
acometieron ferozmente contra los judíos de Lorena y Alsacia, exterminando a
todos los que se negaban a bautizarse. Corrió el rumor de que el líder
Godofredo había jurado no poner en marcha la cruzada hasta tanto no se vengara
la crucifixión con sangre judía, y que no toleraría más la existencia de
judíos.
En efecto, un común
denominador de las matanzas enumeradas fue el intento de barrer a la población
judía íntegra, niños incluidos. Los judíos franceses advirtieron del peligro a
sus correligionarios alemanes, pero infructuosamente. A lo largo del valle del
Rhin, las tropas, incentivadas por predicadores como Pedro el Hermitaño,
ofrecieron a cada una de las comunidades judías la opción de la muerte o el
bautismo. En Speyer, mientras los crusados rodeaban la sinagoga, en donde se
había refugiado la comunidad presa del pánico, una mujer reinició la tradición
de Kidush Hashem, la aceptación voluntaria del martirio para gloria de
Dios. Cientos de judíos se suicidaron y algunos aun sacrificaban primero a sus
propios hijos. En Ratisbon, los cruzados sumergieron a la comunidad judía
entera en el río Danubio a modo de bautismo colectivo. Las matanzas se sucedían
en Treves y Neuss, en las aldeas a lo largo del Rhin y el Danubio, Worms,
Mainz, Bohemia y Praga.
El fin del viaje era
Jerusalem, en donde los crusados hallaron a los judíos agolpados en sus
sinagogas y procedieron a incendiarlas (1099). Los pocos sobrevivientes fueron
vendidos como esclavos, algunos de los cuales fueron eventualmente redimidos
por comunidades judías de Italia. Pero la comunidad judía de Jerusalem quedó
destruida por un siglo. En los primeros seis meses de la Primera Cruzada
aproximadamente diez mil judíos fueron asesinados, que constituían en esa época
un tercio de las poblaciones judías de Alemania y el norte de Francia.
En el año 1144, los
cruzados perdieron Edessa, y se temió por la suerte del Reino Latino de
Jerusalem. El Papa Eugenio III convocó la Segunda Cruzada, y sus sucesores
"judaizaron" la marcha. Se estipuló que no debía pagarse interés
sobre el dinero que se tomara de de judíos para financiar la cruzada (nótese
que desde el siglo XIII el término cruzada se aplicó a toda campaña de
la que la Iglesia se veía políticamente beneficiada).
En el 1146 el monje
Radulph exhortó a los cruzados a vengarse en "los que crucificaron a
Jesús". Centenares de judíos del Rhineland cayeron ante las hordas
incitadas que los aplastaban al grito de Hep, Hep! (esta consigna, que
probablemente era la abreviatura del latín Jerusalem se ha perdido, fue
un lema judeofóbico muy popular en Alemania, y así se denominaron los tumultos
contra judíos alemanes en 1819).
Brutalidades se
perpetraron en Colonia y Wuezburg en Alemania, y en Carenton y Sully en
Francia. El famoso maestro Rabenu Jacob Tam fue acuchillado cinco veces en
recuerdo de las heridas sufridas por Jesús. Pedro de Cluny (llamado el Venerable)
solicitó que el rey de Francia castigara a los judíos por "macular el
cristianismo. No debería matárselos, sino hacerlos sufrir tormentos espantosos
y prepararlos para una existencia peor que la muerte". Puede verse que el
pretendido celo religioso de estos judeófobos no era sino una máscara para
poder descargar sus instintos más sádicos, ideológicamente justificados.
La tregua que se dio a los
judíos europeos después de de las dos primeras cruzadas, fue balanceada por las
persecuciones a las que los sometieron los almohades en España y Noráfrica.
Pero cuando Saladino puso fin al reino crusado en Jerusalem, una Tercera
Cruzada fue lanzada, a la que se sumaron con entusiasmo el emperador de
Alemania y el rey Felipe Augusto de Francia, quien ya había hecho quemar a cien
judíos en Bray, como castigo por el ahorcamiento de uno de sus oficiales que
había asesinado a un judío.
La novedad de la Tercera
Cruzada fue que repercutió más en Inglaterra, que en las dos primeras había
tenido un rol menor. Las comunidades judías de Lynn, Norwich y Stamford, fueron
íntegramente destruidas. En York, los judíos se refugiaron en el castillo, al
que se le puso sitio, y en el que se autoinmolaron a comienzo de la Pascua
hebrea.
Para los judíos, las
Cruzadas pasaron a simbolizar la inveterada hostilidad del cristianismo.
Trescientos rabinos emigraron en el 1211 a Eretz Israel, en la certeza de que
si permanecían en Europa Occidental pocas serían sus posibilidades de
sobrevivir. Y como lo rubrica Flannery "los que decidieron quedarse
terminaron lamentando su decisión". Al mismo tiempo, el recuerdo de los
mártires fue para los judíos una fuente de inspiración para las generaciones
posteriores: Dios los había puesto a prueba y demostraron ser héroes. Su
martirio fue percibido como una victoria, símbolo del pueblo entero. La mayoría
de los que se convirtieron por la fuerza pudieron ulteriormente regresar al
judaísmo... y terminaron siendo víctimas de las matanzas que estallaron después.
En la percepción del cristiano, el judío se había transformado en el implacable
enemigo de su fe.
Las Cruzadas revelaron en
toda su dimensión el peligro físico en el que se hallaban los judíos, lo que
resultó en dos efectos. En principio, los judíos se mudaron mudarse a ciudades
fortificadas en las que serían menos vulnerables (esto puede ser una explicación
parcial del carácter urbano de los judíos que fue mencionado en la segunda
lección). Segundamente, se instituyó el status de "siervos de la cámara
real". Los judíos compraron la protección de emperadores y reyes a un
elevado precio. Se consideraba que tendrían un privilegio si se los protegía
del fanatismo de las masas y de la rapacidad de los barones. Pero en poco
tiempo la supuesta protección se transformó en un artificio para enriquecer la
Corona.
La teología ayudaba. El
Papa Inocencio III proclamó la "servidumbre perpetua de los judíos" y
el jurista Enrique de Bracton (m.1268) definió que "el judío no puede
tener nada de su propiedad. Todo lo que adquiere lo adquiere para el rey".
Para el siglo XIII era un buen negocio poseer algunos judíos, antes de que
fueran eventualmente masacrados. Y las matanzas que sucedieron a las Cruzadas
probaron ser las más sombrías.
En Rottingen en 1298 un
noble llamado Rindfleisch incitó a las masas, que quemaron en la hoguera a la
comunidad íntegra. Luego sus Judenschachters (asesinos de judíos)
atravesaron Austria y Alemania saqueando, incendiando y asesinando judíos a su
paso. Ciento cuarenta comunidades fueron diezmadas; cien mil judíos asesinados.
En el 1306 el rey de
Francia hizo arrestar a todos los judíos en un mismo día y les ordenó abandonar
el país en el plazo de un mes. Cien mil lo hicieron y se asentaron en comarcas
vecinas; nueve años después fueron readmitidos... para ser nuevamente masacrados.
Un monje benedictino
lideró a los Pastoureaux (pastorcitos) en una especie de cruzada que
destruyó ciento viente comunidades. En reacción a la matanza de los Pastoureaux
en Castelsarrasin y otras localidades entre el 10 y el 12 de junio del 1320, el
vizconde de Tolosa comandó una tropa para detener a los revoltosos, y cargó
veinticuatro carros de Pastoureaux, a fin de encarcelarlos en el castillo de la
ciudad. Sin embargo, el populacho vino en socorro de los saqueadores y los
liberó. En efecto, otra característica común de los genocidios es el grado
pasmoso de apoyo campesino con el que contaban. Y como es habitual en la
judeofobia, lo peor estaba por venir.
En el 1336 John Zimberlin,
un iluminado que había "recibido un llamado para vengar la muerte de
Cristo matando judíos" lideró a cinco mil enardecidos armados, que usaban
bandas de cuero en los brazos (los Armleder) y se lanzaron al asesinato
de los judíos alsacianos. En Ribeauville fueron masacrados mil quinientos.
Finalmente, el 28 de agosto del 1339 se concluyó un acuerdo entre el obispo de
Estrasburgo y Zimberlin, que puso fin a los desmanes.
El séptimo genocidio
mencionado en la lista fue el de la Muerte Negra. Una plaga mató a alrededor de
un tercio de la población de Europa entre 1348 y 1350 (casi cien millones de
personas). Las comunidades judías de Europa fueron exterminadas por el populacho
enloquecido por tanta muerte. ¿Quién podía ser culpable de la plaga sino el
archiconspirador y envenenador, el judío?
El emperador Carlos IV
ofreció inmunidad a los que atacaran judíos, otorgándoles sus propiedades a los
favoritos de la corte... ¡incluso antes de que una matanza tuviera lugar! Por
ejemplo, le ofreció al arzobispo de Trier los bienes de los judíos "que ya
han sido muertos o lo sean en el futuro" y a un margrave de Nurenberg la
elección de las casas de judíos "cuando la próxima matanza se lleve a
cabo".
Debido a Hitler que superó
a todos, se tiene poco en cuenta los genocidios previos. El ucraniano Bogdan
Chmielnicky fue eventualmente olvidado al perder su rol de peor genocida
judeofóbico. Combatió la dominación polaca de su país asesinando a más de cien
mil judíos en 1648-1649, y hasta hoy es reverenciado como héroe nacional de
Ucrania. Así lo describió el cronista de la época, Natan Hanover en su libro Ieven
Metzula ("El fango profundo") págs. 31-32: "A algunos de los
judíos les arrancaban la piel y arrojaban su cuero a los perros. A otros les
cortaban las manos y los pies y arrojaban a los judíos al camino en donde eran
finalmente pisoteados por caballos... Muchos eran enterrados vivos. A los
infantes se los mataba en el pecho de la madre; a muchos niños se los
despedazaba como pescado. Desgarraban los vientres de las mujeres preñadas,
extraían a los bebés no nacidos y se los tiraban a las madres en las caras. A
algunas les abrían el vientre y reemplazaban el feto con gatos vivos y las
dejaban así, asegurándose primero de cortarles las manos para que las mujeres
no pudieran sacarse el gato de su cuerpo... No hubo nunca en el mundo una
muerte no-natural que no les infligieran".
La pregunta acerca de cuán
profundo debe de ser un odio que lleve a semejantes atrocidades, tendrá
respuesta parcial en la próxima clase, cuando nos refiramos a la mitología
judeofóbica que las sostuvo. Pero adelantemos que tanta muerte atroz debe ser
motivo de reflexión. Máximo Kahn, un intelectual judío que escapó de Alemania y
se radicó en la Argentina, escribió en 1944: "La muerte de los judíos es,
quizá, la más enigmática de todas las muertes; ciertamente es la más acusadora.
Durante dos mil quinientos años se ha venido matando a los judíos en vez de
permitir que mueran... Se empezó a matar judíos con tanto éxtasis que la muerte
natural ya no les causó terror... los judíos se agarraron a la muerte natural
como si fuera vida, como si fuera luz del sol, canto de pájaros, fragancia de
flores o amor. Nada les pareció tan apetecible como poder morir sin huellas de
homicidio en el cuerpo. Su vida se convirtió en esperar la muerte. Es de
extrañar que la palabra judío no se haya vuelto sinónimo de moribundo...
el judaísmo es una salud incurable".
El odio ilimitado que se
descargó contra los judíos estaba sostenido por un cuerpo mitológico que vamos
a revisar en la próxima lección.
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05.- La judeofobia medieval
Pienso que, que
históricamente hablando sería, si se puede decir así, interesante profundizar
en el por qué los campesinos apoyaban las matanzas de judios, porque debe haber
laguna razón objetivo, porque si no se analizan las razones de tal actitud de
los campesinos, quedaría la impresión de que dichos campesinos serían
judeofóbico "por crueldad" judeofóbica y que a los judíos se les
asesinaba tan sistemática como cruelmente porque "se lo merecían", lo
que es un despropósito. Ni unos eran crueles "de por sí" ni los
judíos eran víctimas "nada más porque sí". Sin embargo tanta crueldad
contra el pueblo judío es tatalmente inaceptable y condenable como cualquier
crueldad contra quien sea. 23 - 03 - 2002....
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 23-03-2002
Unidad
06: La Mitología judeófoba
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
El sufrimiento que venimos
estudiando fue relatado en un libro de 1558 de Josef Ha-kohen, bajo el bíblico
título de El Valle de Lágrimas (Emek Ha-Bajá). Refiere "las penas
que cayeron sobre nosotros desde el día del exilio de Judea de su tierra".
Tres preguntas pueden formularse acerca de esas lágrimas.
La primera: por qué los
judíos siempre sufren. Respuesta: si al decir por qué aludimos a las
causas de la judeofobia, bueno, precisamente ése es el tema de nuestro curso, y
para el final habrá explicaciones.
Pero si el por qué
sugiere que debe de haber cierta paranoia si encontramos a los judíos siempre
como víctimas, nuestra respuesta es que la judeofobia es en efecto una
enfermedad social enorme que consiste en el odio hacia los judíos, y por ende,
siempre los tuvo como víctimas principales. Persistió por milenios exterminando
judíos, alcanzó un genocidio de seis millones hace cincuenta años (un tercio de
la población judía mundial) y sigue con vitalidad para continuar.
La segunda pregunta es si
la gigantesca magnitud de la judeofobia acaso significa que todo el mundo
odia (u odió) a los judíos. La respuesta es no, no todo el mundo está enfermo
de judeofobia, pero no es la parte sana el objeto de nuestro estudio, aun
cuando es mayoritaria.
La tercera pregunta es si
el clero de la Iglesia medieval era unánime en su letal postura judeofóbica.
Otra vez, la respuesta es no. Incluso en períodos en los que la postura
teológica de la Iglesia era judeofóbica, en el plano individual hubo eclesiásticos
que rechazaron la violencia contra los judíos. Desde antaño hay ejemplos de
obispos y sacerdotes que intentaron proteger a los judíos.
Cuando la sinagoga de
Ravenna fue incendiada (c.550), Teodorico ordenó que la población católica la
reconstruyera y flagelara a los incendiarios. Durante la primera cruzada el
Obispo Comas salvó a los judíos de Praga. En la segunda, Bernardo de Clairvaux
defendió activamente a los judíos que eran asesinados.
El problema, sin embargo,
es que los judeófobos más virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo)
reverenciados como santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual
impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la abolición de los derechos
a los judíos en Nápoles y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las
deudas que cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde, debido a
sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron torturados y quemados vivos;
muchos fueron empujados al suicidio.
La abolición de los
derechos de los judíos en Polonia por Casimiro IV también fue resultado de las
maniobras de Capistrano, e inició una ola de desmanes antijudíos. Ni siquiera
les permitió a los judíos escapar ese destino: fue el responsable de un edicto
papal que prohibía el transporte de judíos a la Tierra de Israel. Durante su
vida, recibió tanto el mote de "azote de los judíos" como el cargo de
Inquisidor papal. Más de dos siglos después de su muerte fue canonizado y,
desde entonces, cada 28 de marzo los católicos reverencian su memoria.
El mensaje de la Iglesia
era, cuando menos, incoherente. Difundía la enseñanza del desprecio, pero
ocasionalmente intentaba detener a los despreciadores que se apresuraban en
cometer horrendos crímenes; el intento era tardío e insuficiente. Esta postura nunca
varió radicalmente. Por ello uno de los primeros historiadores del Holocausto,
Raul Hilberg, fue capaz de trazar una tabla que muestra cómo cada una de las
principales Leyes de Nürenberg de la Alemania nazi tenía su precedente en la
legislación eclesiástica.
La declaración de la
Conferencia de Obispos Holandeses de 1995 fue un punto de inflexión en la
historia de la Iglesia, al admitir que hay un sendero directo que une la
teología del Nuevo Testamento con Auschwitz.
También durante la Segunda
Guerra la posición del Vaticano reflejó esta habitual ambivalencia, cuando sus
reservas acerca del nazismo se limitaron a proteger a católicos
"no-arios". Es cierto que las encíclicas de la Iglesia y sus
pronunciamientos rechazaban el dogma racista y cuestionaban algunas tesis nazis
como erróneas, pero siempre omitieron criticar, o siquiera mencionar, el ataque
específico contra los judíos. En 1938, Pío XI supuestamente condenó a los
cristianos judeofóbicos, pero esta condena fue omitida por todos los diarios de
Italia que informaron sobre el mensaje papal. Su sucesor, el germanófilo Pío
XII, ya desde 1942 había recibido información sobre el asesinato de judíos en
los campos. A pesar de ello restringió todos sus pronunciamientos públicos a
expresiones muy cuidadosamente formuladas de simpatía por "todas las
víctimas de la injusticia".
La neutralidad y el
silencio del papa continaron incluso cuando los alemanes cercaron a ocho mil
judíos de Roma en 1943. Mil de ellos, mayormente mujeres y niños, fueron
transportados a Auschwitz. Al mismo tiempo, con la anuencia papal, más de
cuatro mil judíos encontraron refugio en muchos monasterios de Roma (algunas
decenas en el Vaticano mismo).
Sin duda, el papa no tenía
poder como para detener el Holocausto, pero podría haber salvado miles de vidas
si hubiera adoptado públicamente una posición contra el nazismo. Hitler,
Goebbels y muchos otros cabecillas nazis, murieron como miembros de la Iglesia
Católica, y nunca fueron excomulgados (lo que contrasta con el hecho, por
ejemplo, de que el presidente argentino Juan D. Perón fue excomulgado cuando en
1955 atacó la influencia de la Iglesia, y unos pocos meses después fue
derrocado).
Un sacerdote católico
lideró el régimen nazi de Eslovaquia, y tambíen fueron católicos un cuarto de
los miembros de las SS, así como casi la mitad de la población del Gran Reich
Alemán.
La resuelta reacción del
Episcopado alemán contra el programa nazi de eutanasia, logró que virtualmente
se suspendiera el plan. Pero los judíos no avivaron en la Iglesia la compasión
que despertaron los insanos y los retardados. Respecto de los judíos, la
Iglesia estuvo interesada más en salvar sus almas que sus cuerpos. Las
cancillerías diocesanas incluso proveyeron al régimen nazi de los registros de
las iglesias, con datos personales acerca del marco religioso del que provenían
sus feligreses.
Cuando las deportaciones de
los judíos alemanes comenzaron en octubre de 1941, el episcopado limitó su
intervención a suplicar por los que se habían convertido al cristianismo. Los
obispos recibieron informes sobre la matanza de judíos en los campos de muerte,
pero su reacción pública se limitó a vagos pronunciamientos vagos que eludían
el mero término judíos.
Hubo, claro, excepciones,
tanto nacionales como individuales. Una de éstas fue el prelado berlinés
Bernhard Lichtenberg, quien rezó públicamente por los judíos (y falleció en su
camino a Dachau). Una nación excepcional fue Holanda, en donde ya en 1934 la
Iglesia prohibió la participación de católicos en el movimiento nazi. Ocho años
después los obispos protestaron públicamente ante las primeras deportaciones de
judíos holandeses, y en mayo de 1943 prohibieron la colaboración de policías
católicos en las cazas de judíos, aun a costa de que así debieran perder sus
puestos. Muchos judíos salvaron sus vidas gracias a las audaces acciones de
rescate de clérigos menores, monjes, y laicos católicos.
Ahora pasaremos a lo
fundamental que quedó pendiente de nuestra última lección: los tres principales
mitos cristianos inventados en la Edad Media, a través de los cuales la
judeofobia fue transmitida desde el siglo XIV.
Libelo de Sangre o Asesinato Ritual
Este es una de las
expresiones máximas de histeria colectiva y crueldad humanas. Se trata de la
acusación de que los judíos asesinan a no-judíos (especialmente cristianos) a
los efectos de utilizar su sangre en la Pascua u otros rituales.
Hubo cientos de libelos,
que en general seguían el mismo esquema. Se hallaba un cadáver (usualmente el
de un niño, y más frecuentemente cerca de la Pascua cristiana), los judíos eran
acusados de haberlo asesinado para usar ritualmente su sangre. Los principales
rabinos o líderes comunitarios eran detenidos y se los torturaba hasta que
confesaban que en efecto eran culpables del crimen. El resultado era la
expulsión de toda la comunidad de esa comarca, tormentos para una buena parte
de sus miembros, o bien el exterminio expedito de todos ellos. Generación tras
generación, judíos fueron torturados en Europa y comunidades enteras fueros
masacradas o dispersadas debido a este mito.
Algunos aspectos son
indispensables para entender la enormidad del libelo, a saber:
1.
La
ignorancia de los gentiles con respecto de la religión judía (por ejemplo en el
judaísmo está totalmente prohibida la ingestión de sangre);
2.
En
el medioevo, el pan de la comunión creaba una atmósfera emocional en la que se
sentía que el niño divino se escondía misteriosamente en el pan compartido. El
friar Bertoldo de Regensburg solía preguntar: "¿quién quisiera morder la
cabeza, la mano o el pie del bebé?" En este contexto, el libelo podría
considerarse como una especie de proyección colectiva: si detestamos ingerir
sangre humana, atribuyámoselo a otros.
3.
Según
una superstición difundida en Alemania, la sangre, incluso la de cadáveres,
podía curar.
En ese país ocurrió el
primer caso, en Wuerzburg 1147. Un niño cristiano fue supuestamente crucificado
por judíos (el motivo de la cruz explica por qué los libelos ocurrían
generalmente en la época de la Pascua). En Fulda (1235) se agregó otro motivo:
los judíos beben sangre cristiana con motivos medicinales. En Munich (1286) se
enfatiza que los judíos rechazan la pureza, odian la inocencia del niño
cristiano. Así narró los hechos el monje Cesáreo de Heisterbach: "el niño
cristiano cantaba 'Salve regina' y como los judíos no pudieron interrumpirlo,
le cortaron la lengua y lo despedazaron a hachazos".
Así lo explican ciudadanos
de Tyrnau (Trnava) en 1494: "los judíos necesitan sangre porque creen que
la sangre del cristiano es un buen remedio para curar la herida de la
circuncisión. Entre ellos tanto los hombres como las mujeres sufren de la menstruación...
Además tienen un precepto antiguo y secreto, por el que están obligados a
derramar sangre cristiana en honor de Dios, en sacrificios diarios, en algún
lugar".
Inglaterra, España, Italia
En el caso de Norwich
(1148) "los judíos compraron al niño mártir William antes de la Pascua y
lo torturaron como a nuestro Señor, y durante el Viernes Santo lo colgaron en
una Cruz". Esa descripción se reitera en Gloucester (1168) y en Lincoln
(1255). En 1290, los judíos fueron expulsados de una Inglaterra enrarecida por
la difusión de los libelos, y aun un siglo después de la expulsión, Geoffrey
Chaucer lo recoge en sus prólogos a los Cuentos de Canterbury.
También la expulsión de
España fue precedida por una atmósfera hostil debida a los libelos. El de La
Guardia tuvo lugar en 1490-1491, y de inmediato se instituyó el culto del Santo
Niño mártir. El primer libelo español data de 1182 en Saragosa, y el asunto
terminó por incluirse en la ley. El Código de las Siete Partidas (1263)
reza: "Hemos oido decir que en ciertos lugares durante el Viernes Santo
los judíos secuestran niños y los colocan burlonamente sobre la cruz".
Detalles fueron
agregándose a la historia, que asumió grandes proporciones. En 1583 Fray
Rodrigo de Yepes escribió la Historia de la muerte y glorioso martirio del
Santo Inocente, que llaman de La Guardia (después de casi un siglo sin
judíos en España) y el argumento sirvió de base para la obra de Lope de Vega El
Niño Inocente de La Guardia. En el siglo XVIII José de Canizares lo adaptó
en La Viva Imagen de Cristo y Gustavo Adolfo Bécquer (1830-1870) en La
rosa de pasión. En 1943 fueron republicados por Manuel Romero de Castilla
bajo el título de Singular suceso en el Reinado de los Reyes Católicos.
Un caso crucial en Italia
fue una especie de crónica anunciada. Durante la Cuaresma de 1475, el
franciscano Bernardino da Feltre anunció que los pecados de los judíos pronto
serían revelados. El Jueves Santo un niño llamado Simón desapareció, y al poco
tiempo su cadáver fue encontrado al lado de la casa del jefe de la comunidad
israelita. Todos los judíos, hombres, mujeres y niños, fueron arrestados.
Diecisiete de ellos fueron sometidos a torturas durante quince días, después de
los cuales terminaron por "confesar". Uno de los judíos murió en
tormentos, seis quemados en la hoguera, y a los dos que aceptaron convertirse
se los estranguló. Al principio el Papa Sixto IV detuvo los procedimientos
judiciales, pero en 1478 su bula Facit nos pietas aprobó el juicio. La
propiedad de los judíos ejecutados fue confiscada y a partir de entonces, los
judíos tuvieron prohibida la residencia en Trento (hasta el siglo XVIII tenían
aun prohibido el paso por la ciudad). El niño Simón fue beatificado.
Después de este éxito, el
fray Bernardino urdió escenarios similares en Reggio, Bassano y Mantua, e instó
a la expulsión de los judíos de Peruggia, Gubbio, Ravenna, y Campo San Pietro.
Sus últimas víctimas fueron los judios de Brescia, en 1494, el año de su
muerte. Al poco tiempo el propio Bernardino fue beatificado, y la Iglesia tardó
cinco siglos para anular la beatificación de Simón, en 1965.
Con todo, la posición de
la Iglesia y de los monarcas fue en general contraria a los libelos. Después
del mentado en Fulda (1235), el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico,
Federico II de Hohenstaufen, decidió clarificar el caso definitivamente a fin
de proceder: si los judíos eran culpables se los mataría a todos; si eran
inocentes, se los exoneraria públicamente. Las autoridades del clero, como no
fueron capaces de llegar a una decisión concluyente "creemos necesario...
dirigirnos a gente que alguna vez fue judía y se convirtió al culto de la fe
cristiana; ya que ellos, como oponentes, no guardarán silencio sobre nada que
puedan saber sobre este asunto entre los judíos".
En consecuencia, el
emperador solicitó de reyes de Occidente que enviaran "judíos conversos al
cristianismo, decentes y estudiosos, para tomar parte de un sínodo", que
eventualmente se expidió así: "No puede hallarse, en el Antiguo ni en el
Nuevo Testamento, que los judíos requieren de sangre humana. Por el contrario,
esquivan la contaminación con cualquier tipo de sangre". El documento, que
cita de varias fuentes judías, agrega que "hay una alta probabilidad de
que aquéllos para quienes está prohibida incluso la sangre de animales
permitidos, no pueden desear sangre humana".
Otro pronunciamiento
escrito fue el del Papa Inocencio IV en 1247: "cristianos acusan
falsamente... que los judíos llevan a cabo un rito de comunión con el corazón
de un niño asesinado; y en cuanto se encuentra el cadáver de una persona en
cualquier sitio, se les hace recaer maliciosamente la responsabilidad".
Pero la desaprobación de
papas y emperadores no impidió que los casos de libelos se multiplicaran, sobre
todo en Polonia, en donde el Consejo de las Tierras, órgano
representativo de los judíos, envió un delegado al Vaticano, y logró que el
cardenal Lorenzo Ganganelli (más tarde Papa Clemente XIV) emprendiera otra
investigación exhaustiva. Ganganelli se sumó a quienes se pronunciaron contra
el libelo: "Debe comprenderse con cuánta fe viviente deberíamos pedirle a
Dios como el salmista 'líbrame de la calumnia de los hombres'. Espero que la
Santa Sede tome medidas para proteger a los judíos de Polonia, del mismo modo
en que San Bernardo, Gregorio IX e Inocencio IV obraron en defensa de los
judíos de Alemania y de Francia".
En Tiempos Modernos
Desde el siglo XVII, los
casos de libelo de sangre se extendieron a Europa Oriental. En 1636 en Lublin,
la viuda Feiguele se mantiene firme ante el tormento. A partir del siglo XIX,
judeófobos hicieron conspicuo uso del libelo para incitar a las masas en varios
países, incluida Siria, en donde el affaire de Damasco de 1840 introdujo el mal
en el mundo musulmán. Allí el influyente cónsul francés se sumó a los
libelistas mientras toda la comunidad era arrestada y torturada, en el contexto
de la pugna de las potencias occidentales para influir en el Medio Oriente.
Con todo, el principal
perpetuador del libelo de sangre en tiempos modernos fue Rusia. Aquí se
diseminó sin pausa avalado por los zares, quienes en general tuvieron una
actitud mucho peor que la de papas y reyes medievales.
El primer caso en Rusia
fue en Senno (cerca de Vitebsk, Pascua de 1799). Cuatro judíos fueron
arrestrados despues de que el cadáver de una mujer fuera encontrado cerca de
una taberna judía. Apóstatas proveyeron a la corte de extractos de una
traducción distorsionada de literatura rabínica como el Shuljan Aruj y Shevet
Iehuda. Pese a que los acusados terminaron siendo liberados por falta de
pruebas, el poeta G.R. Derzhavin incluyó en su Opinión elevada al zar acerca
de la organización del status de los judíos en Rusia, que "en estas
comunidades se hallan personas que perpetran el crimen, o por lo menos protegen
a perpetradores, de derramar sangre cristiana, de lo que los judíos fueron
sospechosos en varias épocas y en diferentes países. Si bien opino que tales crímenes,
incluso si fueron cometidos a veces en la antigüedad, eran llevados a cabo por
fanáticos ignorantes, creo apropiado no pasarlos por alto".
Entre 1805 y 1816
ocurrieron más casos y, para evitar su mayor diseminación, el ministro de
asuntos eclesiásticos, A. Golistyn, envió una circular a los jefes de
gobernaciones el 6/3/1817, donde explicita que los monarcas polacos y los papas
invariablemente invalidaron los libelos, y las cortes los`refutaron. La
circular ordenaba que "de aquí en adelante los judíos no sean acusados de
asesinar ninos cristianos, sin evidencia, y sobre el mero prejuicio de que
necesitan de sangre cristiana".
A pesar de la circular, el
zar Alejandro I dio instrucciones de revivir las acusaciones en Velizh. El
juicio duró diez años, y aunque los judíos fueron finalmente exonerados, cabe
reflexionar en la atmósfera que generaba un juicio tan largo sobre un tema tan
escabroso. El zar Nicolás I se negó a firmar la circular de Golistyn,
considerando que "hay entre los judíos salvajes fanáticos o sectas que
requieren sangre cristiana para su ritual". El libelo recibía así un sello
oficial, y ocurrieron muchos en Telz, Kovno (1827); Zaslav, Volhynia (1830); y
Saratov (1853).
Otro comité especial
designado en 1855 para investigar, incluyó teólogos, orientalistas y apóstatas.
Revisaron manuscritos hebreos y publicaciones y, otra vez, concluyeron que no
había evidencia alguna del uso de sangre cristiana entre los judíos.
En los años setenta del
siglo pasado recrudeció la judeofobia, y el libelo fue motivo habitual en la
propaganda literaria y la prensa. En alguna medida estas obras remedaban las
que se habían publicado en Alemania y Francia, en las que "expertos"
judeófobos "probaban" el libelo, como: Le mystere du sang chez les
juifs de tous les temps, de H. Desportes (1859), prologada por Edouard
Drumont; y Talmud in der Theorie und Praxis, de Konstantin C.
Pawlikowski (1866).
Dos ejemplos de esta
literatura en Rusia son Sobre el uso de sangre cristiana por sectas judías
con propósitos religiosos (1876) de H.Lutostansky, que agotó varias
ediciones, y El Talmud desenmascarado de J.Pranatis, que sigue
publicándose. Contra algunos de los calumniadores se iniciaron juicios de
difamación. Y las de crimen ritual continuaban.
Con el fortalecimiento de
la extrema derecha (Unión del Pueblo Ruso) en la Tercera Duma, las
autoridades necesitaban de más casos que justificaran la judeofobia reinante.
Uno muy notorio fue el Caso Beilis (1911-1913), armado por el ministro de
justicia Shcheglovitov, que despertó la oposición de centenares de intelectuales
rusos, entre ellos V. Korolenko y Máximo Gorki. La eventual exoneración de
Beilis fue una derrota para el régimen pero, otra vez, la atmósfera de veneno
judeófobo surgía con el mero juicio, independientemente de sus resultados.
Cuando los nazis asumieron
el poder en Alemania, utilizaron el libelo en su propaganda. Reanimaron las
investigaciones y los juicios (Memel 1936, Bamberg 1937, Velhartice -Bohemia-
1940). El 1/5/1934 el periódico Der Stuermer dedicó al tema una edición
horrorífica con ilustraciones. Hombres de ciencia alemanes colaboraron en la
difusión.
Incluso para 1960 un
periódico soviético de Daguestán afirmó que los judíos devotos necesitaban
sangre de musulmanes para sus ritos.
Fuera de Alemania (donde
en general ocurrienron un tercio de todos los libelos) hubo cuatro casos en el
siglo XX. El primero de éstos fue el caso Hilsner. Tomás Masaryk, fundador y
primer presidente de la Checoslovaquia moderna, tomó una activa postura en
contra del mismo, "no para defenderlo a Hilsner (el acusado, un joven
vagabundo) sino para defender a los cristianos de la superstición".
Masaryk fue duramente atacado y su cátedra universitaria fue suspendida debido
a las manifestaciones de estudiantes. Este caso también creó una ola de
tumultos judeofóbicos en Europa, orquestados por el "especialista"
vienés Ernst Schneider.
Los libelos ahondaron el
estereotipo satánico del judío y, otra vez, el problema no era que la Iglesia
lo difundiera. Por el contrario, vimos que usualmente se oponía, y en general
trataba de detener las matanzas, pero con su característica ambivalencia. Los
niños "mártires" eran reverenciados como santos, tales como en los
casos de San Hugh de Lincoln, el Santo Niño Mártir de La Guardia, y Simón de
Trento. Cada año durante siglos, los cristianos honraban la memoria de los
puros inocentes que habían sido supuestamente asesinados en espantosos rituales
judíos.
La Hostia y la Peste Negra
En el Cuarto Concilio
Laterano de 1215 fue reconocida oficialmente la doctrina de la
Transubstanciación, según la cual la hostia (galleta usada en la ceremonia de
la Eucaristía) se transforma en el cuerpo de Jesús. Los protestantes
eventualmente modificaron la doctrina y consideran que se trata sólo de un
símbolo del cuerpo mas no Jesús en persona (que es el dogma católico hasta
hoy).
Este segundo mito, el de
la profanación de la hostia, sostenía que los judíos secretamente las robaban
de las iglesias para torturarlas y reeditar los sufrimientos de Jesús.
Obviamente, había en esta superstición mayor irracionalidad aun, puesto que los
judíos claramente descreían de toda transusbtanciación. Pero esta acusación
trajo más persecución y matanzas. La mayor parte de los cuarenta casos
principales se perpetraron en Alemania y Austria.
El mito se basaba en los
supuestos poderes sobrenaturales de la hostia, y en el prejuicio de que los
judíos anhelaban renovar en Jesús los sufrimientos de la pasión. Su perfidia
era tal, que no abandonaban los tormentos aun cuando de la hostia emanaran sangre
o sonidos, o si echaba a volar. (La explicación de la "sangre" es que
un honguillo de color escarlata puede formarse en comida rancia que se deja en
lugares secos. Se lo denomina Micrococcus prodigiosus).
La primera supesta
profanacíon fue en Belitz (cerca de Berlín) en 1243. Un grupo de judíos y
judías fueron quemados en la hoguera en lo que pasó a denominarse Judenberg
(monte de los judíos). En Italia hubo pocos casos debido especialmente a la
protección de los papas, pero se expresó en el arte, como la Desecración
de Paolo Uccenno (1397-1475) hecha para el altar de la Confraternidad del
Santo Sacramento de Urbino.
De Inglaterra, los judíos
fueron expulsados antes de que se difundiera la desecración de la hostia, pero
también allí se reflejó en el arte, como en el Croxton Sacrament Play,
escrito en 1491, dos siglos después de la expulsión.
Casos famosos fueron el de
París de 1290; el de Bruselas de 1370 (que llevó a la destrucción de la judería
belga, se celebró en una fiesta especial y todavía se lo ve grabado en las
reliquias de la Iglesia de Santa Gudule); el de Knoblauch en 1510, que
resultó en treinta ocho ejecuciones y la expulsión de los judíos de
Brandenburgo. Por lo menos dos casos son aún celebrados localmente: el de
Deggendorf, Bavaria, que data de 1337, y el de Segovia de 1415, que
supuestamente había producido un terremoto, y resultó en la confiscación de la
sinagoga y la ejecución de los líderes judíos.
Precisamente en España el
infante don Juan de Aragón patrocinó algunas acusaciones. En la de Barcelona de
1367 varios sabios (como Hasdai Crescas, Nisim Gerondi e Isaac B. Sheshet) se
hallaban entre los arrestados con la comunidad entera (hombres, mujeres y
niños), encerrada en la sinagoga por tres días sin comida. Como no confesaron,
el rey ordenó su libertad, y sólo tres judíos fueron ejecutados. Diez años
después hubo casos en Teruel y Huesca.
El caso de Lisboa de 1671
se produjo cuando ya no había judíos en Portugal. Por lo tanto, cuando la
hostia de la iglesia de Orivellas fue robada, un edicto real ordenó la
expulsión... de todos los Nuevos Cristianos. Las supuestas desecraciones
continuaron hasta el último caso, en 1836 en Bislad, Rumania.
El último mito de esta
trilogía fue la ya mentada Peste Negra. Entre 1348 y 1350 una epidemia múltiple
s (bubónica, septicémica y neumónica) causada por el bacilo pasteurella
pestis, arrasó a casi cien millones de personas, un tercio de la población
europea. En centros de densidad poblacional, como monasterios, la tasa de
mortandad era superior. La racción popular fue extrema: o bien se buscó refugio
en el arrepentimiento y las súplicas a Dios, o bien lanzándose al libertinaje y
el salvajismo. Lo curioso es que estas dos actitudes se combinaron en que
arremetían contra los judíos, quienes fueron acusados de envenenar los pozos de
agua para destruir la cristiandad. En esos años miles de judíos fueron
masacrados.
La bula del Papa Clemente
VI (26/9/1348) vino a defenderlos, y definió la plaga como "pestilencia
con que Dios aflige al pueblo cristiano". La vasta mayoría de la
población, empero, la veía como pestis manufacta (artificial), la forma
más simple de entenderla (y después de tanta matanza contra los judíos, podía
sospecharse de que en algún momento éstos buscarían venganza).
La primera acusación fue
en septiembre de 1348 en Castillo de Chillon del lago de Ginebra. Los judíos
"confesaron" que la plaga había sido diseminada por un judío de Savoy
guiado por un rabino que había preparado el veneno. Las matanzas se extendieron
entre España y Polonia, destruyendo trescientas comunidades. Los llamados Flagelantes
expiaban sus pecados matando judíos a su paso.
Las matanzas se dieron
especialmente en Alemania, aun cuando al principio el emperador Carlos IV
intentó defenderlos. Después se sumó al fervor de las hordas y concedió
"perdón por cada transgresión que incluía el asesinato y destrucción de
judíos". En muchas localidades los judíos fueron asesinados aun antes de
que la plaga llegara. En Mainz, seis mil judíos fueron llevados a la hoguera, y
en Estrasburgo dos mil judíos fueron quemados en una pira gigantesca en el
cementerio judío.
El mito de los judíos
envenenando pozos agravó su imagen diabólica, y después de la Peste Negra el
status de los judios se había deteriorado por doquier.
Hubo en la Edad Media
otros mitos que armaron el arsenal judeofóbico, pero ninguno fue mortífero como
los mencionados. Uno adicional fue el del Judío Errante, una figura de
la leyenda cristiana condenada por Jesús a vagar hasta su segunda venida,
debido a que lo desairó o le pegó en su camino a la crucifixión. Dio lugar a
muchos cuentos aun hasta este siglo. Nación aparentemente en Bolonia en 1233,
cuando peregrinos del monasterio de Ferrara relataron que vieron a un judío en
Armenia que había presenciado la Pasión de Jesús, lo ofendió, se arrepintió y
se convirtió al cristianismo. Los nombres del Judío Errante varían en idiomas y
tradiciones: Cartaphilus, Buttadeus, Votadio, Juan Espera en Dios, Ajasuerus,
Isaac Laquedem, y Der ewige Jude. Se transformó, en efecto, en símbolo del
pueblo judío todo, culpable y errante en el mundo. Este mito influyó arte y
literatura, pero no produjo genocidios.
En contraste, la mentada
trilogía generó máximo sadismo, y transformó la voz judío en sinónimo de
diabólico. El arte medieval muestra al judío con cuernos, cola, cara
satánica, postura grotesca, en compañía de puercos y escorpiones.
En el siglo XVI se produjo
un cisma en la Iglesia, y nació el protestantismo, que entre otras facetas
buscó recuperar las raíces hebreas del cristianismo. Pero fueron infundadas las
esperanzas prematuras en que los judíos serían respetados por una Iglesia de
mayor compasión hacia ellos. Lo veremos en nuestra próxima lección.
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La mitología judeofóbica.
La canonización católica
siempre ha sido obra del pragmatismo de tal iglesia. Si el cristianismo mismo
es un invento del imperio romano, lo normal es que en el santoral católico
hubiera cabida hasta para los dioses de la mitología griega. Tan escandalosa
fue este embrollo de los santos y beatos que Paulo VI revisó dico amasijo de
santos: quitó algunos y otros los mudó de fecha de celebración. Y esta actitud
convenenciera se ve en nuestros días donde el actual papa ha beatificado y
canonizado a much gente porque así conviene a los intereses de la iglesia.
Tanto es así que hay serios intentos de canonizar a Isabel la Católica la que
expulsó a los judíos de españa, la de la santa inquisición. Esto realmente es
aberrante, la iglesia católica no tiene nada de religiosa de ningún tipo, es un
mercader que vende y compra lo que le conviene, desde "pases" al
cielo hasta santificación no sólo de criminales, como se ha descrito, sino
incluso de "personas" (?)inexistentes, como el caso de Juan Diego que
en estos días hará el papa en México y todo nada más porque la leyenda dice que
era indio y los indios andan alebrestados en estos tiempos en el país. 23 - 03
- 02. ...
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 23-03-2002
Unidad 07: El Islam, el
Protestantismo y la Judeofobia Moderna
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Después de transitar por la
judeofobia medieval a través de sus siete prácticas y tres mitos principales,
nos quedó pendiente la pregunta de si el "valle de lágrimas" se dio
paralelamente en las dos grandes ramas del tronco cristiano, la católica y la
protestante.
Nuestra respuesta pondrá
énfasis en el símil del protestantismo y el Islam: ambos comenzaron por
procurar su validación en los judíos y, frustrados por el rechazo de éstos,
devinieron en judeofóbicos.
Sin embargo, a diferencia
del cristianismo, el Islam no emergió del seno del judaísmo. No fue judío su
fundador y no arguyó consumar las profecías de Israel. Por ello, su careo con
la judería careció de tensiones teológicas.
Cuando el Islam se
expandió, los judíos que se encontraron bajo su égida, si bien no fueron
exentos de degradación e inseguridad, su vida pocas veces incluyó las torturas,
expulsiones y hogueras que les propinó el dominio cristiano.
El Islam nació en el siglo
VII en Medina, de cuya comunidad judía Mahoma adoptó varias observancias para
la nueva religión: la plegraria en dirección a Jerusalem (que eventualmente se
cambió por La Meca), las leyes dietéticas (por ejemplo la prohibición de
ingerir cerdo), o el ayuno del Día del Perdón (que fue reemplazado por el del
mes de Ramadán). A pesar de este acercamiento, Mahoma no logró que los judíos
lo aceptaran como un nuevo Moisés, y entonces se volvió en contra de ellos. Su
frustración fue registrada en el Corán, y así proveyó a millones de musulmanes
durante siglos, de una antipatía hacia los judíos que se suponía divinamente
inspirada (suras 2:61, 2:97, 5:64 y 5:78).
El Pacto de Omar del año
720 fue el código legal musulmán que prescribía el tratamiento que se debía a
los Dhimmis (o monoteístas no islámicos). De varios modos los Dhimmis debían
aceptar status de inferioridad frente al musulmán: cederle su asiento o vestir
atuendos diferentes, y abstenerse de cabalgar o de hacer pública su religión. A
veces ello no bastaba: durante el siglo XI el califa Hakim ordenó que los
judíos llevaran colgadas del cuello pelotas de más de dos kilos que les
recordarían el becerro de oro que sus ancestros habían idolatrado.
De todos los países árabes
los judios fueron obligados a irse. El único de ellos que tuvo comunidad judía
y nunca fue gobernado por una potencia europea, fue el Yemen. En 1679 casi
todos los judíos yemenitas fueron expulsados de las ciudades y aldeas, y la
sinagoga de la capital, Sana, fue convertida en mezquita (aún existe y es
llamada "mezquita de la expulsión"). Cuando Turquía ocupó el Yemen en
1872 y requirió que se detuviera la costumbre de niños musulmanes de arrojar
piedras sobre los judíos, obtuvo como respuesta que no podía prohibirse lo que
era una antigua costumbre religiosa a la que llamaban Ada. Hasta que los
remanentes judíos partieron del Yemen en 1948, estaban obligados a vestir como
mendigos y a los niños se les imponía el Islam cuando los padres morían.
El mito del libelo de
sangre fue introducido en el mundo árabe en Damasco en 1840. Sólo después de
una condena internacional se liberó a los judíos que sobrevivieron las torturas
con que los castigaron, y el libelo se popularizó, y los judíos eran frecuentemente
atacados (especialmente en Egipto y en Siria) so pretexto de que bebían sangre
musulmana. El actual ministro de defensa de Siria, Mustafá Tlas, es autor de La
Matzá de Sión, libro en el que defiende el libelo (¡en 1983!) y que el
delegado sirio recomendó a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
El Protestantismo
Volvamos a la cristiandad.
La rama protestante, fundada por Martín Lutero en 1517, sostenía entre sus
principios devolver el cristianismo a sus fuentes hebreas, en lugar de la
interpretación helenística. En efecto, al comienzo hubo muchos protestantes que
se acercaron al judaísmo, algunos en en la expectativa de que los judíos
finalmente aceptarían la fe en Jesús si ésta se les presentaba con amor y con
el énfasis en su origen hebraico. Pero también aquí, cuando esas expectativas
probaron ser infundadas, la reacción fue judeofóbica.
El último libro de Lutero,
Sobre los judíos y sus mentiras (1543), llama a los judíos el
Anticristo: "es más difícil convertirlos a ellos que al mismo
satán". Lutero exhortó a la violenta expulsión de los judíos de toda
Alemania y aconsejó a los nobles de Europa: "Primeramente, sus sinagogas
deben ser incendiadas, y lo que no sea consumido por el fuego que sea cubierto
de inmundicia... Así sea hecho en honor de Dios y del cristianismo; que Dios
vea que los cristianos no toleramos ni aprobamos tal mentira pública, maldición
y blasfemia contra Su hijo y Sus cristianos. Segundamente, sus hogares deben
ser igualmente derribados y destruidos. Porque perpetúan lo mismo que hacen en
sus sinagogas. Colóqueselos en establos. En tercer lugar, príveselos de sus
libros de oraciones y del Talmud, en los que se enseña idolatría, mentiras,
maldiciones y blasfemias. En cuarto lugar, debería prohibirse a sus rabinos
enseñar, bajo amenaza de muerte... La furia de Dios contra ellos es tan grande
que están cada vez peor... Para resumirlo, estimados príncipes y nobles que
tenéis judíos entre vuestras posesiones, si mi consejo no os es suficiente,
buscad otro mejor para que vosotros, y todos nosotros, seamos libres de esta
insoportable carga diabólica, los judíos".
Quien esto escribió era y
es un reconocido teólogo, fundador de una nueva corriente religiosa mundial, y
considerado por muchos como el padre del moderno alemán. Uno de los jerarcas
nazis más brutales, Julius Streicher, arguyó en su defensa durante los juicios
de Nürenberg que no había hecho sino cumplir con los consejos de Lutero.
La Judeofobia en la Modernidad
Hasta aquí hemos visto el
desarrollo de la mitología judeofóbica en tres etapas: la antigüedad (los
judíos son leprosos, adoradores de asnos, misántropos y haraganes), la Edad
Media temprana (el pueblo judío es deicida y, por medio de su sufrimiento, un testimonio
de la verdad del cristianismo), y la Edad Media tardía (los judíos beben sangre
cristiana, envenenan los pozos de agua, y son socios del diablo). La principal
diferencia entre los mitos paganos y los cristianos es que aquéllos eran
básicamente culturales y éstos fueron teológicos: la premisa pasó a ser
"Dios los odia".
¿Habría salvación?
Pareciera que sí, puesto que en el horizonte se vislumbraba el fin de mitos y
la discriminación, de desprecio, calumnias y crueles leyendas. El Siglo de las
Luces (el XVIII) traía una atmósfera de racionalismo y enciclopedismo, en la que
los librepensadores desechan las supersticiones y postulan una religión de la
razón para un mundo de confraternidad. Pero oh sorpresa, ellos mismos no
superaron los prejuicios judeofóbicos sino que los reafirmaron.
Cuando Emile Zola escribió
que "los judíos como están hoy son la obra de nuestros mil ochocientos
años de persecución idiota", entendía que la judeofobia era un problema de
los gentiles, y que el modo de superar ésa y otras taras sociales era la
educación. Y sin embargo, los responsables de educar e iluminar al pueblo, los
que enarbolaban el estandarte de la revolución ideológica, eran judeófobos.
El principal de los
autores de la famosa Enciclopédie (1765), Denis Diderot, señaló como
virtud de los judíos que son el pueblo más antiguo y que nunca fueron
politeístas, pero al mismo tiempo los consideró "ignorantes y
supersticiosos". Paul D'Hollbach fue más lejos. En L'Esprit du Judaisme
(1770) sostiene que el judaísmo es malo por naturaleza, y constituye corrupto
origen del cristianismo. Moisés fue a sus ojos el más perjudicial de cuanto
legislador hubo, transmisor de misantropía y parasitismo. El Dios de los judíos
era sanguinario y los llevaba al genocidio; los patriarcas, eran lascivos y
mentirosos; los profetas, fanáticos; la idea mesiánica, insana; los judíos, el
pueblo más vil. (Es paradojal cómo después de dos milenios de sufrir bajo el
yugo cristiano, D’Hollbach y otros venían ahora a culpar a los judíos por haber
creado el cristianismo).
Digamos que, en términos
generales, Montesquieu favoreció el otorgamiento de igualdad de derechos a los
judíos y se solidarizó con su sufrimiento ("el judaísmo es una madre que
dio a luz a dos hijas que le dieron mil golpes... si no quieres comportarte
cristianamente, hazlo por lo menos como un ser humano"), pero también
advirtió que "dondequiera haya dinero, hay judíos". Jean-Jacques
Rousseau fue una notable excepción y tomó consistentemente una postura
favorable a los judíos.
Pero el peor de los
judeófobos iluministas fue quien encarnó las ideas de "libertad, igualdad
y fraternidad", Voltaire, enemigo de la Iglesia y de la superstición. Su Diccionario
Filosófico, en más de un cuarto de sus entradas arremete contra los judíos,
"el pueblo más imbécil de la faz de la Tierra, enemigos de la humanidad,
el más obtuso, cruel, absurdo..." Los judíos, que constituían el 1% de la
población, son motivo de la entrada más larga del libro: "la nación más
singular que el mundo ha visto; aunque en una visión política es la más
despreciable de todas, sin embargo a los ojos de un filósofo vale la pena
considerarla. ...De un breve resumen de su historia resulta que los hebreos
siempre fueron errantes o ladrones, esclavos o sediciosos. Son todavía
vagabundos sobre la Tierra, aborrecidos por todos los hombres... Si preguntas
cuál es la filosofía de los judíos, la respuesta será breve: no tienen
ninguna... Los judíos nunca fueron filósofos ni geómetras ni astrónomos".
No es posible que Voltaire
ignorara quiénes habían sido Maimónides o Spinoza, pero la judeofobia tiene la
facultad de torcer el razonamiento del más razonable de los hombres. Y Voltaire
toca el nervio mismo de la judeidad, porque si hubo un área en la que los
judíos podían exhibir grandes logros, es la educación. Sin embargo, escribe
Voltaire: "Estuvieron tan lejos de tener escuelas públicas para la
instrucción de la juventud, que ni siquiera tienen un término en su idioma que
exprese esa institución... Su estadía en Babilonia y Alejandría, durante la que
podrían haber adquirido sabiduría y conocimientos, sólo los entrenó en la
usura..."
Este gran racionalista
llegó hasta a reafirmar el peor libelo: "vuestros sacerdotes siempre han
sacrificado vidas humanas con sus sacras manos". Algunos historiadores
sostienen que Voltaire en realidad deseaba atacar a la Iglesia, y lo hacía por
medio de arremeter contra los judíos. Disentimos, porque Voltaire no tuvo
reparos en embestir directa y abiertamente contra la Iglesia. Nunca necesitó
hacerlo por interpósita persona. Firmaba sus cartas con el lema Écrasez
l’infâme ("destruyan al infame", en referencia a la Iglesia)
salvo aquellas cartas que enviaba a judíos, donde firmaba caballero
cristiano de la cámara del rey muy cristiano.
"En suma -concluye el
Diccionario- encontramos en ellos solamente un pueblo ignorante y bárbaro, que
ha largamente unido la más sórdida avaricia con la más detestable superstición
y el más insuperable odio por cada pueblo por el que son tolerados y del que se
enriquecen. Empero, no debemos quemarlos".
La judeofobia de Voltaire,
muy común entre los librepensadores dieciochescos, tuvo su excepción entre los
ingleses, como John Locke y John Toland. Con todo, en Inglaterra la
Emancipación completa no se logró hasta 1858, cuando el barón Lionel de
Rothschild tomó lugar en el Parlamento, bajo un juramento especial para la
ocasión.
Ese otorgamiento de
igualdad de derechos es nuestro tema, puesto que la judeofobia moderna fue en
efecto una reacción contra la Emancipación, que se dio en tres corrientes,
ejemplificadas en sendos países: la socioeconómica (Francia), la racial
(Alemania) y la conspiracional (Rusia).
Francia
La Asamblea Nacional
revolucionaria debatió por dos años si la libertad, igualdad, fraternidad,
debían aplicarse también a los judíos. Al final, en septiembre de 1791, se les
otorgó libertades cívicas, y unos lustros después Napoleón asumió el deber de
hacer de los judíos buenos franceses.
Presionado por quejas que
llegaban desde Alsacia acerca de la práctica usuraria de los judíos, Napoleón
convocó a una Asamblea de Notables Judíos que sesionó entre julio de
1806 y abril de 1807, integrada por ciento once rabinos y líderes comunitarios.
Debían responder a doce preguntas acerca de los hábitos judíos, a saber:
poligamia, divorcio, exogamia, patriotismo francés, la relación con los no-judíos,
obediencia a la ley, designacíon de rabinos y marco de su autoridad,
profesiones prohibidas, y la usura. Durante los últimos meses de las sesiones,
se requirió de setenta y un asambleístas, mayoritariamente rabinos, que crearan
en base de las respuestas dadas, leyes religiosas que fueran aceptadas por los
judíos. Este grupo fue denominado el Sanhedrín napoleónico.
Napoleón no previó que la
judeofobia francesa descargaría su oposición a la Emancipación de los judíos
precisamente contra ese Sanhedrín (que representaba la integración israelita a
Francia). El jesuita Agustín Barruel alertó al gobierno en 1807, de un complot
judío internacional "que transformará iglesias en sinagogas", y que
le había sido revelado por un personaje llamado Simonini, del que hasta hoy se
ignora si realmente existió.
El término equivocado de
Sanhedrín colaboró con la patraña, puesto que Barruel sostenía el absurdo de
que "finalmente salía a la luz el Sanhedrín que había actuado
clandestinamente durante quince siglos". Durante ese lapso los judíos
habrían gobernado el mundo subrepticiamente (nadie parecía notar que por lo
visto les había ido bastante mal en ese gobierno, puesto que les cupo
mayormente el rol de víctimas). Napoleón disolvió abruptamente su Sanhedrín, y
así nacía el primer mito judeofóbico de la modernidad: la conspiración judía
mundial, del que hablaremos en la novena lección.
Los aires
pre-emancipatoriales regresaban con su peor cara. Y si bien dijimos que el
término Sanhedrín fue erróneo (puesto que insinuaba poderes legislativos
y judiciales) también es claro que se trató de un mero detonante arbitrario, y
de la causa de la judeofobia moderna (la judeofobia en cada época encuentra sus
excusas).
El Papa Pío VII le creyó a
Barruel, y tanto en los estados papales como en Alemania se revirtió la
Emancipación apenas Napoleón fue derrocado (1815). Esos pocos años habían
suscitado una gran ola de asimilación entre los judíos que golpeaban las
puertas de la sociedad gentil mucho antes de que se abrieran. La vanguardia
asimilacionista estuvo en Berlín. Hugo Valentin exageró en su libro Anti-Semitismo
que "más judíos alemanes se bautizaron entre 1800 y 1818, que en los
previos 1800 años juntos".
Los judíos aprendían con
dolor que la judeofobia no se neutralizaba por medio de decretos
gubernamentales, ni por doctrinas iluministas, ni por asimilación. La agitación
judeofóbica crecía en muchas ciudades alemanas, y en 1819 llegó a un nuevo pico
de violencia bajo el grito de Hep, hep, muerte a los judíos!. Las
autoridades arguyeron que debían desposeer a los judíos de su Emancipación
debido al malestar que ella creaba en las masas.
En Francia, varios
filósofos convirtieron la reacción judeofóbica en una ideología. François
Fourier (m. 1837) cuya escuela de reforma social se popularizó, consideraba que
"el comercio es la fuente de todos los males y los judíos son la
encarnación del comercio." Había sido un gran error emancipar a los
esclavos y a los judíos, "la nación más despreciable". Su discípulo
Alphonse Toussenel escribió en 1845 una obra en dos volúmenes llamada Los
judíos, reyes de la época, que inspiró a una judeofobia rural conservadora
que eventualmente devino en movimiento político. Toussenel, empero, advertía al
lector que en su libro el término judío era utilizado en el sentido de banquero,
usurero, pero aprobó abiertamente la persecución que los judíos habían
sufrido hasta ese momento como pueblo.
Esta manipulación
semántica le permitía incluir bajo el epíteto judío incluso a los países
protestantes. Se trata de un juego de palabras. Es cierto que Toussenel era
también antiprotestante, pero el hecho de que que acusa a los judíos de todo
aquello que le disgusta ilustra la esencia de la judeofobia.
Porque Toussenel censuraba
la influencia protestante, pero no proponía destruir a los protestantes como
grupo. En el mismo sentido, es incorrecto aseverar que D’Hollbach eran tanto
judeofóbico como era anticristiano, o que Stalin era tan judeofóbico como
antirreligioso, o que Hitler era tanto anti-judío como anti-comunista. Una cosa
es expresar reservas sobre ideas (¡incluso si esa idea viene del judaísmo!) y
otra muy diferente es atacar a un grupo que encarna todo "mal" que el
agresor detesta.
La paranoia judeofóbica en
Francia llegó a su clímax con el libro Francia judía (1886) de Edouard
Drumont, en donde se "demostraba" cómo Francia estaba subyugada por
"los" judíos, y que en poco tiempo alcanzó centenares de ediciones.
En 1889 Drumont fundó la Liga Antisemita (homónima de la Wilhelm Marr en nuestra
primera lección) y a los pocos años fue elegido diputado.
El estereotipo de judíos
presentados como dominadores de una nación fue repetido muchas veces por
nacionalistas de muchos países. Un tal Horacio Calderón publicó hace unas
décadas su versión Argentina Judía. El método usual es mencionar los
nombres de judíos que son banqueros, editores de diarios, industriales, etc., y
después amontonar este poder en la deducción de que pertenece en su conjunto a
un grupo solapadamente coordinado: "los" judíos. (El absurdo es
parecido al de quien atribuyera poder financiero a "los gordos" por
descubrir a muchos banqueros pasados de peso, clamara contra una prensa poseída
por "los" miopes porque muchos periodistas usan lentes. Y sin
embargo, así es la maniobra: se hacen resaltar los judíos que están es posiciones
elevadas y se despierta la sospecha de que actúan bajo coordinación secreta:
"los" judíos).
Que muchos franceses aún
están infectados por este prejuicio, se puso en evidencia en marzo de este año
cuando Jean-Marie Le Pen, líder opositor que recibió apoyo del 15% de la
población, acusó al presidente de Francia de estar controlado por "los judíos".
La cúspide de la línea judeofóbica francesa fue el affaire Dreyfus.
Alfred Dreyfus, capitán
del ejército francés, fue arrestado en 1894 y juzgado por una corte marcial
bajo el cargo de traición. Un documento militar secreto (el
"bordereau") enviado al agregado militar de la embajada alemana en
París, llegó a las manos del servicio de inteligencia francés. El veredicto
contra Dreyfus, su degradación, y encarcelamiento en la Isla del Diablo, y su
ulterior reahabilitación en 1906, fueron traumáticos para Francia y para el
mundo judío en su conjunto. Durante esa década, líderes franceses de alto rango
fueron probados cómplices de un escándalo judeofóbico de mayores proporciones.
Los franceses se
dividieron en Dreyfusistas (en general liberales y socialistas) y
anti-Dreyfusistas (monarquistas, reaccionarios y la Iglesia). El diario La
Civiltá Cattolica (que aún hasta hace un siglo difundía el libelo de sangre
y mantuvo su judeofobia incluso después de la Segunda Guerra Mundial) se sumó
apasionadamente a los anti-Dreyfusistas.
El aspecto más abrumador
no fue la probadísima inocencia de Dreyfus, y ni siquiera que se lo perseguía
por ser judío, sino la violenta reacción las masas bajo el grito de
"muerte a los judíos", provocado por la inculpación de un judío bajo
un cargo relativamente menor. Que esto ocurriera en el país de la igualdad de
derechos, generó estupor entre los judíos por doquier, y probó que la
asimilación no inmunizaba a los contra la judeofobia.
Esa fue la conclusión de
un periodista vienés que llegó a París a fin de cubrir el affaire Dreyfus, y
parcialmente debido a él se decidió a crear la Organización Sionista Mundial,
Teodoro Herzl.
Ecos del affaire Dreyfus
reverberaron en Francia por una generación. Durante la Segunda Guerra su eco se
reconocía en la división entre el gobierno de Vichy y las fuerza de Francia
Libre. Lo curioso es que el máximo líder de esta última, Charles de Gaulle
en 1967, llamó a los judíos "pueblo elitista y dominador". Y dicha
expresión pública del presidente de Francia se escuchaba sólo veinte años
después de que él mismo combatiera al régimen que había asesinado a un tercio
de los "dominadores".
En Francia la judeofobia
fue mayormente ecnónomica y política. No se centraba en lo cultural (como la
del mundo pagano) ni en lo teológico (como la medieval). Produjo el mito
moderno de que los judíos gobiernan todo, en cuyo origen volveremos a detenernos.
Y tampoco se basó en principios raciales como la que se desarrolló en Alemania,
y será motivo de nuestra próxima clase.
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Judeofobia
Al presente, he seguido con
especial interés sus artículos ya que, aparte de mis sentimientos hacia la
nación de Israel y el pueblo judío, confirman y aclaran muchas inquietudes que
he tenido al respecto. Soy cristiano (pertenezco a la iglesia bautista sin ser
"bautista"), mas no comparto muchas de las enseñanzas de la
"iglesia" (sea evangélica, cristiana, ortodoxa,protestante y menos la
católica) pues las considero judeofóbicas. Espero que los lectores no
asimilemos mera información sino aportemos nuestro grano de arena en la lucha
contra la judeofobia que sigue imperando en el mundo (realmente es increíble,
por no decir menos, la sarta de mentiras que son atribuídas al pueblo judío).
Quizás, por nuestro entorno cultural, creencias y demás, tengamos diferencias
con las posturas judías, pero esto debe ser analizado de manera crítica y
racional y no ser motivo de prejuicios contra el pueblo escogido de Dios
(verdad que no podrá cambiar nada ni nadie pese a las "teologías" de
sustitución que puedan existir)
Desde Colombia y que el Eterno continue bendiciéndoles...
Por:
Giancarlo Lozano Suárez (gianclozan...) - 29-05-2002
Unidad 07.- El islam, el protentatismo y la judeofobia modernoa.
Definitivamente en toda la
historia los dominantes siempre buscan un chivo expiatorio y, lamentable,
desgaciada y condenablemente, este papel le ha tocado con mucha frecuencia, al
pueblo judío. Mahoma comenzó, muy oportunistamente, copiando varias observancias
de los judíos como de los cristianos, el Corán es una prueba de esta revoltura.
Del cristianismo, creo que queda bien claro ql papel ambiguo que ha jugado no
sólo la iglesia católica, sino también los protestantes en todas sus variantes.
Los mitos contra el pueblo judío ha sido una constante vergonzante en la
historia, no sólo en el aspecto religios sino en todos, como se el pueblo fuera
una unidad indisoluble y este pueblo, como cualquier otro, tiene diferencias
internas, por eso la judeofobia se manifiesta en el aspecto religioso, porque
la religión es un lazo unificador entre sus adeptos, pero lo que mejor logra la
judeofobia es que odie a los judíos por motivos económicos con el disfraz
religioso, soslayando el hecho de que es un pueblo admirable por la identidad
que ha mantenido a pesar de tantos crímenes que se han cometido contra ellos.
Quiere manifestar que no soy judío, pero que admiro a este publo por la
grandeza y aportaciones que ha hecho a la humanidad, la más importante, en mi
opinión, es el monoteísmo, ¡y eso que no es pueblo de filósofos!- dicen los
judeofóbos. ...
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 23-03-2002
Unidad 08: La judeofobia alemana; el fenómeno
del autoodio judío
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
El primero de los tres
paradigmas de la judeofobia moderna fue el francés, estudiado en la última
clase. Ahora pasaremos al racista, que aunque también fue inaugurado en un
libro francés, alcanzó su nadir en Alemania. En su Ensayo acerca de la
desigualdad de las razas humanas (1853) Joseph De Gobineau sostenía que las
diferencias físicas entre las razas humanas conllevan jerarquías intelectuales
y morales. Aunque éste era el primer libro en desarrollar la teoría, el racismo
como prejuicio, empero, es tan antiguo como la civilización, y aun Platón y
Aristóteles arguyeron que los griegos habían nacido para ser libres y los
bárbaros eran esclavos naturales.
La tradición antirracista,
por su parte, fue una contribución judía que el cristianismo difundió. Su
primer ejemplo es provisto en el Talmud, cuando explica el motivo por el que
Adán es el único ancestro humano: para que nadie pueda jamás atribuir superioridad
a sus antepasados.
Y aunque el prejuicio
racial fue omnipresente en la historia europea, en el siglo XVIII se formalizó
a partir de los estudios antropológicos. Linné emparejaba el color de piel con
tendencias mentales y morales, y para Buffon el hombre blanco era la norma,
"el rey de la creación", mientras los negros constituían una raza
degenerada. Para Voltaire los negros eran una especie intermedia entre el
blanco y el mono. En este contexto dieciochesco, los judíos encajaban como una
nación sui generis, pero incluida en la raza blanca.
El siglo XIX complicó las
cosas debido a que las luchas nacionales empujaron a los estudiosos a
acrecentar el número de supuestas razas y subrazas. El énfasis mayor en
Alemania se debe a dos razones: 1) Hasta 1870 sus muchas divisiones políticas
internas habían incrementado el fervor nacionalista; y 2) la mayoría de los
monarcas europeos eran de ascendencia germánica (recuérdese además que la
monarquía dividía a la sociedad medieval en tres estratos: plebe, clero y
nobleza, y ésta era considerada la superior, de "sangre azul").
El filósofo Johann Fichte
enseñaba que el alemán era la lengua original de Europa (Ursprache) y
los alemanes la nación original (Urvolk). Incluso fuera de Alemania hubo
algunos partidarios del "Germanismo" o "Teutonismo". Con
todo, la visión de Fichte no se quedaba en la superioridad alemana y
reflexionaba especialmente acerca de los judíos: "¿Darles derechos civiles?
No hay otro modo de hacerlo sino cortarles una noche todas sus cabezas y
reemplazarlas por otras cabezas que no contengan un solo pensamiento judío.
¿Cómo podemos defendernos de ellos? No veo alternativa sino conquistar su
tierra prometida y despacharlos a todos allí. Si se les otorgan derechos
civiles van a pisotear a los otros ciudadanos".
Junto a la antropología y
la filososfia, otra disciplina académica estimulaba a los racistas: la
lingüística. Ya desde los descubrimientos de William Jones en 1786 y la Ley
de Grimm de 1822, se deducía de la afinidad entre el sánscrito, griego y
latín, que había un origen común de idiomas indoeuropeos (incluídos
celta y gótico, supuestamente el más antiguo de los germánicos). Se tuvo por
cierto que las lenguas europeas derivaban del sánscrito, y las naciones que las
hablaban pertenecían a la raza aria (que en sánscrito significa
"noble").
El contraste de la llamada raza
aria fue la "semita", de la que supuestamente derivaban las
naciones que habían hablado lenguas semitas en el pasado. Lassen argüía que
"los semitas no poseen el equilibrio armonioso entre todos los poderes del
intelecto, tan característico de los indogermánicos" y su colega francés
Ernest Renan condenaba "la espantosa simplicidad de la mentalidad
semita". Todas las creaciones del espíritu humano (con la posible
excepción de la religión) fueron atribuídas a los "arios" y por ello
los alemanes, los más "puros", debían eludir mezclarse con razas
inferiores. Debido a esa pretendida "pureza teutónica", los
estudiosos alemanes optaron por la denominación indogermánica.
Durante la primera mitad
del siglo pasado se hicieron muchos esfuerzos para racionalizar el odio. Bruno
Bauer en Die Judenfrage (1843) denuesta el "espíritu nacional
judío" y el compositor Richard Wagner escribe en La judería en la
música (1850): "Debemos explicarnos por qué nos repele la naturaleza y
personalidad de los judíos... Para compreder nuestra repugnancia instintiva por
la esencia primaria del judío, consideremos primero cómo fue posible que el
judío deviniera en músico..."
Las justificaciones
científicas no provenían sólo desde lo sociológico. Un pionero que había pasado
inadvertido fue Karl Grattenauer, quien en 1803 había ofrecido una explicación
de vanguardia de por qué los judíos tienen mal olor: hay un fedor judaico
producido por cierto amonium pyro-oleosum.
La creencia de que los
judíos constituían una raza separada, oriental, se difundió ampliamente durante
la segunda mitad del siglo pasado, y en Alemania se tradujo también al mundo de
la política. Bajo gobierno de Bismarck, se entendió cínicamente que la judeofobia
podía servir de instrumento para completar la unificación de Alemania. Como
ironizara en retrospectiva Israel Zangwill (1920): "Si no hubiera judíos,
habría que inventarlos para uso de los políticos... son indispensables como
antítesis de una panacea; causa garantizada de todos los males". En
efecto, a fines de siglo surgen en Alemania partidos políticos abiertamente
judeófobos, con tres fundamentos ideológicos, a veces combinados: el económico,
el religioso, y el voelkish (nacional-racial). Aunque al principio no
tuvieron muchos afiliados, su propaganda seducía a grandes sectores de la
población.
Podemos notar una
diferencia con el modelo francés. Mientras en Alemania, Austria y Hungría, el
uso político de la judeofobia fue una reacción inmediata al otorgamiento de
Emancipación a los judíos, Francia, por el contrario, ya había vivido ochenta
años de Emancipación cuando fue plagada por formas organizadas de judeofobia.
El primero en organizar el
uso de la judeofobia como levadura para un movimiento de masas fue Adolf
Stoecker en Berlín. Su Partido de Trabajadores Cristiano-Socialistas
(1878) no atrajo votos con una plataforma de ética social cristiana, así que la
cambió por una judeofóbica, que inspiró a todo un movimiento estudiantil
antijudío a partir del Verein Deutscher Studenten de 1881. Con apoyo
conservador, Stoecker fue electo al Reichstag. Para esa época se creaba la
mentada Liga de los Antisemitas de Wilhelm Marr, dedicada ésta a temas
étnicos más que a soioeconómicos. Y un famoso académico, Heinrich von
Treitschke, les otorgó respetabilidad al denominar a todo exceso antijudío
"una reacción brutal y natural del sentimiento nacional alemán contra un
elemento extranjero". Treitschke acuñó la máxima Die Juden sind unser
Unglück! ("-los judíos son nuestra desgracia!") que medio siglo
después se transformó en lema de los nazis.
En 1882 se reunió en
Dresden el Primer Congreso Antijudío, azuzado por un libelo de sangre en
Tisza-Eszlar. Con delegados de Alemania, Austria y Hungría, creó la Alianza
Antijudía Universal. Hubo más congresos en Chemnitz 1883, Kassel 1886 y
Bochum 1889. Los racistas más pendencieros terminaron por escindirse del
partido de Stoecker y en 1886 Otto Boeckel fue elegido al Reichstag como el
primer judeófobo per se. A los pocos a¤os fundó el Partido Popular
Antisemita, y dieciséis candidatos judeófobos fueron electos al Reichstag
en 1893. En 1895, por primera vez en la historia, un partido llegaba al poder
con una plataforma judeófoba. Fue el Partido Social Cristiano de Viena,
cuyo líder, Karl Lueger, mientras era burgomaestre de la ciudad, recibió la
visita de un joven admirador llamado Adolf Hitler.
También a principios de esa
década se propuso la doctrina de la judeofobia racial. Para su iniciador, Eugen
Dühring "habrá un problema judío aún si cada judío le da la espalda a su
religión y se une a una de nuestras principales iglesias... Son precisamente
los judíos bautizados los que penetran más profundamente... los judíos deben
ser definidos solamente en base de la raza".
En 1899 Houston Chamberlain
(yerno de Wagner) elaboró cabalmente la antítesis ario-semita en Los
fundamentos del siglo XIX, voluminoso manual de los académicos judeófobos,
que explicaba cómo desde la antigüedad "...los arios cometieron el fatal
error de proteger a los judíos (bajo el rey persa Ciro) y así permitieron que
el germen de la intolerancia semítica esparciera su veneno por la Tierra
durante milenios, una maldición contra todo lo que es noble y una vergüenza
para el cristianismo". No todos los racistas coincidieron en esto. Por
ejemplo, los neopaganos como Alfred Rosenberg y Walter Darré, consideraron el
cristianismo como una ense¤anza "típicamente semítica" que socavaba
el espíritu "germánico" por medio de una mentalidad de esclavos. Esas
diferencias acerca de qué es ario y qué es semita, fue precisamente el problema
que nunca resolvieron los racistas.
Su solución fue simple:
todo lo bueno era apropiado para "los arios" y lo malo era
"semita". Para Chamberlain, por ejemplo, el ideal era el nórdico
rubio y dolicocéfalo, entre los que no dudó en incluir nada menos que a Dante
Alighieri, e incluso al Rey David y a Jesús. Pero como los gustos de los
racistas variaban, algunos resultados de su método fueron tragicómicos. Goethe
por ejemplo, era para Chamberlain un "ario perfecto y puro"; para
Fritz Lentz, un "híbrido teutónico-asiático"; para Otto Hauser,
"un mestizo, puesto que en el Fausto hay centenares de versos
lastimosamente malos".
Sin duda aquí radica la
paradoja de este racismo: en la vastísima literatura acerca del "veneno
judío", y a pesar de la enorme infraestructura montada para combatirlo, no
se dio jamás una definición racial del judío. Nunca llegaron más allá de definirlo
como alguien cuyos abuelos profesaron la religión judía. Así y todo, algunos
fanáticos construyeron sistemas escatológicos muy elaborados en los que la
lucha entre la raza aria y la semita era la contrapartida de la lucha final
entre Dios y fuerzas diabólicas.
El hecho es que para 1900
la existencia de una raza aria era tenida por la mayoría como una verdad
científica, y ya había todo un enorme aparato teórico que denunciaba la
"influencia judía" en el arte, las leyes, la medicina, filosofía,
literatura, etc. Un ejemplo particularmente escandaloso (aunque menor) fue la
obra del campeón mundial de ajedrez Alexander Alekhine, Ajedrez ario contra
ajedrez judío en la que se sostiene que los judíos juegan al ajedrez de un
modo distinto, hiperdefensivo y oportunista.
La judeofobia racial no
dejó salida a los judíos, y algunos encontraron una única reacción posible.
El Auto-Odio Judío
Miles de judíos habían
dejado de lado su tradición décadas antes de los escritos racistas. Muchos,
nacidos en familias religiosas y educados en ieshivot talmúdicas, abandonaron
el judaísmo apenas se pusieron en contacto con la cultura alemana. El hijo de
uno de aquellos judíos fue el máximo poeta Heinrich Heine, para quien "el
judaísmo no es una religión sino una desgracia" y quien se bautizó
("pero no me convertí", aclaraba). El escritor Moritz Saphir fue aun
más lejos: "el judaísmo es una deformidad de nacimiento, corregible por
cirurgía bautismal".
Pero cuando la
Emancipación se revirtió en Alemania, y los judíos fueron nuevamente
confrontados con un odio sistemático que no les permitía en modo alguno
liberarse de la carga de su judeidad, apareció un fenómeno muy singular: el
auto-odio judío. Ese precisamente fue el título del libro de Theodor Lessing,
que en 1930, examinó las biografías de seis judíos que odiaron su ascendencia.
Algunos se suicidaron en consecuencia, incluido el conocido psiquiatra y
filósofo autríaco Otto Weininger.
Casos de autoodio judío
había habido en la antigüedad, como el del sobrino de Filón, Tiberio, que hizo
masacrar a los judíos. Y también en la Edad Media hubo casos como Petrus
Alfonsi, Nicholas Donin, Pablo Christiani, Avner de Burgos, Guglielmo Moncada y
Alessandro Franceschi. Pero todos ellos habían tenido la opción de la
apostasía, y aun pudieron unirse al sector más judeofóbico de la Iglesia a fin
de perseguir a los judíos.
La novedad de la nueva
etapa judeofóbica en Austria y Alemania de este siglo, fue que no dejaba
escapatoria alguna, y llevó al auto-odio judío a los mismos abismos que la
judeofobia gentil. La Organización de Judíos Nacional-Alemanes fue
creada para apoyar "el renacimiento nacional alemán" (nazismo) en el
cual esperaban cumplir un rol como judíos (eventualmente recibieron ese rol en
Auschwitz).
Uno de los casos que
estudió Lessing fue el del periodista vienés Arthur Trebitsch, quien se
convirtió al cristianismo, escribió un libro judeófobo, y ofreció sus servicios
a los nazis de Austria. Cuando sintió que todo era insuficiente, escribió:
"Me fuerzo a no pensarlo, pero no lo logro. Se piensa dentro de mí... está
allí todo el tiempo, doloroso, feo, mortal: el conocimiento de mi ascendencia.
Tanto como un leproso lleva su repulsiva enfermedad escondida bajo su ropa y
sin embargo sabe de ella en cada momento, así cargo yo la vergüenza y la
desgracia, la culpa metafísica de ser judío. ¿Qué son todos los sufrimientos e
inhibiciones que vienen de afuera en comparación con el infierno que llevo
dentro? La judeidad radica en la misma existencia. Es imposible sacudírsela de
encima. Del mismo modo en que un perro o un cerdo no pueden evitar ser lo que
son, no puedo yo arrancarme de los lazos eternos de la existencia que me
mantienen en el eslabón intermedio entre el hombre y el animal: los judíos.
Siento como si yo tengo que cargar sobre mis hombros toda la culpa acumulada de
esa maldita casta de hombres cuya sangre venenosa me contamina. Siento como si
yo, yo solo, tengo que hacer penitencia por cada crimen que esta gente está
cometiendo contra la germanidad. Y a los alemanes me gustaría gritarles:
Permaneced firmes! No tengáis piedad! Ni siquiera conmigo! Alemanes, vuestros
muros deben permanecer herméticos contra la penetración. Para que nunca se
infiltre la traición por ningún orificio... Cerrad vuestros corazones y oidos a
quienes aun claman desde afuera por ser admitidos. Todo está en juego!
Permanezca fuerte y leal, Alemania, la última peque¤a fortaleza del arianismo!
Abajo con estos pobres pestilentes! Quemad este nido de avispas! Incluso si
junto con los injustos, cien justos son destruidos. ¿Qué importan ellos? ¿Qué
importamos nosotros? ¿Qué importo yo? No! No tengan piedad! Se los ruego."
Si consideramos que los
postulados judeofóbicos raciales habían penetrado por doquier en Alemania, se
entiende el meteorítico crecimiento del nazismo, sobre todo si agregamos la
simplicidad de su postura maniquea, que seduce a las masas. De veinte mil afiliados
en 1923, el Partido Nazi recibió en 1930 dos millones y medio de votos,
elevando a sus representantes en el Reichstag de 12 a 107. Dos a¤os después, ya
eran 230. Cuando ascendieron al poder en 1933, el dogma judeófobo era una
mitología filtrada en todos los órdenes de la vida, que sirvió para justificar
el Holocausto.
El insulto a los judíos
servía para enseñar a la juventud alemana el rechazo del pacifismo sentimental.
Los maestros lo hacían en clase reprimiendo "debilidades" de otros
niños. Siglos de odio acumulado se descargaron contra una población indefensa
atrapada en Europa. El judío ya no era el chivo emisario, ni siquiera un
miembro de una raza inferior. Era el culpable de todo mal: la derrota alemana
en la Gran Guerra (tal acusación era llamada "la teoría de la pu¤alada en
la espalda"), la inflación, el crimen, todo. El judío era el destructor
inherente, el envenenador de la pureza. Y era incorregible. Sólo restaba una
"Solución Final", que el slogan nazi explicitó claramente: Juda
Verrecke! (judería, pereced!).
Al comienzo se fingió
legalidad, se simuló autodefensa nacional. Luego el programa se aceleró:
aislamiento, pauperización, expulsión, exterminio. Pero incluso antes de que el
gobierno actuase, las tropas de asalto nazis, la policía y los afiliados del partido
tomaron la acción en sus propias manos. Las golpizas, los boycots económicos, y
los asesinatos de judíos fueron experiencias cotidianas. Se condenó al
ostracismo a los judíos que ejercían como abogados, médicos, maestros,
periodistas, académicos y artistas. Los ni¤os judíos eran insultados en las
escuelas, por compa¤eros y por maestros, y regresaban a sus casas golpeados,
pálidos y temblorosos. Una estrella amarilla debia exhibirse en la ropa, los
libros de judíos eran incendiados en público.
Antes de que concluyera
1933, los judíos alemanes eran hombres desesperados, mujeres sollozantes y
ni¤os aterrorizados. En septiembre de 1935 las Leyes de Nürenberg cancelaron la
ciudadanía de todos los judíos, quienes pasaron a ser "huéspedes". La
única salida era la emigración o el suicidio. Se limitó la salida de bienes del
país, y para 1938 no podía sacarse ni siquiera un marco. Esta medida enriquecía
al gobierno con cada partida, y también hacía del judío un inmigrante aun más
indeseable en los países a los que presentaba su solicitud.
La Noche de los
Cristales (10/11/1938) fue el horror: ultrajes, asesinatos, saqueos y
violaciones. Los judíos corrían presas del pánico mientras hordas de nazis los
perseguían. Más de cien judíos fueron asesinados, treinta y cinco mil
arrestados (y eventualmente enviados a los campos de muerte), siete mil
quinientos negocios saqueados y seiscientas sinagogas incendiadas, mientras los
altoparlantes anunciaban: "se requiere de todo judío que decida colgarse,
que tenga la amabilidad de colocar en su boca un papel con su nombre, para que
sea identificado". El Holocausto había comenzado.
La historia del Holocausto
excedería el marco de este curso. En síntesis, una nación entera se trasformó
en el brazo ejecutor de la judeofobia más brutal. Y era la nación más
civilizada del planeta. Se aplicó la "ideología" nazi, o sea la remoción
de los judíos de la sociedad humana, por medio de etiquetarlos como parásitos,
como un virus infeccioso que amenazaba al mundo. La mitología judeofóbica llevó
así a la pérdida de seis millones de vidas de judíos (un tercio del total) y
Adolf Hitler despojaba la judeofobia de todos sus disfraces y desnudaba su
esencia. Instintos sádicos descontrolados fueron protegidos por la ley, por el
estado, por el silencio del mundo. Tanto la conferencia internacional de Evian
(1938) como la de Bermuda (1943) no pudieron proveer a los judíos de un solo
sitio en el que refugiarse. Y las puertas de la Tierra de Israel permanecieron
selladas por los británicos que devolvían a Europa los barcos cargados de
refugiados judíos, o los hundían y así condenaban a miles de judíos fugitivos a
ahogarse en el mar.
Millones de judíos que
habían rechazado o postergado las propuestas sionistas de emigración, y
confiaban que la seguridad del pueblo judío sería defendida por los ideales
liberales de Europa, por una legislación justa, y por democrátas por doquier,
descubrieron con estupor que incluso sus vecinos y amigos no-judíos no se
levantaron a protegerlos, ni incluso a esconderlos. Hubo, sí, miles de
"justos entre los gentiles" que expresaron solidaridad con los
judíos, algunos incluso arriesgando así sus propias vidas. Pero a pesar de
ellos, el panorama global fue de tétrica desilusión para los que creyeron que
la judeofobia estaba por superarse.
La opresión de los judíos
caía en niveles cada vez peores. Desde legislación discriminatoria hasta
exclusión de empleos de los que subsistir, desde actos de violencia contra
individuos en las calles hasta campa¤as contra negocios de judíos, desde
deportaciones y degradación, hasta el exterminio, y la mayoría de los gentiles
cubrieron sus ojos, cerraron sus puertas a los que buscaban refugio y, con
demasiada frecuencia, fueron partícipes del asesinato de judíos, arrebatándoles
sus pertenencias y delatando sus escondrijos. Aun más que durante las matanzas
medievales, los alemanes tuvieron éxito en el genocidio debido a la abrumadora
coooperación que recibieron de los ciudadanos de los países ocupados.
Todos los pedidos de los
judíos fueron virtualmente desoídos, incluída la solicitud de que se
bombardearan los hornos crematorios de Auschwitz, donde un millón y medio de
judíos fueron asesinados después de inenarrables sufrimientos. Los ejércitos
aliados se negaron a bombardear el campo de muerte, por temor de que sus
propios ciudadanos sintieran que habían sido arrastados a una "guerra
judía".
Llamar racismo a la
"ideología" nazi es otro empe¤o por desjudaizar el Holocausto. Sólo
en lo que concernía a los judíos fueron los nazis consistentemente
"racistas". Sus principales aliados fueron pueblos latinos y
asiáticos, Italia y Japón, y flirtearon con otro pueblo supuestamente
"semita", los árabes. Es sabido que cuando el líder de los
árabes-palestinos, Hajj Amin Al-Husseini, visitó a Alfred Rosenberg en mayo de
1943, se le prometió que se daría instrucciones a la prensa para que limitara
el uso de la voz "anti-semitismo" porque sonaba al oído como si
incluyera el mundo árabe, que era mayormente germanófilo. Husseini participó
del golpe pronazi en Irak en 1941, y residió en Alemania por el resto de la
guerra. Recrutó a los voluntarios musulmanes para el ejército alemán y
exhortaba al Reich a extender la "solución final" a Palestina.
El hecho es que el odio
nazi se focalizó en los judíos con la virtual exclusión de toda otra
"raza" (incluídos los gitanos que, aunque fueron muertos en masa, a
diferencia de los judíos, en la visión de los nazis no pasaron de ser
marginales).
No fue debido al racismo
que los nazis odiaban a los judíos, sino al revés: para ejercer su honda
judeofobia utilizaron argumentos racistas. No fue para adquirir poder que los
nazis atacaron al "chivo expiatorio" judío, sino al revés, o como Hitler
escribiera, ya derrotado, en su diario, en abril de 1945: "Por encima de
todo encargo al gobierno y al pueblo a resistir sin misericordia al envenenador
de todas las naciones, el judío internacional".
Así resumen Prager y
Telushkin la judeofobia nazi: "Casi toda ideología y nacionalidad europea
había estado saturada con odio contra el judío cuando los nazis consumaron la
"solución final". En las décadas y siglos que la precedieron, elementos
esenciales del pensar cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y
post-iluminista habían considerado intolerable la existencia de los judíos. En
un análisis final, todos se habrían opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin
ellos, Hitler no podría haberlo hecho".
En cuanto al rol
específico de la Iglesia, fue objeto este mes de un simposio vaticano bajo el
título de "Raíces de antijudaísmo en círculos cristianos". Allí tanto
el teologo Georges Cottier como la autoridad vaticana, el padre Remi Hoeckman, convocaron
a un "histórico examen de conciencia por parte de los cristianos, a fin de
que el fin del milenio coincida con el fin del antisemitismo, del desprecio que
los cristianos han tenido por el judaísmo y los judíos".
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Unidad 08.- La judeofobia; el fenómeno del auto-odio judio.
El fenómeno del auto-odio
judio, aunque repugnante es explicable. En lo referente al exterminio de los
judíos y de todos las demás minoría de todo tipo, opino que toda la humanidad
es culpable, unos, lo peor de la humanidad, por comisión, pero otros, por
omisión.
23 - 03 -2002. ...
Por:
Camilo Estrada Luviano (cudezmo@te...) - 23-03-2002
Unidad 09: Rusia: entre Zares
y Soviets
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Dedicamos las últimas dos
lecciones a dos modelos de la judeofobia moderna, Francia y Alemania. Ahora
pasaremos al tercer paradigma, el conspiracional. Hemos dicho que en la época
moderna, el país con más libelos de sangre fue Rusia, donde el agravante adicional
fue que, en contraste con los papas y monarcas de Occidente, los zares
estimularon la calumnia.
El primer caso ruso ocurrió
en Senno en 1799, cuando antes de la Pascua cuatro judíos fueron arrestados
debido al hallazgo de un cadáver. Ese año se solicitó al poeta Gabriel
Derzhavin que investigara. Su Opinión elevada al zar acerca de la
organización del status de los judíos de Rusia denunció el
"parasitismo económico" y que "en estas comunidades se hallan
personas que perpetran el crimen, o que por lo menos protegen a quienes lo
perpetran, de derramar sangre cristiana, de lo que los judíos fueron sospechosos
en varias épocas en distintos países. Si bien considero que tales crímenes en
la antigüedad fueron cometidos por fanáticos ignorantes, creo apropiado no
pasarlos por alto".
Con este sello semioficial,
el zar Alejandro I dio instrucciones para que el libelo fuera revivido en
Velizh, en donde el juicio duró diez años. Y aunque los judíos probaron
finalmente su inocencia, el mero debate público bastó para que el siguiente zar
Nicolás I se negara a firmar una circular de 1817 que requería no incriminar a
judíos sin evidencias. La judeofobia se exacerbaba mientras duraban esos
procesos, cualesquiera fueran los veredictos.
Libelos en Kovno, Zaslav,
Volhynia, Saratov, etc., llevaron a que en 1855 se designara otro comité
investigador. Una vez más sus conclusiones fueron categóricas: no había ninguna
evidencia para acusar a los judíos. Y sin embargo, la noticia del asesinato
ritual se difundía sin pausa y "expertos" en el tema publicaban
libros que "describían los modos" en que la sangre cristiana se
utilizaba (ejemplos de libelistas en Rusia fueron Lutostansky y Pranatis, fuera
de ella Desportes y Cholewa).
Después de la partición de
Polonia a fines del siglo XVIII, el mayor bloque de israelitas quedó bajo
dominio ruso; durante el siglo XIX la mitad de los judíos del mundo vivían en
Rusia (aproximadamente cinco de los diez millones). La judeofobia se intensificaba
agravada por los sucesivos juicios de asesinato ritual.
Los judíos tenían prohibido
residir fuera de la Zona de Residencia (Catalina II había formulado una
invitación a los extranjeros para que se radicaran en el país, pero explicitó:
"todos, excepto los judíos". También la emperatriz Elizabeth, cuando
le solicitaron la admisión de judíos con propósitos comerciales había
replicado: "No acepto beneficios de los enemigos de Cristo").
Con todo, las peores
víctimas de la judeofobia zarista fueron los niños. La causa principal fue un
sistema de reclutamiento de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo.
La ley establecía que la edad de conscripción obligatoria serían los doce (12)
años, bajo el pretexto de excluir a quienes sostenían a sus familias. El
objetivo lo aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos serán
colocados en establecimientos de entrenamiento preparatorio para servir en el
ejército del zar por veinticinco años durante los cuales serán guiados a fin de
aceptar el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban cantonistas
("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los disciplinaba
bajo amenaza de hambre y castigos corporales.
Sobre los hombros de los
líderes comunitarios judíos se depositaba la responsabilidad de alcanzar altos
cupos de adolescentes. Estos provenían de los hogares más pobres, de los que
eran arrancados para siempre. Cada comunidad se veía en la obligación de recurrir
a bravucones llamados jpers ("secuestradores" en idioma ídish)
que arrebataban a los niños ante los gritos de padres y vecinos. Desde los ocho
(8) años de edad, los niños eran aprisionados en el edificio de la comunidad y
de allí los retiraba el ejército. El sistema se hizo más riguroso durante la
Guerra de Crimea (1854) cuando la cuota se fijó en treinta conscriptos por cada
mil judíos, y las bandas de jápers acechaban para cazar a sus víctimas.
De la Zona de Residencia,
los niños eran transferidos hasta Siberia, en viaje de varias semanas. El
pensador ruso Alexander Herzen registró su encuentro con un convoy de
cantonistas en 1835, y la explicación que recibió del oficial a cargo: "un
muchachito judío es una criatura debilucha y frágil... no está habituado a
marchar en ciénagas por diez horas diarias, ni a comer galleta entre gente
extraña, sin madre ni padre que lo mimen; por ende tosen y tosen hasta que se
tosen ellos mismos a la tumba... Ni la mitad llegará a destino; mueren así
nomás como moscas... Ya dejamos un tercio en el camino" dijo, señalando la
tierra.
Durante las tres décadas en
que hubo cantonismo, cuarenta mil niños judíos fueron reclutados. El nombre
bíblico Be-emek Ha-Bajá, En el Valle de Lágrimas, que mencionamos
hace tres clases, también fue el título de una novela del escritor ídish
Mendele Mojer Sforim (m. 1917), en la que se narra ese horror (Peretz
Smolenskin y otros escritores también incluyeron páginas escalofriantes sobre
el tema).
Una vez en las barracas,
los niños que sobrevivían eran entregados a sargentos que habían sido
entrenados para "influir" en la religión de los mancebos. Los
"educadores" usaban hambre, privación de sueño, azotes y varios otros
tormentos hasta que se alcanzaba el bautismo, o la muerte. Después de la
ceremonia, los jovencitos debían cambiar sus nombres, eran registrados como
hijos de padrinos designados, y comenzaban el entrenamiento propiamente dicho.
Sus nuevos camaradas frecuentemente les hacían recordar su origen judío por
medio del maltrato y la humillación. El zar Nicolás I definía el cantonismo
como "el método para corregir a los judíos del reino".
Un efecto colateral del
sistema fue que muchos padres optaban (aunque reticentemente) por enviar a sus
hijos a escuelas públicas o a colonias agrícolas, ya que así se los eximía de
la conscripción. Por ello éstas pasaron a ser financiadas por el impuesto de
vela, un gravamen sobre las velas para rituales judíos, tales como
recordatorios y casamientos.
El Baile Y Su Fin
La deplorable situación de
los judíos de Rusia hizo que creyeran que un zar con nuevas ideas
personificaría un promisorio amanecer. Alejandro II es todavía llamado el Zar
Libertador en la historiografía rusa, debido a su política liberal, la Era
de las Grandes Reformas. En lo que se refiere a los judíos, el cantonismo
fue abolido y la Zona de Residencia mitigada. Como escribe Jaim Potock
en su historia de los judíos, los iluministas judíos en Rusia supusieron que
comenzaba la Emancipación según el modelo occidental "y el baile
comenzó". Pero no calcularon que el proceso liberador desataría un
violento contragolpe.
Ya avanzados en el curso
de judeofobia, podemos prever lo que ocurrió: como en Francia y Alemania, los
judíos ingresaron en las artes y el periodismo, fueron abogados y dramaturgos,
críticos y compositores, pintores y poetas. De súbito se los percibió notorios
y ubicuos en la vida política y cultural del país. Y no a todos los gentiles
los entusiasmó esta repentina participación judía en la vida de la patria.
Estereotipos judíos repulsivos comenzaron a aparecer en las obras de Lermontov,
Gogol y Pushkin. Dostoievsky fue más lejos y en La Cuestión Judía (1873)
justificó la repulsa, acusando a los judíos de "explotadores, chupasangres
de la población que los rodea, en especial de los pobres e ignorantes
campesinos... Los rusos, ciudadanos del único país donde el cristianismo es aún
fuerza dominante, son considerados por los judíos como bestias de carga".
Para él, los judíos, sentados sobre sus bolsas de oro, tramaban contra Rusia
desde el Oeste.
Pero el baile continuaba.
La prensa y la literatura judía florecieron, especialmente en hebreo y en
ídish; también en ruso. Zvi Dainow publicó en hebreo un sermón en honor del
zar, y Lev Levanda llamaba a los judíos a "despertar bajo el cetro de Alejandro
II". Y de golpe se apagaron las luces.
El 31 de marzo de 1881 fue
una de las fecmás fatídicas de la historia judía. Marcó el mayor éxodo de
judíos de la historia, cuando dos millones de ellos establecieron las
comunidades judías de los EE.UU., de Latinoamérica, y de la Tierra de Israel.
El asesinato de Alejandro
II, fue el trampolín para una furibunda reacción judeofóbica, so pretexto de
que en la célula revolucionaria que asesinó al zar había una joven judía. El
nuevo y precario régimen convocó a las masas culpando a "los judíos"
del regicidio. Las viejas formas de la judeofobia rusa (Zona de Residencia,
cantonismo, etc.) fueron reemplazadas a partir de Alejandro III por otras más
temibles aún, como los pogroms ("embestida" en ruso) que eran
ataques del populacho contra la población indefensa, con saqueos, incendios,
violaciones y asesinatos.
El bao de sangre inspirado
por el gobierno ocurrió en tres olas de furor creciente, y dejó decenas de
miles de muertos, e incontables mutilados y heridos. El primero de los pogroms
tuvo lugar en abril de 1881 en Yelizavetgrad. El nuevo ministro de interior,
conde Nicolás Ignatiev, los denominó "actos de justicia espontánea del
pueblo ruso explotado".
Por un lado, los grupos
revolucionarios redoblaron su accionar; por el otro, surgieron organizaciones
ultraconservadoras para combatirlos, y para que se revirtiera la liberalización
de Alejandro II. Entre ellas la Liga Sagrada, la Unión del Pueblo
Ruso, las Centurias Negras, la Nobleza Unificada. Su lema era
"Golpea al judío y salva a Rusia". En cuanto a los bolcheviques y
anarquistas, muchos aceptaron los pogroms, en los que veían un medio para
despertar al pueblo, que eventualmente se volcaría contra el régimen. Su lema
revolucionario era "Golpea a la burguesía y al judío!"
Ignatiev informó al zar
acerca de la violencia desatada: "durante los últimos veinte años
-escribe- los judíos gradualmente ganaron el comercio y la industria...
hicieron todos los esfuerzos para explotar a la población general... Así han
fomentado una ola de protesta, que cobró la infortunada forma de violencia...
La justicia exige normas severas que alteren las relaciones entre los
habitantes generales y los judíos, y protejan a los primeros de la dañina
actividad de los últimos".
Estas "normas
severas" fueron conocidas como las Leyes de Mayo, decretos
"temporarios" que se aplicaron a los judíos hasta la revolución de
1917, y que les prohibían residir fuera de ciertas ciudades y aldeas (cien en
total) y cancelaban todo contrato de compraventa con judíos en las áreas
prohibidas. De este modo los comerciantes rurales se libraron de la competencia
de sus colegas judíos, y los policías fueron dotados de un instrumento
permanente de extorsión y maltrato a los judíos que aún vivían en regiones
vedadas.
Gracias a presión
internacional, un decreto proyectado fue abortado: la expulsión de todos los
judíos a las planicies de Asia Central. Pero una restricción que sí se agregó
en la nueva Rusia fue el Numerus Clausus ("números cerrados")
para estudiantes judíos (esta práctica restrictiva prevaleció en muchos países,
incluso en los EE.UU.). En julio de 1887 el Ministerio de Educación estipuló
para los establecimientos secundarios y terciarios, un tope de 10% de judíos en
las ciudades de la Zona de Residencia, 5% afuera de ella, y 3% en Moscú y
Petersburgo. A veces estos topes incluían aun a judíos que se habían convertido
al cristianismo.
Uno de los propulsores de
estas restricciones fue el conde Constantino Pobedonostev, cuyo cargo era
similar al de un ministro de religión. Como opinaba que los judíos tenían más
talento que los rusos, temía que los dominaran. Por ello bregaba por la total
rusificación y vaticinó el destino de los judíos de Rusia: "Un tercio
morirá, un tercio emigrará y un tercio se asimilará".
Además de lo antedicho, la
faceta de la judeofobia rusa que tuvo mayor influencia a largo plazo fue su
modo de justificarse. La Ojrana, policía secreta del zar, procuraba
explicar ideológicamente sus acciones por medio de un libro actualizara la
vieja tradición demonológica. Había buenos precedentes.
El primero de ellos, según
vimos, era la obra en cinco tomos del abate Barruel (el mismo que frustró el Sanhedrín
de Napoleón) en la que mostraba la detestada Revolución Francesa como la
culminación de una milenaria conspiración secreta. Tres libros que emparentaban
la conspiración con los judíos aparecieron en 1869: uno alemán (El discurso
del rabino de Hermann Goedsche), uno francés (El judío, el judaísmo y la
judaización de los pueblos cristianos de Gougenot de Mousseaux, quien
recibió "por su coraje" la bendición papal de Pío IX), y uno ruso (El
libro del Kahal de Jacob Branfman).
También se citaba una
fuente inglesa, que no surgía de textos judeofóbicos sino de una travesura
literaria. Me refiero a Coningsby, la novela de Benjamín Disraeli
publicada en 1844. En un párrafo el rico y aristocrático judío Sidonia refiere
cómo durante sus travesías por Europa en busca de un préstamo, comprobaba que
en cada país el ministro al que entrevistaba, era indefectiblemente judío. Y
concluye con el siguiente comentario: "Ya ves, entonces, mi querido
Coningsby, que el mundo está gobernado por personajes muy diferentes de los que
imaginan quienes no están detrás del escenario" (capítulo XV del libro
tercero). ¡Y esto había salido de la pluma de un judío que llegó a ser Primer
Ministro! (Innecesario aclarar que quienes lo citaban para "demostrar el
poder de los judíos" salteaban el hecho de que los varios ministros
mencionados en la novela en rigor no eran judíos).
El mito reaparece hacia
1850 en muchos diarios alemanes que buscaban misteriosas raíces para la
revolución de 1848. En la novela Biarritz de Goedsche, el capítulo En
el cementerio judío de Praga refiere una reunión secreta nocturna durante
la Fiesta de los Tabernáculos, en la que los delegados de las doce tribus de
Israel planeaban una vez por siglo la toma del planeta.
Otra publicación en
alemán, que para 1875 ya iba por la séptima edición, fue La conquista del
mundo por los judíos, de un tal Millinger (alias Osman-Bey). Allí se
señalaba como fuente del mal a la Alliance Israélite Universelle (aunque
fundada en 1860, se la presentaba tan antigua como los judíos) y se auguraba
que "En un mundo sin judíos las guerras serán menos frecuentes porque
nadie lanzará a una nación contra la otra; cesarán el odio entre las clases y
las revoluciones, porque los únicos capitales serán nacionales que jamás
explotan a nadie... Tendremos ante nosotros la Edad de Oro, el ideal del
progreso en sí. ¡Arrojad a los judíos al Africa! ¡Viva el principio de las
nacionalidades y de las razas! ¡La Alliance Israélite Universelle sólo
puede ser destruida mediante el exterminio total de la raza judía!".
Como varios señalaban a la
Alliance de París como centro de la confabulación, allí fue donde la Ojrana
(policía política del zar) instaló al agente Orgeyevsky con el objeto de
"documentar" las siniestras actividades judías. El ministro Peter
Stolypin descartó varias propuestas por "propaganda inadmisible para el
gobierno", pero terminaron por aceptar un panfleto del místico Sergei
Nilus, escrito por 1902.
El libro supuestamente
contenía los "verdaderos" protocolos del congreso efectuado en
Basilea (Suiza) un lustro antes (el Primer Congreso Sionista Mundial) que,
aunque supuestamente había fingido el objetivo de establecer un hogar nacional
para los judíos, en realidad se había convocado para un plan de dominación
mundial. En dichos Protocolos de los Sabios de Sin, rabinos y líderes
expresan sin vueltas su sed de sangre, maquinaciones y ansias de poder. La
historia completa de cómo se fraguó el libro fue explicada por Norman Cohn en El
mito de los Sabios de Sión (1967).
Durante los primeros tres
lustros los Protocolos tuvieron poca influencia. Luego los rusos,
motivados por un artículo publicado en el Morning Post de Londres
(7/8/1917) que sugería la existencia de un gobierno judío secreto e
internacional, decidieron enviar copias de los Protocolos a numerosos
diarios europeos para "corroborar" la hipótesis.
El éxito de la patraña no
tuvo precedentes. Millones de ejemplares se vendieron en más veinte idiomas. En
los EE.UU. su gran mentor fue el magnate del automóvil, Henry Ford, quien
durante los años veinte difundió la mentira en su diario The Dearborn
Independent. También The Spectator londinense requirió en 1920 que
se designara una Comisión Real para revisar si existía una confabulación judía
internacional para destruir el cristianismo. De ser probada su existencia,
"se justificará nuestra cautela para admitir judíos a la ciudadanía...
Debemos arrastrar a los conspiradores a la luz, y mostrarle al mundo cuán
malvada es esta plaga social".
¿Suena al Sínodo de
Conversos del año 1235? ¿Beben los judíos sangre cristiana? ¿Nos dominan
secretamente? La Comisión Real nunca fue erigida, gracias a que un corresponsal
del diario The Times, Philip Graves, descubrió casualmente la novela en
base de la cual se habían fraguado los Protocolos. Era una sátira contra
Napoleón III escrita medio siglo antes (en 1865), Diálogos en el infierno
de Maurice Joly, en la que los franceses (no los judíos) acumulaban poder. De
2.560 renglones, 1.040 habían sido copiados literalmente por Nilus, palabra por
palabra. El editorial del Times del 18 de agosto de 1921 fue una
resonante admisión del macabro error. Los Protocolos eran falsos y la
conspiración judía mundial un nuevo mito judeofóbico.
Pero tal como había
sucedido con el libelo de sangre, el hecho de que la patraña fuera
racionalmente desenmascarada no disminuyó el odio. Los Protocolos
siguieron difundiéndose y creyéndose como ninguna obra anterior. Aun en 1992
salió en primera página del diario Sovetskaia Rossiia una serie de
artículos de Yoann (Metropolitano Ortodoxo Ruso de Petersburgo) que denunciaba
con los Protocolos un complot judío del que Rusia era el primer blanco.
Nueva Esperanza, Nueva Frustración
Otra vez el déja vu.
Nos hace recordar las esperanzas que despertó el iluminismo después de siglos
de judeofobia cristiana. ¿Qué vemos ahora en el horizonte? Parece nuevamente la
salvación de los judíos de los mitos acumulados, de la discriminación y el
desprecio, las mentiras y leyendas. Es la Rusia del siglo XX en cuyo aire
flotan racionalismo y socialismo, en la que los revolucionarios que luchan por
la igualdad se mofan de las supersticiones del pasado y planifican la religión
de la razón en un mundo de confraternidad. La revolución bolchevique pondría
fin a la discriminación y la violencia de los zares... Pero oh sorpresa, muchos
de sus portaestandartes mostraron ser ellos mismos judeófobos.
Entre ellos, los teóricos
del anarquismo, quienes propugnaban la destrucción de todo el viejo régimen,
salvo una parte. Así escribía en 1847 el francés Pierre Proudhon acerca de los
judíos: "Esta raza lo envenena todo al entrometerse por doquier. Exigid su
expulsión de Francia, a excepción de los hombres casados con mujeres francesas.
Prohibid las sinagogas, no los admitáis en ningún empleo, procurad la abolición
final de esta secta... El judío es el enemigo de la raza humana. Uno debe
devolver esta raza al Asia o exterminarla... Por fuego o expulsión el judío
debe desaparecer... Lo que los pueblos de la Edad Media detestaban por
instinto, yo detesto por reflexión, y de modo irrevocable".
El principal teórico de la
revolución, Carlos Marx, nació judío y fue bautizado a los seis años por su
padre, Hirschel, hijo, yerno y hermano de rabinos, y descendiente de sabios
talmúdicos. Hirschel cambió su nombre por Heinrich y se hizo protestante cuando
un edicto prusiano de 1817 prohibió a los judíos ejercer la abogacía (fue uno
de los miles a los que nos referimos, que se convirtieron al cristianismo con
la reversión post-napoleónica de la Emancipación).
El primer ensayo de Carlos
Marx, La Cuestión Judía (1844) fue en respuesta a Bruno Bauer, quien
había condicionado la Emancipación de los judíos a que éstos abjuraran de su
religión. Para Marx ni la apostasía era suficiente: "La nacionalidad
quimérica del judío es la del comerciante... La base secular del judaísmo es la
necesidad práctica, el interés propio. ¿Cuál es el culto mundano del judío? El
chalaneo. ¿Cuál es su dios mundano? El dinero. La sociedad burguesa crea
continuamente judíos... La emancipación del chalaneo y del dinero, y
consecuentemente del judaísmo real, será la autoemancipación de nuestra
era". La emancipación humana es, en el libro de Marx, un sinónimo de la
abolición del judaísmo.
Hemos trazado dos
contrastes. Uno, el del enciclopedismo con el contexto medieval del que
provenía; otro, el del socialismo con su telón de fondo zarista. La pregunta es
por qué estos dos movimientos basados en el racionalismo y la confraternidad
estuvieron infestados de la judeofobia que caracterizaba el viejo orden.
Aparentemente, las sociedades europeas estaban tan saturadas por siglos de odio
antijudío, que fueron incapaces de producir un iluminismo o un socialismo
libres del mal.
En un abarcador estudio,
el historiador Zosa Szajkowski no pudo encontrar una sola palabra en defensa de
los judíos en la literatura socialista francesa entre 1820 y 1920, aun cuando
la mitad de ese lapso estuvo repleta de seiscientos pogroms. Como ejemplos de
la judeofobia izquierdista, mencionamos a Toussenel, Fourier y Proudhon.
Saint-Simon es la notable excepción. En cuanto a Marx, a partir de sus escritos
y biografía, podemos reflexionar acerca de cuatro aspectos de la judeofobia, a
saber:
A) Los judeófobos inflan
la importancia de los judíos de los que disgustan, y enfatizan su judeidad aun
cuando sea virtualmente inexistente. Así, para los nazis el comunismo era una
ideología judía. Y dentro de la izquierda, el anarquista Mikhail Bakunin (quien
consideraba a los judíos "una nación de explotadores") llamaba a Marx
"un Moisés moderno". Por el contrario, cuando hay judíos importantes
para su causa, los judeófobos se esmeran en empañar la judeidad. Así, el origen
judío de Marx fue soslayado por los regímenes comunistas. En la edición de 1952
de la Enciclopedia Soviética se omitió toda mención al respecto.
B) Como los judíos eran
acusados desde los dos flancos del espectro político con argumentos
contradictorios, no tenían ninguna posibilidad de salir airosos de la acusación
(como cuando se les censura a un tiempo el ser avaros y ostentosos, o
entrometidos y muy cerrados). A pesar de su sufrimiento bajo los estados
cristianos, los judíos fueron ulteriormente vistos por muchos librepensadores
como el germen del cristianismo. Del mismo modo, la judeofobia de Marx y los
marxistas no disuadió a los judeófobos anticomunistas de acusar a "los
judíos" de haber creado el marxismo. Por esta razón, durante la guerra
civil que siguió a la revolución bolchevique, las bandas de combatientes
anticomunistas en Ucrania asesinaron a cincuenta mil judíos inocentes que
residían en Ucrania.
C) Otro rasgo típicamente
judeofóbico de Marx fue pasar por alto tanto el sufrimiento de los judíos como
la existencia del odio antijudío en su época. Su antagonismo hacia los judíos
se expresó en sus ensayos como en su correspondencia privada. Nunca tuvo una
palabra de solidaridad para las víctimas de los pogroms, cuya inmigración a
Londres comenzó mientras Marx vivía allí. Este "humanismo selectivo"
es una característica de los judeófobos de izquierda, judíos y no-judíos por
igual. En 1891 la reunión de la Segunda Internacional Socialista en Bruselas
(que incluyó a muchos delegados judíos) rechazó una moción de condena a la
creciente judeofobia. Cuando queramos desenmascarar tendencias judeofóbicas,
debemos preguntar al sospechoso si la judeofobia realmente existe en el
presente. Una respuesta negativa sería muy elocuente.
D) Marx también
ejemplifica un fenómeno que exacerba la judeofobia: el que dio en llamarse judío
ajudaico (como en el título del libro de Isaac Deutscher publicado de 1968,
un año después de su muerte. El judío ajudaico es un revolucionario radical
quien, aunque no tiene conexión alguna con el judaísmo, es percibido como
"el judío" por la sociedad que aspira a destruir. El judío ajudaico
simpatiza con todo perseguido, siempre y cuando no sea judío. Así lo
definía Rosa Luxemburgo en una carta de 1916: "¿Para qué vienes a mí con
tus penas judías? Me sicerca de las desdichadas víctimas de las de las
plantaciones de caucho en Putumayo, o de los negros del Africa con cuyos
cuerpos los europeos juegan a la pelota... No tengo un rincón para el ghetto
reservado en mi corazón: me siento en mi hogar en todo el mundo, doquiera que
haya nube, y pájaros y lágrimas humanas". En retrospectiva, esos judíos
del ghetto en 1916 habrían gustosamente cambiado su destino con los
trabajadores brasileños o africanos. Pero como lo dijera Irving Howe "aún
en el más cálido de los corazones hay un lugar frío para los judíos".
En cuanto a los seguidores
de Marx en la Rusia comunista, estudiaremos su judeofobia en nuestra próxima
clase.
Unidad 10:
Rusia: entre Zares y Soviets (II)
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
A diferencia de Marx y
otros socialistas sobre los que veníamos reflexionando, el arquitecto de la
revolución bolchevique, Vladimir Lenin, demostró estar exento de judeofobia. Al
oponerse a la judeofobia de los zares afirmó que "ningún grupo nacional en
Rusia está tan oprimido y perseguido como el judío". De este modo Lenin
pasó un doble examen: la admisión pública del sufrimiento israelita, y la
predisposición a combatir la judeofobia.
Una tercera prueba de la
que salió airoso es que nunca usó políticamente el odio antijudío. Por ejemplo,
en sus discusiones con el Bund (partido socialista judío) Lenin no
endilgó a su judeidad ser causa (ni siquiera parte) del problema. Tampoco se
dejó arrastrar a ello cuando una joven hebrea atentó contra su vida.
Lamentablemente la actitud
personal de Lenin fue eclipsada por el establishment comunista, que desde el
comienzo negó específicamente a los judíos el derecho de autodefinirse. Sólo a
ellos se prohibió toda aspiración nacional (no nos referimos solamente a la
religión, ya que aquí los judíos no tuvieron el monopolio de la hostilidad
comunista). El idioma hebreo fue declarado subversivo y se envió a prisión a
quienes lo ense¤aban o estudiaban. Más aún, el gobierno comunista destruyó
sistemáticamente la vibrante vida comunitaria judía en Rusia.
La judeofobia se
transformó, según August Bebel, en "el socialismo de los tontos", con
la salvedad de que por primera vez un movimiento judeofóbico se ocupaba en
insistir que no lo era: la campa¤a fue llevada a cabo según veremos,
bajo el epíteto de antisionista.
Desde 1919 el sionismo fue
definido como movimiento contrarrevolucionario. Junto con él fueron
prohibidas las cientos de escuelas judías del país. Los ejecutores de la obra
de destrucción fueron principalmente las fieles Ievsektzia (secciones
judías del Partido Comunista).
Después de la muerte de
Lenin en 1924, José Stalin se transformó en dictador de Rusia por tres décadas.
Durante ese lapso la judeofobia soviética se desembozó (el odio personal de
Stalin por los judíos es evidente, entre otras fuentes, en las memorias de su
hija). El "problema judío" era el que presentaba un grupo con
características de pueblo pero para el que tal definición estaba
ideológicamente prohibida (porque no podían exhibir con claridad territorio e
idioma en común).
Para "problema"
se propuso la solución de Birobidzhán, un área de 35.000 km2 en el lejano Este.
Por medio del traslado de los judíos allí, el gobierno podía detener la
expansión japonesa (el territorio linda con Machuria) y al mismo tiempo arrancar
apoyo financiero de los judíos del exterior. Asimismo, las Ievsektsia
veían en Birobidzhán una alternativa contra el sionismo.
El 28 de marzo de 1928 se
tomó la decisión y unos días después comenzó la migración. Ese a¤o se prohibió
toda publicación en hebreo y muchos escritores judíos fueron arrestados,
mientras en Birobidzhán se establecían varias escuelas, un teatro y un periódico
en ídish. Incluso mil quinientos judíos comunistas inmigraron desde el
exterior. A pesar de la propaganda, empero, salvo el a¤o récord de 1941, los
israelitas nunca llegaron a ser ni el diez por ciento de la población general
de la región.
Para 1930, como las Ievsektsia
habían conseguido la destrucción de la mayor parte de la vida cultural judía en
la URSS, pasaron a ser innecesarias para el régimen y se procedió a su expedita
eliminación. Sus líderes, aunque habían sido fieles stalinistas, fueron
ejecutados (incluido el jefe Simón Dimanstein) o murieron en la cárcel (como el
editor del diario Moishe Lirvakov). Como vimos en el caso alemán, ni siquiera
la respuesta del auto-odio salvó a los intelectuales judíos. Osip Mandelshtam,
uno de los más refinados poetas rusos de la historia, a pesar de haberse
declarado "alérgico a los olores judíos y a los sonidos de la jerga
judía" fue arrestado en 1934 y murió en un campo de detención del lejano
Este.
Ese a¤o se le otorgó a
Birobidzhán el status oficial de Región Autónoma Judía y el mentor del
proyecto, Mijail Kalinin, predijo que "en una década será el único
baluarte de la cultura nacional judía socialista". Dos a¤os después,
empero, las purgas de Stalin marcaron una escalada judeofóbica. Ya no se
censuraron los ataques populares antijudíos, y el gobierno se lanzó a la
liquidación final de las instituciones judías y sus líderes. Fue un golpe del
que ni siquiera Birobidzhán ya se repondría.
Hubo una circunstancia que,
con todo, congeló la animosidad soviética contra los judíos. El nazismo
entronizado no cesaba de fustigar a los comunistas como "lacayos
judíos", lo que por reacción gestó una línea oficial antijudeófoba de
parte del Kremlin. Entre 1934 y 1939 la URSS expresó "sentimientos
fraternales para con el pueblo judío en reconocimiento a su participación en el
socialismo" e incluso mencionaba el origen judío de Marx (un dato que se
sustrajo de la Enciclopedia Soviética a partir de 1952).
Esa calidez se apagó con la
firma en 1939 del pacto de no-agresión nazi-soviético que llevó a la Segunda
Guerra Mundial dos semanas después. Stalin reemplazó a su principal diplomático
(Litvinov, de origen judío) por Molotov (con quien los alemanes estuvieron
dispuestos a firmar el tratado) y se comprometió ante Hitler a que el resto de
los judíos encumbrados en Rusia también serían suplantados. El Kremlin
felicitaba al Tercer Reich por "su lucha contra la religión judía", y
la prensa y radio soviéticas escondieron sistemáticamente los informes acerca
de la brutalidad judeofóbica del nazismo. Aun los comunistas alemanes que
habían huido, fueron extraditados a Alemania, judíos incluidos.
Algunos argumentaron que
todo era un ardid de Stalin para ganar tiempo y así armarse para la inevitable
guerra con el Tercer Reich, pero fue obvio que los partidos comunistas por el
mundo abandonaron toda crítica a los males del fascismo o a la judeofobia nazi.
Por ello, cuando un par de
a¤os después Rusia fue invadida por Alemania, los soviéticos debieron
esforzarse en recuperar la opinión pública mundial. Dos meses después de la
invasión organizaron el Comité Anti-Fascista Judío (CAFI) conformado por
figuras públicas e intelectuales. El 24 de agosto de 1941 los medios rusos
anunciaban que "los representantes del pueblo judío se reunieron a fin de
convocar a nuestros hermanos judíos a través del mundo para ayudar el esfuerzo
bélico soviético".
A pesar de este gran giro,
la condena soviética al nazismo se limitaba a vituperar "el asesinato de
gente pacífica e inocente" pero se negó consistentemente a presentar a los
judíos como blancos predilectos de los nazis. Por lo menos 200.000 judíos
morían combatiendo en el Ejército Rojo, y muchísimos eran distinguidos por su
heroísmo, pero los jerarcas stalinistas no interrumpieron la ejecución de
militares judíos, quienes eventualmente fueron rehabilitados post-mortem
después de la muerte de Stalin.
El CAFI, encabezado por
Salomón Mijoels, publicó una revista en ídish, emitía un programa de radio, y
en 1943 viajó en campa¤a recaudatoria a los EE.UU., Inglaterra y otros países.
Las comunidades judías por doquier los recibieron con entusiasmo ya que su
visita marcó el reinicio de los lazos entre los hebreos soviéticos y el resto
de la judería, lazos que se habían cortado con la revolución bolchevique.
Una vez concluida la
guerra, y a pesar de que las atrocidades nazis fueron reveladas al mundo, la
ocultación del martirio judío continuó impávida. Toda referencia a que la
ocupación alemana de la URSS había perjudicado especialmente a los judíos, era
censurada por los voceros oficiales soviéticos por "crear tensiones
étnicas". Los libros y películas acerca de la Segunda Guerra ignoraron
constantemente la existencia del Holocausto, virtualmente hasta el punto de la
negación. En una película rusa de casi una hora que se exhibía a quienes
visitaban Auschwitz (allí habían sido asesinados un millón y medio de judíos)
la palabra judíos no era pronunciada ni una sola vez.
El escritor ídish Vasili
Grossman preparó un Libro Negro de los crímenes nazis contra los judíos
en tierra soviética, pero el libro fue prohibido después de que hubo ingresado
en la imprenta. Al régimen no le bastó negar el Holocausto (por omisión) sino
que llevó esa política hasta el ultraje cuando usaba las atrocidades nazis
precisamente para incrementar la judeofobia, por medio de vincular el nazismo
con el sionismo.
Las publicaciones del CAFI
fueron finalmente prohibidas, y en enero de 1948 su presidente Mijoels fue
asesinado por la policía secreta soviética. Ese a¤o se perpetraron nuevas
purgas para poner punto final a toda actividad judía. En Birobidzhán mismo se clausuraron
el teatro y las escuelas ídish. La población judía de la Región Autónoma
Judía había llegado entonces a 30.000 personas, y comenzó su rápida e
irreversible disminución. El gran plan de emigración judía pasaba a la
historia.
El CAFI fue liquidado con
todas las instituciones que habían sobrevivido, recrudeció el embate contra el
sionismo, y se lanzó una caza de brujas contra los nuevos enemigos, los Cosmopolitas.
En efecto, para fines de 1948 los escritores judíos y las figuras públicas más
prominentes ya habían sido arrestados. Durante un juicio secreto en 1952,
fueron acusados de conspirar para separar la península de Crimea de la URSS y
crear allí "una república judía burguesa que serviría de base militar para
nuestros enemigos". Veintiséis escritores judíos (muchos de ellos leales
stalinistas) fueron ejecutados el 12 de agosto de 1952 (desde entonces y hasta
hace algunos a¤os, en esa fecha se expresaba el Día de Solidaridad con los
Judíos de la URSS).
El término Cosmopolitas
se aplicó peyorativamente en la URSS a los intelectuales judíos, a partir de
noviembre de 1948, que fue el a¤o pico del chauvinismo ruso en su lucha contra
la influencia occidental. El uso del término comenzó en diario Pravda,
en denuncias contra los "que no tienen patria" (¡en el país del
internacionalismo!). "Patriotas" rusos acudían a
"desenmascarar" israelitas en las artes y las letras. Primero
revelaban los nombres verdaderos de los judíos que usaban seudónimos, luego
abultaban su influencia real, y finalmente "mostraban" cómo los
judíos escondían su identidad detrás de nombres rusos para difundir desprecio
por Rusia (ejemplo de este "desprecio" era que sugerían que
escritores rusos habían sido influidos por poetas Cosmopolitas como
Heine o Bialik).
Esta campa¤a fue el primer
ataque oficial contra los judíos soviéticos como grupo. Aunque atemperó en mayo
de 1949, se la considera el comienzo de los llamados A¤os Negros que se
extendieron hasta la muerte de Stalin, y durante los que fueron arrestados
también los principales rabinos (Epstein, Lev, Lubanov, etc.), muchos de los
que murieron en campos de trabajo.
La judeofobia fue un
importante instrumento de la política stalinista durante la Guerra Fría,
extendida más allá de las fronteras de la URSS. En Checoslovaquia, por ejemplo,
en 1952 fueron detenidos catorce jerarcas del Partido Comunista bajo acusación
de conspirar contra el Estado. Once de ellos eran judíos, incluido el
Secretario General del partido, Rudolf Slansky. El Proceso Slansky fue
supervisado por agentes moscovitas especialmente enviados a Praga. Por primera
vez en la historia, un foro comunista con autoridad proclamó abiertamente la
existencia de una conspiración judía internacional.
Se reiteraba una y otra vez
el origen judío de los acusados, y se atribuían sus supuestos crímenes a esa
causa primera. La fiscalía los estigmatizaba como sionistas, aun cuando
todos los acusados siempre se habían opuesto al sionismo. Durante el juicio, se
atribuyó la crisis económica checa a "los judíos". (Me permito la
digresión de recordar a mis estudiantes que hace un mes el Premier de Malasia
Mahatie Mohamad, culpó a "los judíos" de la caída de la moneda
malaya. Aunque en Malasia no hay ni un solo judío, las críticas que se
oyeron contra la declaración fueron apagadas por una multitudinaria
manifestación de apoyo popular a Mohamad).
En Praga de 1952, la
embajada de Israel pasó a ser baldonada como un centro mundial de espionaje y
de subversión anticheca. Ocho de los acusados fueron ejecutados y los tres
restantes condenados a prisión perpetua. Cientos de judíos checos fueron
arrojados a la cárcel, en muchos casos sin que siquiera mediara incriminación;
otros eran enviados a campos de trabajo. (A fines de la década del cincuenta
las víctimas del Proceso Slansky fueron rehabilitadas, pero las
acusaciones contra el sionismo y el Estado de Israel no fueron rectificadas).
Con todo, también en el
stalinismo, como había sido la judeofobia previa, lo peor aún estaba por venir.
El 13 de enero de 1953, doce médicos (nueve de ellos judíos) fueron arrestados
en Moscú y acusados de complotar para envenenar a los máximos líderes comunistas.
El juicio resultante fue un eco de las acusaciones medievales contra los
judíos, pero se interrumpió bruscamente cuando Stalin murió el 2 de marzo. Más
tarde se informó que el dictador había previsto utilizar el Complot de los
Médicos para expulsar a Siberia a unos dos millones de judíos.
La Era Post-Stalin
El heredero de Stalin,
Nikita Kruschev, aunque fue también judeófobo, atenuó la locura de su
predecesor. En 1958 llegó a admitir incluso que el proyecto de Birobidzhán
había fracasado (no se privó, empero, de atribuir el fracaso a la
"aversión judía hacia el trabajo colectivo y la disciplina grupal").
La nueva política (llamada
destalinización) denunció las purgas y la brutalidad del dictador, pero
no consideró que la judeofobia fuera uno de los vicios que debía corregirse. En
1961, siete de los ocho discursos grabados de Lenin fueron comercializados; el
único excluido fue el que condenaba la judeofobia. Lo mismo ocurrió con la
publicación de las obras completas de Gorki, Leskov y otros, de las que se
excluyó cuidadosamente toda reprobación de la judeofobia.
Las diatribas contra el
sionismo se exacerbaron, y exhibieron un tono antijudío más procaz. En 1963 la Academia
Ucraniana de Ciencias publicó el virulento libro Judaísmo sin adornos
de Trofim Kychko. Además, ese a¤o y el siguiente muchos judíos fueron víctimas
de juicios públicos por "crímenes económicos" (especialmente el
"crimen de la especulación"). De los ciento diez condenadas a muerte,
setenta fueron judíos. En uno de esos juicios en Ucrania, doce personas fueron
declaradas culpables. La mitad de ellos (los no-judíos) fueron enviados a
prisión; los seis judíos fueron fusilados.
La judeofobia comunista
siempre se autodefinió como antisionista, y difundió en efecto una
grotesca caricatura, según la cual el propósito del sionismo no era realmente
asegurar un hogar nacional para los judíos en Israel, sino conspirar para
dominar el mundo entero, al viejo estilo de los Protocolos. A partir de
la Guerra de los Seis Días (1967) los medios de prensa soviéticos
constantemente se refirieron al Estado judío como un Estado nazi. Uno de los
promotores del veneno, Iury Ivanov, escribió en 1969 ¡Cuidado, sionismo!,
libro que fue bienvenido por la prensa soviética como "el primer trabajo
científico y fundamental sobre este tema". A fin de persistir en esta
propaganda, en 1983 se fundó en Moscú el Comité Antisionista, que en
apenas un lustro sacó a la luz 48.000 publicaciones antisionistas.
En cuanto a la Rusia
post-comunista, la peculiaridad de su judeofobia es que no es privativa del
populacho. Intelectuales de renombre, científicos y ex-disidentes, la difunden
en diarios importantes. Un grupo de estos escritores, los prosistas de la
aldea (Valentin Rasputin, Vasily Belov y Victor Astafiev) sostienen que
"los judíos instalan un clima corrupto, que poluciona la pureza del alma
rusa honesta y buena". El matemático Igor Shafarevich atribuye la
intrínseca maldad de la moderna sociedad tecnológica (la llama rusofobia)
a la mentalidad judía. Para él, el judío encarna la civilización urbana,
antítesis de la Rusia virtuosa y tradicional.
Los argumentos de la
judeofobia rusa de hoy, son que "los judíos" mataron al zar e
instigaron la revolución de 1917 y el terror subsecuente. Su ya conocido método
es resaltar hasta el absurdo la presencia de por ejemplo Kaganovich en el
Politburó comunista. (La desproporcionada presencia de un 15% de judíos en el
liderazgo bolchevique -que en países como Hungría fue aun muy superior- tiene
claras explicaciones que exceden el marco de este curso. Mas cabe aclarar que
la mayoría de los judíos, o bien aceptaron resignadamente al hostil régimen
zarista, o bien fueron mencheviques, socialdemócratas).
Otros mitos judeofóbicos
de la Rusia actual son que "los judíos" (y no por ejemplo el biólogo
Lysenko) destruyeron la biología en Rusia. Fueron "los judíos" (la
referencia es al arquitecto Ginsburg) quienes demolieron los monumentos históricos
de Moscú en la década de 1930.
En cuanto a otros tipos de
izquierda allende la frontera rusa, cabe referirse a la Nueva Izquierda,
que atrajo a miles de estudiantes y jóvenes europeos y norteamericanos desde la
rebelión en Berkeley de 1964 hasta después del mayo francés de 1968 que llevó a
la caída de de Gaulle. La Nueva Izquierda nunca tuvo una doctrina
coherente (iban desde el maoísmo hasta el anarquismo, hippieismo, etc.) pero su
aspecto judío es paradojalmente doble: notable desproporción en el liderazgo
(que a veces llegaba hasta más de la mitad; recuérdese a Daniel Cohn-Bendit en
Francia) y, a pesar de ello, un antisionismo virulento y obsesivo.
La Nueva Izquierda
presentó a los árabes como el Tercer Mundo oprimido por Israel, y a éste como
"representante de la tecnología occidental y un lacayo del
imperialismo". Sus mentores no asumieron esa postura (se destacaban
Marcuse y Sartre, y este último protestó contra el prejuicio de que
"Israel es imperialista con sus kibutzim, y los árabes son socialistas con
sus Estados feudales") pero fue la norma entre los jóvenes.
En Alemania el
antisionismo se extremó. La SDS estudiantil en 1969 interrumpía todos los actos
públicos en los que debía aparecer el Embajador de Israel. A fin de ese año
terroristas de la Nueva Izquierda intentaron hacer estallar volar el
salón de la comunidad judía de Berlín durante un homenaje a las víctimas del
nazismo. En panfletos titulados Shalom y Napalm pregonaban la
destrucción del Estado de Israel, y exigían a la izquierda alemana terminar con
sus sentimientos de culpa con respecto del pueblo judío, que constituían un
"antifascismo neurótico y retrovisor". Los líderes Ulrike Meinhof y
Dieter Kunzelmann terminaron por unirse los fedayín árabes, y de esa
asociación resultó, entre otros atentados, el famoso secuestro hacia Uganda del
avión de Air France (1976). Sólo los pasajeros judíos fueron retenidos en
Entebe, hasta que los rescató la fuerza aérea israelí.
El antisionismo es la
forma más persistente de la judeofobia contemporánea. Mucho se ha escrito
acerca de en qué medida se trata propiamente de odio antijudío. ¿Se puede ser
antisionista sin judeofobia? El antisionismo descalifica los sentimientos y
aspiraciones nacionales de los judíos (y sólo de los judíos) y considera a
Israel (y sólo a Israel) un Estado ilegítimo. No estamos hablando aquí de la
crítica a las políticas de Israel. Estas críticas no implican
antisionismo ni su componente judeofóbico. Los desacuerdos políticos con algún
gobierno de Israel, aun si son profundos, no son nuestro tema.
Nuestra materia es el
vilipendio intransigente contra el Estado judío, formulado desde la convicción
de que éste no tiene derecho a la existencia. Lo notable es que en rigor,
Israel es uno de los pocos Estados cuya creación era indispensable para salvar miles
de vidas. Así sintetizó Lord Byron la situación de los judíos en un poema de
1815: "El nido a la paloma contiene/ y al zorro su cueva oscura/ cada
nación país tiene/ e Israel... -¡la sepultura!").
Aun cuando desde un punto
de vista estrictamente teórico se podría ser antisionista y no judeofóbico, el
antisionismo propone acciones que llevarían a la muerte de millones de judíos.
Por ello en el mundo las dos expresiones de odio están íntimamente interlazadas,
como muchas veces revelan sus propios voceros. Yakov Malik, embajador soviético
en la ONU se quejó en 1973 de que "los sionistas se han presentado con la
absurda ideología del Pueblo Elegido" (como es bien sabido, el concepto
bíblico de Pueblo Elegido es parte del judaísmo; el sionismo no tiene nada que
ver con él).
En una película de
propaganda, la actriz Vanessa Redgrave actúa en danza erótica con el fusil de
un guerrillero palestino. Cada vez que la película ataca a los judíos, aunque
se usa claramente el término árabe por judío (Yahud) el subtítulo en
inglés reza "sionistas".
La autodefinición de antisionistas
es socialmente más aceptable para los judeófobos de hoy, después de que la
judeofobia quedara tan descubierta en la Segunda Guerra. Martin Luther King
resumió bien la distorsión cuando declaró: "Critican a los sionistas pero
se refieren a los judíos. Se trata de antisemitismo."
El antisionismo comparte
las características de la judeofobia que mencionamos en la primera lección. Ha
transformado a Israel en "el judío" de los países. Uno de los muchos
ejemplos de su obsesividad fue el congreso sobre "Derechos humanos en el
Tercer Mundo" que tuvo lugar en Harvard en 1979. En momentos en que había
masacres en Africa, dictaduras en Latinoamérica, o la Uganda de Idi Amin, el
temario del congreso se redujo exclusivamente al "terrorismo y genocidio
de la así llamada Nación de Israel". Lo notable es que de las docenas de
pueblos sin Estado que hay en el mundo (cachemiros, tamiles, vascos, curdos,
neocaldeonios, etc.) curiosamente, sólo los palestinos despiertan solidaridad
internacional, y sin que se tengan en cuenta siquiera los métodos que utilizan.
Las expresiones del
antisionismo son muy variadas. Desde el boycot árabe que hasta el día de hoy
excluye a Israel de los mapas, hasta las caricaturas que presentan al israelí
como el estereotipo judío repelente que aspira a dominar el mundo. Uno de sus más
lamentables foros fueron las Naciones Unidas.
Un tercio del total de las
condenas de la Asamblea de la ONU fueron contra Israel, una desproporción a
todas luces sospechosa. El sionismo fue el único movimiento nacional
permanentemente difamado en la ONU. El 10/11/75 fue declarado
"racista" y el 14/12/79 "hegemonista". El 5/2/82 y el
24/4/82 se votó que Israel "no es Estado de paz", y esto era un paso
previo a su expulsión. La judeofobia previa quería expulsar al judío de la
humanidad; la contemporánea quiso hacer lo propio expulsando al Estado judío de
la familia de las naciones.
A veces las declaraciones
de la ONU no están exentas de la aureola de mito medieval, como cuando el
23/8/1983 se acusó a Israel de envenenar a escolares secundarias árabes.
Agreguemos que la ONU condenó el rescate de los civiles secuestrados en Entebe
(1976) y, como organismo creado en 1945 para promover la paz, rechazó
los Acuerdos de Camp David (1979), que eran el primer tratado de paz
entre Israel y un país árabe después de cinco guerras.
Hasta el momento de la
invasión iraquí de Kuwait (1990) no hubo jamás en la ONU censura contra Estados
árabes, a pesar de que éstos habían llevado a cabo decenas de guerras, usos de
armas químicas, expulsiones, ejecuciones públicas, y vítores a secuestros de
aviones, matanzas de deportistas o escolares, etc. El delegado del Irán de los
ayatollas llegó a ocupar la vicepresidencia del Comité de la ONU para los
Derechos Humanos en Ginebra.
Las agencias
internacionales de noticias fueron otro marco proverbial para reescribir la
historia del sionismo, presentándolo como un movimiento imperialista nacido
para explotar y despojar a una nación pacífica y milenaria. Pocas veces se
menciona en la prensa que jamás hubo un Estado árabe palestino, que Jerusalem
nunca fue capital de pueblo alguno salvo de los judíos, y que hasta avanzado el
siglo los meros términos de Palestina y palestinos eran aceptados
sólo por los judíos, ya que los árabes de la zona contendían que eran parte de
la Siria del Sur. Lo aclaró muy bien Zoher Mossein, jefe de la Oficina de
Operaciones Militares de la Organización para la Liberación de Palestina
en 1977: "No hay diferencia entre jordanos, palestinos y libaneses; somos
miembros de una sola nación. Solamente por razones políticas nos cuidamos de
enfatizar nuestra identidad como palestinos, ya que un separado Estado
Palestina será un arma adicional para luchar contra el sionismo".
La tendencia de la prensa
es, en términos generales, consistentemente antisionista. Los ejemplos abundan,
y resaltaron especialmente durante la Guerra del Líbano (1982), cuando se
mostraba a Israel como un país nazi. Ejemplos posteriores podrían ser El
Israel imperial de John Chancellor, la película Sesenta minutos
sobre los desórdenes en el templo en 1990, o Cuatro horas en Shatila de
Jean Genêt en 1992, pero son virtualmente innumerables. Los medios de
comunicación han distorsionado el objetivo del sionismo. En lugar de la
recuperación de la Tierra de Israel para el perseguido pueblo judío, lo
presentan como una despiadada aventura colonial.
Las principales agencias
de noticias y redes de información, como Reuters y la BBC, han contribuido con
esta fantasía, cada una por sus motivaciones. Aun prestigiosas publicaciones
como la National Geographic, dedicó su edición de 1992 a Los
Palestinos rastreando su historia a cinco mil a¤os, a una
"Palestina" pre-israelita (recordemos que la palabra Palestina
la acu¤aron los romanos en el siglo II). Amplia documentación de este fenómeno
de "robar la historia judía" puede hallarse en el libro de David
Bar-Illan Eye on the Media (1993).
Esto no quiere decir que
la mayoría de las agencias noticiosas sean judeofóbicas, sino que,
lamentablemente, la judeofobia todavía vende bien.
Dijimos que el
antisionismo es una de las dos últimas manifestaciones de la judeofobia. De la
otra, y también de la judeofobia en América, hablaremos en nuestra próxima
clase.
Unidad 11: La Negación
del Holocausto - La judeofobia actual
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Junto al antisionismo, la
otra manifestación de la judeofobia contemporánea es la Negación del Holocausto
(NH). Ambos son un intento por reescribir la historia reciente, y por ello se
presentan juntos. Porque, si no se justifica el Estado judío (como arguye el
antisionismo) debe de ser porque el sufrimiento judío es una maliciosa fantasía
(como plantea la NH).
En Mi patria, Palestina;
el sionismo, enemigo del pueblo (publicado en Alemania en 1975) Ahmed
Hussein sostiene que el promotor de la judeofobia es el sionismo, interesado en
que los judíos huyan hacia Israel. Así se reitera el ardid de poner a la
víctima como victimario. "La mejor propaganda para el Estado de Israel es
el judío muerto", explica sin rodeos Hussein y agrega: "después de
estudiar profundamente el tema, y basado en eruditos, he llegado a la
conclusión de que durante la Segunda Guerra Mundial ni un solo judío fue muerto
por ser judío... Sólo la mentira de los seis millones posibilitó la presión
sionista para establecer el Estado de Israel y su financiamiento con capital
alemán".
Una variante aun más cruel
del mismo argumento, es que los sionistas se asociaron con los nazis para
exterminar judíos. La expuso Lenni Brenner, muy difundido en la URSS, y llegó
al escándalo en Londres en 1987 cuando el Royal Court Theatre decidió no
presentar la obra Perdition de Jim Allen, que sostenía esa calumnia. Era
en palabras del autor "el ataque más letal contra el sionismo escrito
jamás".
Un rastreo de los comienzos
de la NH nos lleva al Holocausto mismo, durante el cual por lo menos dos
cabecillas nazis, Martin Bormann y Heinrich Himmler, prohibieron toda mención
pública de la "Solución Final". Pero por entonces el objetivo de la
NH se limitaba a preservar la inconsciencia judía acerca de la dimensión del
ataque, a fin de asesinarlos sin resistencia.
Después de la guerra,
fueron trotskistas y anarquistas franceses quienes curiosamente iniciaron la NH
al descalificar la evidencia del genocidio como "propaganda
stalinista". Su primer libro fue Desenmascarando el mito del Holocausto
de Paul Rassinier (1964).
En 1979 la NH se organizó
en un prolífico Instituto para la Revisin Histórica (IHR) en Torrance,
California, que mantiene convenciones anuales y publica el trimestral Journal
of Historic Review, enviado sin cargo a doce mil historiadores
norteamericanos. Su mentor, Willis Carto, de vieja militancia nazi, fundó el Liberty
Lobby (la propaganda judeofóbica más grande de los EE.UU.). El IHR es
pseudoacadémico; aunque convoca a profesores, todos ellos carecen de títulos en
historia (Rassinier estudió geografía, Butz ingeniería electrónica, Faurisson
literatura, etc.).
Desde 1991 uno de ellos,
Bradley Smith, coloca avisos en los diarios de las universidades americanas en
nombre del CODOH (Comité para el Debate Abierto sobre el Holocausto).
Lograron reclutar a un tal David Cole de padres judíos, y a un comentador
militar británico, el neonazi David Irving, cuyo best-seller La Guerra de
Hitler (1977) esgrimía que Hitler nunca supo que los judíos eran
asesinados en Europa.
La NH nos plantea un serio
dilema: perdemos al refutar sus argumentos (ya que de este modo los legitimamos
como "opinión para abrir el debate acerca del Holocausto"), pero
también perdemos si no les contestamos ("los judíos carecen de
argumentos"). Los métodos para confrontar el fenómeno merecerían una clase
especial que, nuevamente, escapa al marco de nuestro curso. Pero debo mencionar
los cuatro niveles de la NH, en orden de la sofisticación de sus argumentos: 1)
el Holocausto nunca ocurrió; 2) las cifras fueron abultadas; 3) no hubo ningún
plan sistemático de exterminio; 4) en cada guerra hay Holocaustos, y los judíos
cacarean sólo el suyo como si fueran los monopolizadores del dolor.
La NH es un fraude peligroso,
porque al blanquear los crímenes del nazismo hace posible su reedición, y
disemina el odio bajo la excusa de "libertad de expresión" mientras
transgrede doblemente la ley: por apología del delito y por incitación a la
violencia.
La NH ha expandido la
mitología judeofóbica. A leprosos, adoradores de asnos, deicidas, pueblo
testigo, asesinos de nios, bárbaros, virus racial, explotadores, confabuladores
internacionales y racistas, se agrega ahora el de "inventores de Holocaustos".
La Judeofobia en América
Desde la misma creación de
los Estados americanos, los judíos fueron activos en ellos. Por ello no hizo
falta su Emancipación legal como en Europa, en donde, según vimos, la
judeofobia moderna fue una reacción (inmediata o tardía) contra la
Emancipación. Por ello en las Américas la judeofobia puede entenderse
parcialmente como un vicio importado.
Aunque en 1654 hubo en New
York (por entonces New Amsterdam) un intento de expulsar a los judíos por parte
del gobernador holandés Peter Stuyvesant, en general, antes de la independencia
de las colonias de Norteamérica, los judíos no sufrieron agresiones físicas, y
otras minorías fueron más atacadas.
Durante la Guerra de
Secesión norteamericana desde ambos bandos se acusó a "los judíos" de
ayudar al enemigo, y el 17/12/1862, Ulysses Grant (el victorioso general de la
Unión y 18vo. presidente americano) ordenó la expulsión de todos los judíos de
Tennessee. Esta Orden General Número 11 fue revertida por el presidente
Lincoln, después de que ya se había aplicado en varias ciudades.
En la última década del
siglo pasado apareció una judeofobia más nítida, no como respuesta a
Emancipación sino a una brecha cultural frente a los inmigrantes. Según vimos,
en 1881 comenzó en Rusia la era de los pogroms y el éxodo más grande de la
historia. En 1890 habían ingresado a los EE.UU. más de un millón y medio de
judíos, y para 1920 ya eran tres millones.
Parte de la población
veterana receló de los recién llegados. Henry Adams (bisnieto del segundo
presidente americano) escribía: "La atmósfera judía me hace sentirme
aislado. Los judíos van a controlar completamente las finanzas y el gobierno de
este país, o estarán muertos". En su novela Las columnas del César
(1890), Ignatius Donnelly cuenta que los judíos toman el poder para vengar sus
padecimientos en los cristianos. El corolario de esta animosidad fue el
"restrictionismo" o movimiento antiinmigratorio. Uno de sus mentores,
Madison Grant, en El paso de la gran raza (1916) endilgó a los judíos el
mestizaje de la nación. El movimiento logró en 1924 la limitativa Acta de
Inmigracin.
Pero la norma fue otra.
Los presidentes y líderes norteamericanos expresaron con frecuencia su gran
estima por el pueblo judío. Los padres fundadores de los EE.UU. compartían las
raíces de los puritanos ingleses quienes, a partir de su amor por la Biblia,
revaloraron de ella su idioma, su tierra y su nación. Cuando la Rusia zarista
se negó a emitir visas de visita a judíos americanos y dio maltrato a los pocos
que las obtuvieron, el gobierno norteamericano canceló en 1911 un viejo Tratado
Ruso-Americano.
Si hubo similitudes entre
la judeofobia americana y la europea, la escala siempre fue mucho más pequea.
Por ejemplo, "el Affaire Dreyfus" americano tuvo lugar en 1913 en
Atlanta, cuando el ingeniero Leo Frank fue acusado de asesinato por la sola
evidencia del testimonio del principal sospechoso. La Jeffersonian Magazine
exigía la ejecución del "abominable, perverso judío de Nueva York" y
su editor creaba la Orden de los Caballeros de Mary Phagan (tal era el
nombre de la asesinada) para boicotear todos los negocios judíos de Georgia.
Dos aos después de comenzado el juicio, Frank fue arrancado de su celda y
linchado. Se trató del primer caso de asesinato judeofóbico en los EE.UU., y el
último hasta los recientes episodios de Crown Heights. En estos, norteamericanos
de color arremetieron contra judíos al azar (mataron a uno) en
"venganza" porque dos nios negros murieron atropellados cuando un
conductor jasídico perdió el control de su auto.
El parecido con el
escenario europeo es más claro en algunos países de Latinoamérica, en donde la
judeofobia es más p. Los fundadores de los Estados latinoamericanos no se
educaron en el amor puritano por la Biblia y su pueblo; el ambiente de muchos
de ellos fue la Iglesia inquisitorial espaola. El caso argentino fue
especialmente oscuro, y a él nos referiremos en particular, teniendo en cuenta
que se trata de la comunidad más grande y la que más judeofobia sufrió. En el
resto de los países el odio antijudío fue casi siempre marginal, y la historia
de cada uno escapa a los marcos de nuestro curso.
En los EE.UU. la estela
del caso de Leo Frank se disipó en la unidad nacional que acompaó la Primera
Guerra Mundial. La posguerra volvió a destapar la judeofobia, debido al temor
de que los valores y estilo de vida tradicionales fueran amenazados por la inmigración
masiva, por la creciente población urbana y por el liberalismo religioso. El Ku
Klux Klan (grupo racista, reaccionario y judeofóbico) llegó en 1924 a
cuatro millones de miembros. Como hemos visto, los Protocolos eran
difundidos por Henry Ford. Su campaa se detuvo en 1927 con un pedido público de
disculpas.
En 1922 la discriminación
en la educación se transformó en un tema de debate nacional cuando la
Universidad de Harvard anunció que estaba considerando un sistema de cuotas
para estudiantes judíos. Aunque el plan fue eventualmente abandonado, las
cuotas se aplicaron por medios velados en muchas instituciones terciarias, a
fin de limitar el muy alto número de judíos que asistían a ellas (aun para 1945
Dartmouth Colege admitía abiertamente un sistema de cuotas para estudiantes
judíos).
El acceso de judíos
también estaba limitado para puestos en bancos, compaías de seguro, empresas
públicas, hospitales, grandes estudios jurídicos y planteles académicos
universitarios. Esta restricción dio en llamarse la judeofobia
"cortés" en los EE.UU., que tuvo en los aos treinta un impulso
ideológico, con la noción de que "los judíos dominaban el gobierno
de Franklin Roosevelt, causaban la gran depresión económica, y querían
arrastrar a los EE.UU. a la Segunda Guerra contra una admirable Alemania que surgía".
El principal vocero fue el
sacerdote Charles Coughlin, cuyo programa semanal de radio atraía a millones de
personas. Cuando en 1942 se supo del Holocausto, la Iglesia ordenó a Coughlin
cesar toda actividad no-religiosa. (Es notable cómo ecos de esa voces se
escucharon en los EE.UU. a principios de esta década, como la del líder
republicano Pat Buchanan cuando acusaba a "los judíos" de arrastrar
al país a una guerra contra Irak). En la década del cuarenta la vanguardia
aislacionista fue el Comité por América Primero, que incluyó al héroe de
aviación Charles Lindbergh. Aun en 1944 una encuesta pública mostró que un
cuarto de los norteamericanos veían en los judíos "una amenaza". Pero
a partir de la Segunda Guerra, la judeofobia americana descendió notablemente,
excepto entre los negros.
En efecto, a pesar de la
activa participación de israelitas en el movimiento civil por los derechos de
los negros en los aos cincuenta, el movimiento de Poder Negro generó
fricciones en las relaciones con los judíos. Nació una forma americanizada del
Islam que atrajo a millares de negros en busca de identidad, precisamente en el
período de guerra entre el mundo islámico y el Estado judío.
Uno de sus líderes más
extremos, Kwame Ture (ex-Stokely Carmichael) declaró en el setenta "nunca
haber admirado a un hombre blanco, pero Hitler fue el más grande de entre todos
ellos". Expresiones similares de odio se escuchan hoy por parte de Louis
Farrakhan y otros jefes del grupo Nación del Islam. Allí se concentran
hoy los peligros de la judeofobia en los EE.UU.
En cuanto a Sudamérica, la
evidencia de judíos participando en la lucha independentista es más tenue que
en el Norte, y se dio en casos como el de Alejandro Aguado en la Argentina. A
este país, los judíos fueron explícitamente invitados por el gobierno. En
decreto presidencial del 6/8/1881, se enviaba a un agente que atrajera a la
Argentina a quienes huían de los pogroms. Hubo alguna reacción hostil contra
esa invitación, incluida la de uno de los máximos próceres argentinos, Domingo
F. Sarmiento, en El Diario de 1888.
Pero el verdadero comienzo
de la judeofobia es literario, relacionado a la novela La Bolsa
(publicada en 1891 en el prestigioso diario La Nación). En una época en
que virtualmente no había judíos en la Argentina, el autor Julián Martel los
culpa de la crisis financiera y de la clausura de la Bolsa de comercio, en un
libro que constituye un mediocre remedo del francés Drumond. En rigor, la
judeofobia de La Bolsa tuvo que ver, más que con la novela en sí, con la
glorificación que le dedicaron grandes intelectuales argentinos, al punto de
que el texto fue por décadas lectura obligatoria en las escuelas.
Las tensiones con el judío
real, con el inmigrante, se dieron sobre todo cuando los sectores más
conservadores tendían a identificar bajo el común epíteto de "ruso"
tanto a los judíos como a los revolucionarios de Rusia. El detonante para esa reacción
fue el asesinato del jefe policial de Buenos Aires, Ramón Falcón, quien había
reprimido en forma sangrienta la manifestación del Primero de Mayo de 1909. Ese
ao Falcón fue muerto por Simón Radowitzky, de diecisiete aos de edad, un judío
recién inmigrado y, para el caso, doblemente "ruso".
A pesar de que la
comunidad judía (de la que Radowitzky estaba totalmente desvinculado) hizo todo
lo posible por distanciarse del hecho, un ataque físico se lanzó contra los
judíos indiscriminadamente el 15/5/1910, en plenos preparativos para celebrar
el centenario de su revolución independentista argentina.
La judeofobia creciente
estalló unos aos después, en 1919, en el marco de la llamada Semana Trágica,
que comenzó como represión a una huelga. Ese ao la Liga Patriótica fue
fundada por Manuel Carlés, abuelo de quien fuera en las dos últimas décadas
cabecilla del Partido Nacionalista Social argentino.
El periodista ídish Pedro
Wald fue detenido acusado de tramar un "gobierno maximalista judío en la
Argentina". Al salir de la cárcel torturado escribió la novela Koshmar
(pesadilla). Así relató los episodios del 9/1/1919: "...salvajes eran las
manifestaciones de los nios bien que marchaban al grito de '¡Mueran los
judíos!;¡Muerte a los extranjeros y maximalistas!' Refinados, sádicos,
torturaban y programaban orgías... Detienen a un judío y luego de los primeros
golpes comienza a brotar un chorro de sangre de su boca; acto seguido le
ordenan cantar el himno nacional. No lo sabe; lo liquidan en el acto... No se
selecciona. Pegan y matan a quien encuentran..."
El 10 de enero fueron
asaltados los locales de las organizaciones Avangard y Poalei Tzion
y la Asociación Teatral Judía (IFT). Todo fue arrojado a la calle y quemado,
mientras la guardia civil azotaba y robaba. La policía montada observaba cómo
ardían en la noche muebles, biblioteca y archivos. Entre otros testimonios
reveladores, dos son elocuentes, de un judío y un cristiano.
Escribió el primero, José
Mendelson: "Jinetes de la policía arrastraban a los viejos judíos desnudos
por las calles de Buenos Aires, les tiraban de sus encanecidas barbas, y cuando
ya no podían correr al ritmo de sus caballos, su piel se desgarraba raspando
contra los adoquines, mientras los sables y látigos de los hombres de a caballo
golpeaban sus cuerpos... En el Departamento Central de Policía pegaban
espaciosamente. Cincuenta hombres, ante el cansancio de azotar, se alternaban
para cada judío... En la comisaría 7ma. los soldados, vigilantes y jueces,
encerraron a los judíos en los baos, donde los torturadores tiraban en forma
salvaje de sus bocas, mientras la policía argentina y los soldados les orinaban
en la boca..."
El segundo testigo
presencial fue Juan Carulla: "Oí que estaban incendiando el barrio judío y
hacia allí me dirigí. Al llegar a la Facultad de Medicina, me tocó presenciar
el primer pogrom en la Argentina. En medio de la calle ardían piras formadas con
libros... se luchaba dentro y fuera de los edificios... se acusaba a un
comerciante judío de hacer propaganda comunista pero el cruel castigo se hacía
extensivo a otros hebrbajo los gritos de '¡Mueran los judíos!' Pasaban a mi
vera viejos barbudos y mujeres desgreadas. Nunca olvidaré el rostro pálido y la
mirada suplicante de uno de ellos al que arrastraban un par de mozalbetes, así
como la de un nio sollozante que se aferraba a la vieja levita negra, ya
despedazada, de otro de aquellos pobres diablos". El saldo en vidas de
aquella Semana Trágica fue de ochocientos muertos y cuatro mil heridos.
Con el auge del nazismo en
Europa, recrudeció la judeofobia de publicaciones y grupos
"germanófilos" nacionalistas. Uno de los más difundidos escritores
argentinos, Hugo Wast (seudónimo del director de la Biblioteca Nacional,
Martínez Zuviría) publicó en 1935 un par de novelas que difunden el mito de la
conspiración judía, El Kahal y Oro. Ese ao se creó la DAIA,
nacida para defender los derechos judíos. Zuviría llegó a ser ministro de
educación del país en 1943.
Las bandas y las
publicaciones nacionalistas no cejaron después de la guerra, y para la década
del sesenta la más activa banda judeofóbica argentina fue Tacuara, que
tenía por mentores a los sacerdotes Alberto Ezcurra y Julio Meinville. En
connivencia con el representante de la Liga Arabe Hussei Triki, Tacuara
secuestró, torturó y asesinó. A los padres del estudiante asesinado Raúl
Alterman enviaron una explicación: "Nadie mata porque sí nomás; a su hijo
lo han matado porque era un perro judío comunista... Si no están conformes, que
se retiren todos los perros y explotadores judíos a su Judea natal". Este
caso, como los otros crímenes de la judeofobia argentina, quedaron impunes, y
esta regla incluye a las voladuras en los últimos aos de la Embajada de Israel
y del edificio comunitario AMIA.
Con todo, hay que tener en
cuenta que la peligrosidad de grupos como Tacuara no deriva de sus
acciones violentas ni de su propaganda nazi, sino de la medida en que están
cerca del poder. En este caso, amplios sectores del partido mayoritario, el
peronista, apoyaban a la agrupación judeofóbica. En rigor, el parámetro para
medir el peligro de la judeofobia en un país determinado, no debe ser el tamao
de sus organizaciones, sino su cercanía al poder.
Una versión local de los Protocolos
aparece en la Argentina cuando en 1971 un profesor de economía de la
Universidad de Buenos Aires, Walter Beveraggi Allende, difundió la patraa del Plan
Andinia, supuesto complot para desmembrar la Patagonia de la Argentina y
crear allí otro Estado judío. Su denuncia fue llevada a la Confederación del
Trabajo y a diversos medios periodísticos. Cuatro aos después Beveraggi publicó
La inflación argentina, en cuya tapa la Argentina aparecía crucificada
con estrellas de David por el estereotipo de un judío. El periodista Jacobo
Timerman narró que cuando era interrogado por la dictadura militar de los aos
ochenta, se le exigían detalles del Plan Andinia.
Aunque la judeofobia
tiende a ser más visible durante gobiernos democráticos (sobre todo en la
transición) en esos momentos se halla más alejada de las cúpulas. Durante las
dictaduras, por el contrario, se encuentra encaramada en el poder y
precisamente por ello a los gobiernos les es más fácil dominarla. Por ejemplo,
la judeofobia fue muy activa durante la dictadura militar en la Argentina
1976-1983. De entre los miles de "desaparecidos", los judíos eran la
víctima favorita en los centros de tortura. Pero salvo excepciones (como la del
general Ramón Camps) no abundaban las expresiones de judeofobia oficial. Entre
los periodistas que defendían el régimen, Enrique Llamas de Madariaga difundió
por la televisión estatal un programa insidioso (30/10/1980) bajo la consigna
de que "Si los persiguieron durante cuatro mil aos, por algo será".
El estudio de cada uno de
los otros países excedería las posibilidades de nuestro curso, pero con gusto
contestaré las preguntas de estudiantes interesados en la judeofobia de alguna
nación específica (recordar: <gustavop@jazo.org.il>).
En la próxima, nuestra
última clase, analizaremos el fenómeno de la judeofobia de modo global y
ofreceremos para el mismo algunas explicaciones.
Unidad
12: Teorías acerca de la judeofobia; una perspectiva
La Naturaleza de la Judeofobia
Por:
Gustavo
Perednik
"La
Naturaleza de la Judeofobia" explora las raíces del odio antijudío y su
desarrollo hasta la era actual, analizando la imagen del judío en diferentes
períodos, a través de mitos, ensayos y obras literarias. Las clases enfocan las
principales expresiones de la judeofobia, y el modo en que se justificó en
diversas épocas. Finalmente, se exponen hipótesis varias acerca de las causas
del fenómeno.
Hemos transitado un camino
de odio sin parangón. Le pusimos el nombre apropiado y delineamos la mitología
que lo sostuvo. Vimos la verdad del sacerdote Edward Flannery cuando escribió
que la judeofobia "es el odio más antiguo y más profundo de la historia
humana. Otros odios pudieron haberlo sobrepasado en un momento determinado,
pero todos ellos regresaron oportunamente a un papel apropiado en el basurero
de la historia".
Uno de los propósitos
centrales de nuestro curso es precisamente despertar la conciencia acerca de la
singularidad del fenómeno, un monstruo de dimensiones que no permiten reducirlo
a simple "prejuicio de grupo", como a veces hacen personas bienintencionadas,
judíos y no-judíos por igual. Un ejemplo bastará para explicarnos.
Ana Frank escribió en su
diario íntimo durante el Holocausto: "Quién nos ha infligido este mal?
Quién nos ha hecho a los judíos diferentes de todos los pueblos? Quién ha
permitido que suframos tan terriblemente hasta ahora?... Siempre permaneceremos
judíos, y así lo deseamos". Sin embargo, los autores de la versión de
Broadway del Diario de Ana Frank le hacen decir a la nia: "No somos
el único pueblo que ha debido sufrir... a veces es una raza y a veces
otra..." Con esta metamorfosis la judeofobia queda universalizada, y pasa
artificialmente a ser parte de un odio más general y abarcativo. Este método no
ayuda a entender el fenómeno. Por ello en ésta, nuestra última clase,
intentaremos no caer en el error, y explicaremos la judeofobia sin privarla de
su singularidad.
Cinco Pensamientos Sionistas
Albert Einstein escribió
la siguiente parábola: Una vez un joven pastor le dijo a un caballo: "Tú
eres el animal más noble de la Tierra. Tu felicidad sería completa si no fuera
por el ciervo traicionero. Desde su juventud viene trabajando para que sus
patas corran más que las tuyas. Así se te adelanta a los pozos de agua. Pero no
desesperes. Mi sabiduría y mi guía te liberarán de tu estado ignominioso".
Enceguido por envidia y odio por el ciervo, el caballo aceptó. Se sometió a la
brida del pastor, perdió su libertad y fue esclavo del joven. El caballo
representa un pueblo; el joven, una clase o pandilla que aspira al poder
absoluto; el ciervo, a los judíos. El caballo sufre, y cuando ve al ágil ciervo
su vanidad es aguijoneada.
La explicación de Einstein
se conoce como la teoría del chivo expiatorio, según la cual la judeofobia es
orquestada por líderes que desean desviar el descontento popular. Al
confrontarse con su inhabilidad para satisfacer a sus subordinados, los
gobernantes frecuentemente recurrieron a buscar "el Otro", algún
grupo distinto de la mayoría, a fin de achacarle el descontento reinante. En la
historia europea, los judíos fueron el "Otro" más permanente.
Sin embargo, la teoría del
chivo expiatorio es insuficiente. Ella se limita a describir cómo la
judeofobia puede utilizarse, pero no por qué existe. Para que haya chivo
expiatorio judío, los judeófobos deben estar allí desde el comienzo. Además, no
todo estallido judeofóbico fue el resultado directo de que reyes o jefes
desviaran resentimientos.
El hecho es que una vez
que la judeofobia se arraigó en la cultura europea, cobró vida propia, y fue
transmitida de padres a hijos generación tras generación. Esa "vida
propia" es nuestro tema, no sus usos múltiples. La judeofobia fue parte
del "sentido común" en la mayor parte de las sociedades europeas una
vez cristianizadas. En la primera clase citamos al húngaro que definía como
judeófobo a quien "odia a los judíos más de lo necesario". Ese
"sentido común" sobrevivía mucho después de que se olvidara quién los
puso en funcionamiento y por qué.
Los mitos que estudiamos
fueron el intento de la sociedad gentil de justificar este odio culturalmente
aceptado y heredado. Los gentiles no atacaron a los judíos "debido a
que" creían que éstos habían matado a Dios. Casi al revés: fueron creando
el mito del deicidio a fin de atacar a los judíos y de este modo ventilar sus
frustraciones e ira, y descargarlas en los hombros de una población indefensa.
En cuanto a por qué
precisamente los judíos debieron ser "ciervos", Einstein da un paso
más allá del chivo emisario, y dice: "Porque había judíos entre todas las
naciones y porque estaban demasiado dispersos como para poder defenderse a sí
mismos contra la violencia desatada contra ellos".
En otras palabras, los
judíos serían atacados por su indefensión. La hipótesis fue planteada allá por
1860 por Peretz Smolenskin, un filósofo del nacionalismo judío que fundó el
mensuario hebreo Hashajar. Para Smolenskin, las raíces de la judeofobia
yacen en el desprecio ante la inferioridad nacional de los judíos, y por ello
el mal podía revertirse sólo si había una autoafirmación práctica de la nación
judía. Smolenskin no se equivocó cuando advertía que los ataques judeofóbicos
en Rusia y en Alemania no eran aberraciones temporarias como querían unos, sino
el adelanto de horrores peores que vendrían.
Muchos otros pensadores
sionistas tuvieron la visión de percibir ese carácter dinámico e insaciable de
la judeofobia. Algunos sugirieron que acechaba aun la destrucción física total
de los judíos. Uno fue Moisés Lilienblum quien al presenciar los pogroms de
1881, atribuyó las raíces de la judeofobia a instintos hostiles de la sociedad
gentil. Ningún decreto de igualdad podría garantizar la convivencia con los
judíos. Al usar el término "instintos", Lilienblum aludía a la
antigedad y la profundidad de la judeofobia, que permitían una manipulación
fácil y constante.
Su contemporáneo León
Pinsker coincidió, pero fue aun más lejos (tal vez demasiado): como la
judeofobia es una enfermedad hereditaria que puede rastrearse a más de dos mil
aos, es sencillamente incurable. Incluso la refutación racional más convincente
de todos y cada uno de sus mitos, no tendría éxito en desmantelar los su
estructura mental y su práctica, ni tampoco el impulso maligno que la alimenta.
Como vimos, Pinsker acuó la palabra "judeofobia". Para él, los judíos
eran un "pueblo fantasma". El mundo veía en ellos la horrorosa imagen
de un cadáver caminante. Carecían de unidad, estructura, tierra y bandera, eran
un pueblo que había cesado de existir y sin embargo continuaban con una
semblanza de vida. Eran siempre huéspedes y nunca anfitriones. Y como el miedo
a los fantasmas es innato, dice Pinsker, no sorprende que este temor crezca aun
más cuando se trata de una nación aparentemente muerta, que se muestra como
viva. Ese encono abstracto, casi platónico, llevó al mundo a ver en los judíos
como grupo, la responsabilidad por los crímenes (reales o supuestos) de cada
uno de sus miembros. El terror del fantasma judío fue heredado y fortalecido
con el transcurso de innumerables generaciones. La judeofobia era para Pinsker
una hija bastarda de la demonología. Con profundas raíces en todas las razas,
el miedo al judío-fantasma era una psicosis hereditaria.
En los aos cuarenta, otro
visionario sionista, Zeev Jabotinsky, hablaba del "antisemitismo de las
cosas" en contraste con el "antisemitismo de los hombres". En
algunos casos la judeofobia era parte de la sociedad y no necesitaba de la
aquiescencia de los hombres. Volvía una y otra vez incluso si no se la
provocaba.
Todas esas explicaciones
fueron formuladas por pensadores sionistas, que vieron en la judeofobia una
respuesta casi instintiva de las naciones hacia el judío desprotegido. La
desprotección de los judíos, a pesar del mito judeofóbico que seala lo contrario,
era (y es) evidente. Los judíos no pudieron evitar que un tercio de ellos fuera
asesinado hace medio siglo; ni siquiera lograron convencer a los gobiernos
occidentales a bombardear los campos de la muerte o las vías férreas que
conducían hacia ellos, ni que EE.UU. declarara la guerra a Hitler (Washington
entró tardíamente a la guerra en respuesta a la agresión japonesa en Pearl
Harbor).
Las teorías presentadas
son por ende sionistas, porque intentan enfrentar la judeofobia por medio de
darles a los judíos poder real para de, como por ejemplo en un Estado propio.
Pero además de las teorías de la indefensión, hay muchas otras. Hasta el momento
ningún trabajo las ha presentado todas. Siguen algunas, categorizadas en cuatro
disciplinas.
Sociología y Psicología
Las teorías sociológicas
se centran en qué rol le cupo a los judíos en diversas sociedades, rol que los
expuso a un encono especial. Por ejemplo ser prestamistas durante la Edad
Media, o "siervos de cámara" de reyes y nobles, o colectores de impuestos
de los campesinos. Por estos roles, Fritz Lentz ve en la judeofobia una forma
del rencor que puede sentir el proletario hacia los ricos.
Desde una perspectiva
similar, Bernard Lazare contendió en El anti-Semitismo, su historia y sus
causas (1894) que la utilidad de la judeofobia era que empujaría el
socialismo (Lazare se corrigió después del caso Dreyfus). Las explicaciones
económicas llegan hasta a atribuir a los judíos todo el sistema económico, tal
como Henri Pirenne hace derivar de ellos el advenimiento de la modernidad, o
Werner Sombart, quien en 1911 consideró que los judíos eran la causa del
capitalismo.
Hechas estas exageraciones
a un lado, debemos tener en cuenta que los factores económicos no crean
la judeofobia; sólo la exacerban. Los judíos fueron perseguidos en los estados
económicos más diversos. Más judeofobia sufrieron las masas pobres de Rusia que
los empresarios del Canadá. En cierto modo, la posición socioeconómica de los
judíos fue consecuencia (y no causa) de la judeofobia. Si los judíos se
dedicaron a prestar dinero, es porque las probabilidades de las inminentes
expulsiones los obligaban a invertir en contante y sonante, y no en
propiedades. O porque la posesión de tierras les era prohibida. O porque otras
profesiones les estaban vedadas en corporaciones que sólo aceptaban cristianos.
Así lo resumieron Prager y Telushkin: "Los judíos no fueron odiados porque
prestaban dinero. Prestaban dinero porque eran odiados".
En muchas ocasiones,
entonces, los judíos aparentaban poder porque sus cargos los transformaban en
cara pública de las elites que gobernaban. Algo similar ocurre cuando ejercen
de abogados, médicos, maestros, psicólogos o asistentes sociales, y por ello parecen
detentar un poder en rigor inexistente.
La explicación sociológica
arguye que como los judíos parecen tener poder, son blanco predilecto de la ira
cuando el sistema social acucia a los sectores más necesitados. De acuerdo con
Michael Lerner en esto precisamente radica la singularidad de la opresión de
los judíos: una vulnerabilidad escondida, sin que importe cuánta seguridad
económica o influencia política lleguen a tener judíos en el plano individual.
Los judíos no pueden estar seguros de que no serán nuevamente blancos de
ataques populares si la sociedad en la que viven entra en períodos de grave
presión económica o conflictos políticos.
Pero para entender por qué
los judíos parecen tener poder, debemos dejar la economía y sumergirnos
en la psicología. Las teorías psicológicas sobre la judeofobia resuelven una
falla de las teorías económicas: a diferencias de éstas, revisan más al
victimario que a la víctima. Una muy difundida teoría psicológica fue la de
Jean-Paul Sartre, quien describió (1966) al judeófobo como "el hombre que
tiene miedo. No de los judíos sino de sí mismo, de su propia conciencia, de su
libertad..." Para Sartre, la judeofobia es "el miedo de estar
vivo".
A pesar de su mentada
ventaja la teoría psicológica es insuficiente, porque considera la judeofobia
virtualmente como una psicopatología. La judeofobia es maldad, pero la maldad
no es una enfermedad.
Filosofía y Antropología
Michael Lerner atribuye la
judeofobia parcialmente al impulso antiautoritario del judaísmo, con su
implícito desafío a toda clase gobernante. Elites en el mundo antiguo tendían a
gobernar por medio de una combinación de la fuerza bruta y una ideología que
exaltara la estructura social como estática y sagrada. A veces se usaban los
viejos mitos de dioses gobernando la naturaleza, y otras la racionalidad de
Platón en La Repblica. En ambos casos, la existencia judía era el
testimonio viviente de que esos mitos e ideologías eran invenciones para
perpetuar las necesidades de los gobernantes. Los judíos, por el contrario,
exhibían una historia según la cual habían podido superar el escalón social más
degradado, la esclavitud, y pasaron a gobernarse exitosamente a sí mismos.
Mientras los judíos existieran, las elites estaban equivocadas y podía
cuestionarse su gobierno.
Esta faceta de la historia
judía podría haberse salteado si la narración de los orígenes judíos se hubiera
mantenido en cuentos infrecuentes. Pero la religión judía en su conjunto se
basaba en contar y volver a contar esa historia. La piedra angular de la
observancia judía, el Shabat, debía conmemorarse "en recuerdo del Exodo de
Egipto", y separaba un día en el cual ningún poder terrenal podía hacer
que el judío trabajase. La mera idea de que el oprimido ponía los límites de la
opresión era en sí revolucionaria, la primera gran real victoria contra el
esclavizador, y un recuerdo permanente de que la opresión podía superarse.
No importaba cuán intensa
y desesperadamente judíos en el plano individual trataban de soslayar esos
aspectos de su religión, y de identificarse con los poderes imperiales y sus
valores. El espíritu de libertad hacía del judío el pueblo más rebelde de la
antigedad, el pueblo que con mayor tenacidad se rebeló contra el poder
helenístico y luego el romano.
Los judíos se
diferenciaban precisamente porque seguían normas que parecían subvertir el
orden establecido, ni se subordinaban a los poderes imperiales. Esto estimulaba
la desconfianza de los gobernantes, que deseaban que sus súbditos descreyeran
del judío antes de que al confraternizar oyeran los ideales de libertad de los
judíos.
Otro teórico del asunto,
Maurice Samuel, entre 1924 y 1950 mostraba a la judeofobia no como un problema
judío, sino una aflicción de los gentiles a la que los judíos debieron
habituarse. El judío le ha puesto al mundo los grilletes de la ley moral. Por ello
el hombre occidental lo recela, en "el gran odio" del alma amoral
pagana. Una posición similar asumen Prager y Telushkin en su Por qué los
judíos? de 1983: la más alta calidad de la vida judía despertaría la
envidia constante e intransigente del mundo no-judío.
Por su parte, Eliane Amado
Levy-Valensi ofreció su propia interpretación durante los aos sesenta: la
judeofobia es el resultado del fracaso de los gentiles al robar la historia
judía para ellos. "El judaísmo era ya una religión antigua que poseía una
gran literatura, con grandes héroes y sabios en su pasado, y además una promesa
divina de un futuro más glorioso. El cristianismo no poseía ello. Desde el
mismo comienzo, por lo tanto, los cristianos reclamaron la Biblia, al principio
como antesala de Jesús pero luego como exclusivamente suya". La lucha de
los palestinos podría ser explicada desde la misma perspectiva. Incluso Jesús
es presentado por ellos como "un palestino". La falta de una larga
historia propia, produce una clase especial de envidia hacia el largo pasado de
los judíos.
Aunque ninguna teoría
puede explicarla totalmente, la combinación de varias de ellas puede ser útil
para entender la enfermedad social que es la judeofobia.
Conclusiones
Nuestra revisión de la
judeofobia puede llevarnos a varias conclusiones, a saber:
1.
La
judeofobia le permite a la gente ventilar sus instintos sádicos. Uno puede
violentar, humillar y matar, y tendrá un aparato ideológico entero antiguo y
establecido, que viene a defender la libre brutalidad.
2.
Al
combatir a los judíos, un pueblo del que mucho se ha escrito y hablado, el
judeófobo se siente más importante que si enfrentara a un grupo desconocido.
3.
Como
grupo, los judíos muchas veces despiertan sentimientos de culpa entre los
gentiles. Ello puede deberse al hecho de que la moralidad fue virtualmente
iniciada con la Biblia de los judíos, y por ello encarnarían las prohibiciones
éticas, o si no por la forma en la que los judíos fueron perseguidos (ésta no
sólopuede despertar sentimientos de culpa, sino también temor, ya que podría
suponerse algún tipo de venganza).
4.
La
judeofobia es una actitud intrínsecamente irracional de una sociedad
generalmente racional. Un judío es atacado como tal, y si otro judío reacciona
ante la agresión, es cuestionado por etnocéntrico, preocupado sólo por los
propios. Los comunistas (y para el caso, también por ejemplo la BBC de Londres)
sostenían que no deseaban enfatizar el aspecto judío de las víctimas para que
su defensa no fuera demasiado estrecha. Si consideramos los dos últimos ataques
contra la comunidad judía en la Argentina (la Embajada en 1992 y la AMIA en
1994) en ambos casos surgieron voces que acusaban a los judíos de haber sido
los perpetradores y los provocaban a que ellos dieran las explicaciones del
caso. El judío es atacado y se pone en la defensiva.
Constantin Brunner destacó la irracionalidad de la judeofobia, como un egoísmo
grupal contrapuesto al pensamiento racional. Pero no consideró suficientemente
la característica más notoria de esta irracionalidad, y es que muchas veces es
exhibida por gente muy racional, lo que le da mayor credibilidad. En el caso de
Voltaire dijimos que la judeofobia puede torcer la razón del más razonable, y
en el caso de Alemania en forma conjunta, la judeofobia floreció y llegó a su
clímax precisamente en el país de la filosofía, con apoyo activo de gigantes
del pensamiento desde Fichte y Wagner hasta Heidegger. Muchos cabecillas nazis
eran intelectuales y artistas.
5.
Las
fuentes de la judeofobia son notoriamente hipócritas. Los judíos fueron
quemados en la hoguera por la religión del amor, calumniados por los
precursores de un iluminismo fraternal, y discriminados por la ideología de la
igualdad.
6.
La
judeofobia es practicada en por lo menos dos niveles. Uno es directo y
agresivo, el otro es sutil y consiste en pasar por alto el primer nivel. En
otras palabras, uno puede revisar el odio antijudío no sólo al mirar qué se
siente frente a los judíos sino, y mejor aún, qué se opina de los judeófobos.
En artículo de mi autoría (que puedo enviar por E-mail al estudiante
interesado) muestro cómo se dio esa judeofobia solapada en el caso de la
mencionada novela La Bolsa de Julián Martel.
En cuanto al caso de la
Iglesia, su rol en la historia de la judeofobia fue central y paradójico. Así
lo definió James Darmesteter en 1892: "El odio de la gente contra el judío
es obra de la Iglesia, que los protege de las furias que ella misma ha desatado".
Algo similar puede decirse de los ataques obsesivos que sufre Israel. La ONU no
es responsable por el terrorismo contra los judíos, pero por medio de
reiteradamente perdonar ese terror y sistemáticamente condenar a Israel,
alienta al terrorista haciéndolo sentir socio de la comunidad internacional en
su lucha contra el sionismo.
Muchos coincidirían con el
arzobispo Theodor Kohn (m.1915), él mismo una víctima de la judeofobia racial,
en el hecho de que "es una condición enferma que sólo el tiempo podrá
curar". Pero aparentemente el paso del tiempo de por sí no es suficiente y
debe producirse acción. La Iglesia es uno de los factores que está en mejores
condiciones para producirla. En la repelencia pots-Holocausto frente a lo que
la Europa cristiana le había hecho a los judíos, la Iglesia Católica ha
eliminado sus oraciones y enseanzas más agresivas. Pero aún no se ha
comprometido en una consideración de raíz acerca de cómo ella misma ha generado
judeofobia. Poco esfuerzo se ha hecho para instruir a los cristianos sobre el
rol que el cristianismo en general tuvo en generar una cultura judeofóbica, y
la mayoría de los cristianos permanecen inconscientes de ello.
El poeta católico francés
Paul Claudel escribió varias obras sobre la confrontación entre la judería y la
cristiandad. Paulatinamente fue liberándose del prejuicio tradicional y
desarrolló una visión original del pueblo judío. Su conciencia acerca de la responsabilidad
de la cristiandad por el Holocausto, lo llevó a sugerir a su embajador en el
Vaticano, en 1945, que el Papa instituyera una ceremonia de expiación por los
crímenes perpetrados contra los judíos. Del mismo modo, durante el juicio
contra Eichmann en Jerusalem (1961) obispos alemanes pidieron de todos los
católicos alemanes que pronunciaran una plegaria pidiendo perdón. Y en 1994,
cuando el Vaticano finalmente estableció relaciones con el Estado de Israel,
William Rees-Mogg publicó en el Times de Londres un llamado a un acto de
contrición general: "Las iglesias cristianas deberían hacer algún acto
formal de contrición por lo que ha ocurrido en estos dos mil aos... debemos
disculparnos por las matanzas, por la Inquisición, por los ghettos, por los distintivos,
las expulsiones, las acusaciones del asesinato ritual, y por sobre todo, por el
fracaso de la cristiandad en percibir a tiempo, o denunciar a tiempo, la maldad
del Holocausto en toda su dimensión".
Con estas reflexiones el
curso llega a su fin. Quiero agradecerles vuestros comentarios y preguntas, y
la profundidad con la que muchos han encarado el tema. Espero que el material
provisto les sirva en vuestras actividades y estudios. Mi dirección de E-mail
gustavop@jazo.org.il; permanece abierta para todos, y siempre será un gusto
aclararles dudas, enviarles material, o intercambiar ideas.
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Hacia la paz....
Creo que el llamado del Dr. Parednik se centra a una comprensión de nuestro
judaísmo desde una visión racional de las cosas, en donde la búsqueda nos lleve
a una reflexión en torno a lo que somos, como una cultura acuñada por la
Historia y no por una pose de víctima.
Shalom.
Gustavo Isaac Garibay Stern L....
Por: Gustavo
Isaac Garibay stern (pertinax77...) - 11-06-2002
Antisemitismo y Judefobia
Excelente curso.
Alberto Valera...
Por:
Alberto Valera (herdan@sym...) - 23-03-2002